lunes, 30 de abril de 2018

Lora


Todo empezó en Londres en 2008. En realidad todo empezó unos tres años antes, cuando tenía quince. Tenía en mi habitación un ordenador con conexión a internet. Lo coloqué no de cara a la ventana y de espaldas a la puerta, sino al revés, para que cuando entrara mi madre, que nunca llamaba antes de entrar, no viera la pantalla. De este modo podía navegar por donde quisiera sin problemas con tan solo hacer un click y cambiar de pantalla.
Recuerdo que una amiga me mandó un mail con fotos adjuntas de chicas vestidas maltratando a unos chicos desnudos y una palabra que cambió mi vida: femdom.
Me volví adicta a este estilo de vida. Creé tres blogs en tres plataformas diferentes y subía y compartía fotos y vídeos de esta temática. Pensé en crear una página web sobre el tema, pero estudiaba bastante duro y no tenía tiempo para ello.
Pasaron tres años y cumplí los 18 años en julio de 2008. Y aquí tengo que explicar algo sobre mi familia que viene al caso. Mi padre es español y mi madre británica. Y ambos vienen de familias ricas. Ya sabéis: el dinero llama al dinero.
Yo quería estudiar en Londres, y mis padres me lo permitieron. Hablo los dos idiomas completamente igual e indistintamente.
Antes de empezar mi historia, falta presentarme a mi misma: me llamo Laura y aunque en los dos idiomas se escribe igual, en inglés se pronuncia algo así como Lora.

Tarjeta de crédito en riste, contacté con tres chicos a través de una web de contactos sexuales. Los dos primeros no me gustaron mucho y ya estaba un poco desilusionada cuando conocí a Albert. Este chico era muy apuesto, algo parecido a Brad Pitt, delgado, alto y bastante rubio. No podía encontrar otro más guapo.
Primero chateé con él durante unos días, después le cité en una cafetería y por fin me lo llevé a casa no sin antes preguntarle si quería ser mi esclavo. Albert es ingeniero y actualmente gana unos 3.200 libras esterlinas. Aún así, compartía un piso con otro chico pues los alquileres en Londres son muy caros. Me dijo que no tenía ningún problema en dejar el piso en cuanto quisiera pues estaba haciendo un favor a su compañero de piso pero no tenía nada firmado con él. Le cité en una cafetería para conocerle personalmente. Y aunque no viene a cuento, el alquiler de mi piso costaba 3.000 libras al mes, casi tanto como su salario. Después de charlar sobre su vida durante una hora, me decidí a que Albert fuera mi esclavo. Le pregunté:

- Mira Albert, yo creo que hemos hablado mucho, quizá demasiado. Te pregunto ya directamente: "¿Quieres ser mi esclavo?"
- Por supuesto que si. Ni en sueños pensaba tener un ama tan bella como tu.

Frecuentemente me alaba sobre mi belleza. Me he convencido que no es un cumplido artificial, pues me lo repite muchas veces. Yo sé perfectamente que soy bastante guapa, incluso sexy cuando quiero, pero no tanto como para alabarme mucho.

Fuimos en taxi a mi casa. Mientras subíamos en el ascensor, nos mirábamos y sonreíamos los dos nerviosos. Realmente para mi era una aventura llevar a un desconocido a mi piso.

Nada más entrar en mi piso le ordené que se desnudara. Albert estaba muy nervioso y se aturrulló cuando mientras se desnudaba y se hizo un lío con los cordones de las zapatillas deportivas que llevaba y se retrasó más de la cuenta. Este hecho insignificante me hizo darme cuenta que Albert no era más que un pobre hombre insignificante. Cuando le interrogué sobre su vida ya me confesó que era virgen. Esto me dio pie a asegurarle que no le garantizaba que conmigo dejaría de serlo. En realidad Albert era lo que se llama un nerd, un lumbreras con muy pocas relaciones sociales.

Cuando se desnudó hice que me acompañara a la cristalera. En realidad el salón comedor no tenía ventana, sino un paño fijo de cristal desde el suelo hasta el techo. Tan solo la cortina impedía que los extraños vieran lo que pasaba en el interior. Pulsé el botón que ponía en marcha el motor que ponía en marcha las cortinas, que se abrieron. Inmediatamente y como un acto reflejo, Albert se tapó sus con ambas manos. Le ordené que pusiera las manos a los costados.

- ¿Ves esa pequeña tienda pequeña de enfrente? Saca un billete de tu cartera y vas a bajar corriendo por la escalera a toda velocidad hasta la acera, cruzas la calle y me compras una lata de cerveza de medio litro. Cualquiera. No me interesa exactamente cual. La que veas mas a mano. Y después cruzas  a toda velocidad y vuelves a subir la escalera hasta aquí. No sé si te habrás dado cuenta pero yo vivo en un sexto. Cuando vuelvas yo estaré en el rellano y quiero verte subir la escalera a toda velocidad y jadeando. Si no pasas la prueba, ya te puedes ir a tu casa.
- ¿Quieres decir que haga todo eso desnudo?
- Exactamente.

Le acompañé hasta el rellano y le di una palmada en el culo todo lo fuerte que pude. Inmediatamente se puso en marcha a toda velocidad y yo me fuí corriendo hasta el ventanal y pocos segundos después lo vi corriendo en pelotas cruzando la calle sin importarle si un coche le podía atropellar. Le vi entrar en la tienda y salir un minuto después, cruzar la calle otra vez y desparecer de mi vista. Salí de nuevo al rellano de la escalera y subir jadeando las escaleras a toda velocidad.
Era un sábado por la tarde lluvioso y frío de finales de noviembre. La temperatura en la calle debía ser de unos 10°. No cronometré el tiempo, pero no debió tardar más de cinco minutos como máximo, y pasó la mitad del tiempo o quizás un poco más dentro de la tienda. Sus jadeos no eran fingidos.