Esta historia la inventé yo, es anónima y, por lo tanto, de dominio público, por lo que puede ser reproducida de cualquier modo. Sólo para adultos.
Personajes:
Cindy: esposa, zorra
Carl: marido, cornudo
Los padres de ella.
Mis suegros ya sabían que Cindy estaba embarazada. Pero al ver mi cara de disgusto, me preguntaron el motivo. Me costó un poco empezar, pero les conté que yo no era el padre.
"Ya lo sabíamos. Nos lo contó Cindy. Y estamos muy contentos. Ya estamos deseando ver a nuestro nieto correteando por el patio de nuestra casa o llevarlo al parque algún día a jugar." dijo mi suegra.
Pensé que mi suegra no me había entendido. Así que repetí:
"Pero el padre es otro."
"Bueno, ese es un pequeño detalle sin importancia. Lo importante es que el nene venga bien, nazca sano y la madre no se vez afectada por algún problema en el parto,"
"Entiendo que te puedas sentir un poco decepcionado , sobre todo al principio, pero ya te irás haciendo a la idea", dijo mi suegro.
No lo podía creer.
"¡Pero como!" exclamé. "¡Vosotros apoyais a..., a...., vuestra hija!"
Me quería salir la "zorra de vuestra hija," pero me contuve a tiempo. Estaba empezando a exaltarme otra vez. Tras unos segundos de pausa, abrió el fuego, usando una expresión bélica, mi suegra dijo:
"Nosotros conocemos las actividades de nuestra hija. Al principio nos oponíamos, pero después nos dimos cuenta de que en ella es un impulso natural que sólo puede evitar con mucho sacrificio. Ya no estamos en la Edad Media, cuando los hombres ponían un cinturón de castidad a sus esposas cuando salían a guerrear. Tampoco estamos en un país musulman, donde ante la menor sospecha de infidelidad por parte de una mujer, la lapidan. Estamos en los Estados Unidos del siglo XXI y la sociedad evoluciona."
Aquello me exaltó aún más. No podía creer que mis suegros apoyaran la infidelidad de su hija.
"Que hubiera tenido novios antes es normal. Que haya tenido muchos novios ya no es tan normal, pero es aceptable. Seguramente es síntoma de algún tipo de desorden sexual. Pero que después de casados esté embarazada y que tenga cuatro posibles candidatos a ser padres y ninguno sea yo, eso no es aceptable.
Entonces intervino mi suegro:
"Yo no pienso igual que tú. Lo único que le echo en cara a mi hija es que no te haya dicho nada antes de la boda. No me parece ético."
"Bueno, quizás no sea ético, pero es comprensible. Cindy está verdaderamente enamorada de Carl y no deseaba perderlo. Por otra parte, ella quiere tener hijos, así que tomó esa decisión," dijo ella.
Mi estado de ánimo iba sufriendo un cambio. Ya no estaba enojado, sino más frio y calculador.
"Creo que tendré que divorciarme."
"¿Significa eso que no amas lo suficiente a nuestra hija como para satisfacer sus necesidades? Ella siempre te alaba mucho, dice que eres el amor de su vida, su único amor. Nosotros no vemos ningún problema. Se ama a los hijos no porque lleven nuestros genes, sino porque se establece entre cada uno de los padres y cada uno de los hijos una relación de amor paterno-filiar que va más allá de la pura genética. De lo contrario, los padres que adoptan niños no los querrían," dijo mi suegro, quién, a contrario de su costumbre, solto esta larga perorata.
"En última instancia, la culpa de todo es tuya," dijo mi suegra.
De alguna manera, es lo mismo que me había dicho Cindy pero de una manera más directa. "¿Hasta donde habían llegado las confidencias de Cindy con sus padres," pensé.
"¿A que te refieres?"
"Nuestra hija tiene necesidades propias que tu eres incapaz de satisfacer."
Ahora no estaba tocado, sino hundido. Humillado y ofendido publicamente. Entonces mi suegra, soltó la siguiente estupidez que acabó siendo premonitoria:
"Mi hija alaba mucho tu capacidad, como lo diría yo sin ofenderte, de darle satisfación con la lengua y no me refiero a darle buena conversación."
Salí corriendo de allí. Evidentemente, Cindy les había contado todo con pelos y señales.