sábado, 21 de marzo de 2015

La sumisión a mi mujer

Yo soy uno de esos tantos hombres que desea contemplar a su esposa follando con otro u otros hombres. Antes yo no solía ser así. Era muy celoso pero tras años de leer historias de mujeres casadas follando con total libertad, poco a poco fui evolucionando a un cornudo mirón. Esta fue la parte más fácil. La parte más difícil fue convencer a mi esposa a unirse a mi fantasía. Ella fue más típica en sus reacciones ... nunca habrá nada por ese camino.

Siempre le había dicho a Susan lo increíblemente bella que es, tal como yo la veía. Pero en esas historias de esposas calientes, la esposa es siempre de una belleza impresionante, el amante siempre está tan bien dotado como un dios griego, pero me di cuenta de que la mayoría de la gente, entrada en años y envejeciendo, con algo de sobrepeso, las cosas le cuelgan más de la cuenta y quizás, con algunos cabellos grises. Aún así, mi esposa es la persona más bella que conozco.

Luché para conseguir que mi mujer fuera un poco más abierta y aventurosa. Intenté que llevara ropa más insinuante. También intenté que leyera algunos libros sobre el tema, pero ella no quería ni oir hablar de ello. También intenté que mirara un poco de porno conmigo, pero nunca accedió. No fue hasta que aparecieron unos nuevos vecinos en el barrio que vi algunos cambios.

A primera vista Emily y Don eran una pareja corriente de nuestra edad. Emily era bastante guapa y, definitivamente, follable, pero tampoco era nada especial. Don, como yo, era tan solo un marido como yo. Aún así, había una atmósfera inconfundiblemente erótica alrededor de ellos.

Emily le preguntó a Susan si quería salir con ella el viernes por la noche a tomar algunas copas. Sin embargo Emily no estaba segura y me miró como preguntándome. Yo estaba feliz de que ella saliera un poco a tomar algo así que le dije que me encantaría cuidar de nuestros dos hijos y que ella disfrutara de la salida. A fin de cuentas nuestros niños eran pequeños y se dormían enseguida. Mientras tanto yo podía disfrutar de leer esas historias en Internet de esposas ardientes y maridos consentidores.

Las salidas de los viernes se convirtió en una rutina. Solían salir dos o tres veces juntas al mes. Susan solo me contaba que tomaban unas copas y bailaban música country. Una diversión inocente. Nunca me dijo a donde iban, pero noté un cambio en Susan. Al principio el cambio era menor: pasaba más tiempo de lo habitual maquillándose y que la ropa combinara. Después se compró un par de vestidos más ajustados a su cuerpo, con más escote y más cortos, dejando ver la mayoría de sus piernas. Le pregunté por esos cambio, se sonrojó y me dijo que Emily y las otras mujeres que estaban en el bar iban vestidas todas así. En cuanto a Emily, es totalmente cierto que iba vestida incluso más sexy que mi mujer. Pero también se volvió un poco más decidida en la cama y, hasta agresiva. El cambio me gustó, pero tenía celos.

Un día le pregunté a Don por las salidas de nuestras mujeres y me confesó que no le importaban mucho. Aseguró que su esposa era más feliz así y que ambos disfrutaban más en la cama. Deduje que él sabía lo que ambas hacían justas los viernes. Pensé que a él no le importaba demasiado. Pero yo estaba celoso.

Un día decidí averiguar que pasaba y le pedí a Don que se quedara con mis hijos en su casa, ya que él también cuida los viernes de su hija. Alquilé un coche que dejé aparcado a cierta distancia de casa y, cuando ambas salieron en el coche de Emily, yo salí detrás de ellas.

El local al que fueron no era un local de música country, sino otro de más bajo nivel. Estaba a las afueras de la ciudad y era, por supuesto, un local donde uno puede encontrar pareja para llevársela a la cama esa misma noche. Principalmente hombres y mujeres divorciados. Tampoco tenía pista de baile y estaba casi lleno.

Cuando entraron esperé unos minutos y, al entrar, con gran riesgo que me descubrieran, localicé una mesa muy alejada de la barra donde ellas estaban tomando su bebida. La mesa estaba detrás de una columna, lo que me convenía mucho para mi labor de espionaje.

Al cabo de unos veinte minutos entraron dos tipos que se acercaron directamente a ellas sin dirigir ni la más corta de las miradas al resto del local. Llegaron y se saludaron con un beso en la boca. Estaba claro que cada una tenía su pareja. Después de estar como una hora besuqueándose salieron. Yo pagué mi consumición y salí lo más rápido posible. Ya hacía cinco minutos que se habían ido, así que pensé que las había perdido.

Pero no, el coche de Emily aún estaba allí. Y no vacío. Me aproximé despacio y agachado. Cada pareja estaba follando en un lado del coche: Emily delante y mi mujer detrás. Me agaché para que no me vieran. Les oí follar claramente. Escuché los gemidos de placer de mi esposa. Tenía una sensación rara. Por un lado tenía celos, pero por otro lado tenía una erección tan dura que no había tenido desde que era joven.

Cuando acabaron me puse de pie. Estaba dispuesto a revelar mi presencia para ver las reacciones de mi esposa. La primera que me vio fue Emily al hacer la maniobra para salir y le hizo una seña a Susan. La vi mirarme con cara de sorpresa. Bajó del coche y antes de cerrar la puerta le dijo a Emily que se fueran los tres. Sin embargo su acompañante bajó de coche. Susan se volvió hacia él y le dijo:

"Pete, cariño, no te preocupes por mi, es mi marido. Él me llevará a casa. Tranquilo, estoy segura con él."

Después de unos segundos de duda añadió.

"Hoy te has portado muy bien, cariño. Nos veremos pronto. Te llamaré."

Y le dio una apasionado beso de despedida. Después el tipo subió al coche y se fueron.

Durante el camino de vuelta a casa hablamos serenamente. En esencia yo le recriminé que habiéndole dado yo permiso para follar en casa con otro u otros tipos ella lo hiciera a escondidas. Ella me aseguró que cuando se lo propuse ella no quería ni oir hablar de eso, pero desde que Emily la animó a salir los viernes, poco a poco se había dejado convencer por ella. Me aseguró que no tenía la menor intención de ofenderme ocultándolo todo, pero que le gustaba salir a "cazar un amante." Esa fue la expresión que utilizó.

Las cosas cambiaron desde entonces. Don y Emily también estaban en ese estilo de vida. Emily y Susan decidieron salir todos viernes del mes. Las dos estaban de acuerdo en ello. Don y yo nos juntábamos una veces en su casa y otras en la mía. Cuando los niños se dormían mirábamos pelis porno o leíamos historias. El motivo de salir a tomar unas copas es que a las dos les encanta "salir de caza". Después venían a casa y ellas follaban con ellos y nosotros mirábamos.

Le propuse a Susan que follara sin protección. Ella me miró con sorpresa. Le expliqué que quería que ella se quedara embarazada de otros hombres y que yo no quería saber si yo era el padre o no. Le dije que amaría y cuidaría de los hijos que vinieran como si fueran míos. Ella lo pensó un rato y dijo:

"Creo que a me gustaría más saber con certeza que no es hijo tuyo."

Me contó como lo haríamos. Después de tener ella la regla, solo follaríamos los dos con preservativo. Ela, por el contrario, follaría con sus amantes sin preservativo. Además, follaría con varios para asegurarse de quedarse embarazada de alguno, por si había alguno infértil sin saberlo. Cuando pasara un mes y no le viniera la regla, se haría el test de embarazo. Como se puso muy obstinada no tuve que acceder. Al fin y al cabo solo las mujeres pueden quedarse embarazadas y además, son dueñas de su cuerpo.

En ocho años hemos tenido cuatro hijos por este sistema. Nos dimos prisa porque a ella se le acercaba la menopausia. Emily y Don también hicieron lo mismo. En este período de tiempo han tenido tres hijos y ella está embarazada de nuevo. Con el nuevo completarán cinco hijos pero nosotros les ganamos pues tenemos media docena.

Ahora Susan ya tiene la menopausia. Tiene un amante fijo y no desea más aventuras los viernes. Emily también tiene el suyo. Ya no tienen tanto interés en salir a tomar copas. Ahora Joe y Dani son el tío George y el tío Daniel. Ambos pasan el fin de semana en nuestras casas. Tuvimos que hacerlo así porque los niños más mayores ya hacían preguntas incómodas.

Sin embargo, este año nuestra hija mayor Laura de 16 años no paraba de hacer preguntas sobre Joe y nuestra relación con él. Obviamente ella ya no se acuesta a las 10 de la noche, sino que se queda más tarde, y nosotros los fines de semana deseamos irnos a la cama los tres. Mi mujer es psicóloga y dice que lo peor que puedes hacer es mentirles a los chicos cuando ya no se creen las mentiras que les cuentas y, por supuesto, contradicen lo que les dices. Le dije a Susan que se lo contara todo, de madre a hija, pero ella insistió en que debíamos hablarlo los tres.

Fue una reunión larga. Susan insistió en que no debíamos dejar ninguna duda en la mente de nuestra hija mayor sobre el tema, aunque, por supuesto, sin entrar en detalles concretos. Para mi fue un palo muy gordo contárselo a mi hija, pues los cornudos tienen un estigma social. Yo no me considero un cornudo, pues mi mujer no me engaña como hacía al principio. Mi mujer insistió en que yo debía empezar a hablar, pues fui yo quién se lo propuso a ella.

Un viernes le dijimos a Joe que no viniera. Venía siempre los viernes y se quedaba en casa hasta el lunes en que los tres nos íbamos cada uno a nuestro trabajo. Ese fin de semana vino el sábado por la mañana a petición nuestra. la reunión se celebró cuando todos los demás chicos estaban durmiendo.

Empecé por el principio. La historia es similar a la que les he contado. Le dije a Laura que yo al principio era muy celoso, pero que me dio por leer algunas historias de mujeres casadas que se acuestan con otros hombres con conocimiento y aceptación de su marido. Le conté que se lo propuse a su madre y que ella rechazó la idea. Le conté la aventura en el bar y en el parking, como hablamos y decidimos llevar la vida que llevamos.

Laura aseguró que somos unos pervertidos y que ella nunca haría eso. Susan insistió en que lo que se hace dentro de la pareja y sin obligar a nadie no tiene nada de amoral.
"Solo somos un par de adultos con unas reglas de conducta acordadas libremente entre nosotros y que, para nosotros, eran mejores que muchas parejas, que tienen sus amantes por separado pero se engañan el uno al otro," le dijo Susan.
La reunión, después de un par de horas, acabó con un cierto disgusto por parte de Laura. Nosotros no sabíamos que hacer. Quizás nos habíamos equivocado.

El sábado siguiente por la noche estábamos reunidos en el salón Joe, Susan y yo cuando entró Laura. Nosotros dos estábamos tomando un whisky y viendo un partido en la tele, y Susan estaba leyendo un libro y tomando un combinado más suave que el whisky. Laura entró en la habitación y se sirvió un whisky sin preguntar. Tenía una actitud desafiante. Se sentó al lado de Joe. Tomó un sorbo que le hizo toser. era la primera vez que bebía alcohol, al menos delante de nosotros.
"Cariño, si no estás acostumbrada, es mejor mezclar el whisky con soda o agua."
Laura agarró de la mano a Joe, se levantó y le obligó a levantarse.
"Quiero hablar contigo, Joe. En privado. Ven a mi habitación."
Su tono de voz era seco y desafiante. Salieron los dos. No volvieron hasta una hora después. Laura dijo:

"Estoy cansada. El lunes tengo un examen y hoy he estudiado mucho. Me voy a la cama."

Se dirigió al sillón donde estaba sentada su madre y le dio dos besos en las mejillas. Después vino al sofá donde estábamos sentados Joe y yo, me dio un beso a mi en la mejilla y después, se acercó a Joe y le dio un beso de tornillo en la boca. Dijo buenas noches a los tres y se fue.

Robert es un tipo normal y de nuestra edad. No es un toro semental. Así que Susan no tuvo sexo hasta el domingo por la noche. Intentó tenerlo conmigo esa noche y yo le dije que no, que el pacto era que los fines de semana ella se dedicaba exclusivamente a Joe. En realidad me dolió decir esto, pero quería ver en qué desembocaba esta situación tan extraña.

A la semana siguiente, de lunes a viernes, noté un cierto tráfico de llamadas y mensajes de móvil entre Joe, Susan y Laura. De este triángulo yo fui excluido. El jueves miré el móvil de mi esposa mientras ella se duchaba pero todos los mensajes entrantes habían sido borrados.

El viernes vino Joe con su hijo Alfred de 20 años. Laura y Al salieron a cenar. Al volver a casa, después de saludar, los dos se fueron a la habitación de Laura, de la cual no salieron hasta la mañana siguiente.

Ahora tanto los vecinos como nostros somo dos familias felices.

FIN