sábado, 26 de febrero de 2011

My Story

Mi historia.


Los estudios nos muestran que los hombres piensan cientos de veces al día en el sexo (muchas veces más que la media de las mujeres). La primera vez que oí sobre estos estudios, tuve una mala época porque me lo creí. Me asombraba como mi marido podía pensar en el sexo cientos de veces al día pero solo mostraba ínterés sexual en mí una odos veces al mes. Entonces leí otro estudio que decía que el hombre medio eyacula desde unas pocas veces a la semana a una vez al día o más. Recuerdo que al principio de nuestro matrimonio mi marido estaba en la parte superior de esa escala. Me preguntaba como su biología pudo haber cambiado tan drásticamente en los últimos 7 años.

Mi marido apenas parecía percatarse de mi existencia. Me di cuenta de que mientras él era el centro de mis pensamientos, yo apenas estaba en la periferia de los suyos. Primero estaba furiosa con este pensamiento y después curiosa. Lo primero que pensé es que tenía un affair. Me fui a la oficina de mi marido que está solo a unos bloques de edificios de casa, así que fue fácil para mi verificar que estaba en la oficina en esas noches en que él decía que se quedaba a trabajar hasta tarde. Entonces empecé a hurgar en busca de pistas sobre un posible afair. Lo que encontré en su oficina me asustó. ¡PORNOGRAFÍA!

La mayor parte de la pornografía era lo usual - bellas mujeres desnudas con pechos firmes y culos que sobresalen. Odiaba mirarlas. Había dado a luz a dos de sus hijos y aunque me consideraba a mí misma como moderadamente atractiva, no era rival para esas mujeres con apariencia de Barbies con las que él estaba obviamente fantaseando y comparándolas conmigo. Esto hizo que casi llegara a odiarle. Tan solo al pensar que había dedicado los 7 años de casada a nuestro matrimonio, a nuestra familia y a él y que prefería esas chicas de papel satinado que no hicieron nada por él, me irritaba los nervios. Habría tenido que trabajar dos o más horas diarias para simplemente empezar competir con ellas. ¿Y porqué tendría que empezar a competir con ellas? Criaba los chicos, cuidaba mi casa y cocinaba sus comidas. Mientras tanto, él malgastaba sus energías sexuales en esas brillantes fotografías demujeres que no hicieron nada por él excepto desnudar sus traseros para él en las páginas de esas revistas de mala calidad.

Yo tenía ideas preconcebidas sobre la clase de hombres que compraban esa clase de revistas. Mi marido parecía no cuadrar en esas ideas. Él era muy respetado en la comunidad, inteligente, atlético, trabajador y protector de su familia. Parecía tener un alto estándar moral y muy activo en nuestra iglesia. Era el tipo de hombre con el que una mujer se sentiría orgullosa de estar casada. A pesar de que viví con él la experiencia de su carácter impío, la pereza y el abandono en que a veces dejaba la casa, mi imagen de él nunca había incluido lo que yo ojeé en las páginas de sus revistas.

Fui presa de la desesperación hasta que llegué al fondo del pozo. Entonces vi un par de revistas que eran diferentes de las otras. Representaban a mujeres dominantes (dóminas) y hombres sumisos, tanto en dibujos como en historias. Algunas de las mujeres fotografiadas eran altas y bellas, del tipo de Amazonas como Xena, la princesa guerrera, pero otras no eran tan atractivas como yo. Muchas de las historias y fotografías representaban a mujeres sirviendo a hombres en formasen las que yo nunca me imaginaría a un hombre sirviéndome -cocinando, limpiando, dando masajes- y siendo castigados si sus servicios no cuadraban con lo esperado por esas implacables mujeres. Esto me convenía.

No estaba segura de que hacer en esa situación. Una parte de mí estaba furiosa y quería enfrentarse a mi marido y obligarle a explicarse. Otra parte de mí quería olvidarlo todo. Estaba demasiado avergonzada en confiarlo a nadie. Devolví las revistas a su sitio y pasé las siguientes semanas tratando de pensar que hacer al respecto.

Gracias a Internet encontré la solución. Empecé mi investigación. Era unja fuente anónima y llena de información. Encontré que mi situación no era tan inusual como me imaginaba, y que el comportamiento de mi marido tampoco lo era. Solucioné mi problema e hice de mi marido una mejor esposa.

Mi Solución

Me sorprendió la cantidad de cosas que aprendí. Al tiempo que formulé mi plan, a menudo dudaba de mi misma. A menudo pensé que no saldría bien. Él es tan macho, tan fuerte, tan independiente. Cuando dudaba, recordaba estas revistas y todo lo que aprendí en mi investigación. Recordaba mi ira y el modo en que me había tratado, en que me había tomado el pelo y me engañó en su afecto. Estaba preparada.

Un sábado por la noche, cuando él estaba sentado en el sofá esperando a que le hiciera la cena, llevé a los chicos a casa de mi hermana y pasé por su oficina para recoger sus revistas. Durante la cena le dije que tenía algo que discutir con él que requería toda su atención. Le dije que teníamos que reunirnos en el dormitorio cuando acabáramos de cenar. Me preguntó sobre que teníamos que hablar. Utilicé un tono de voz bastante severo y me encantó ver su semblante nervioso. Ni protestó ni discutió.

Una vez en el dormitorio, le dije que se sentara en la cama. Quería mirarle de arriba a abajo. Le miré a los ojos y dije: "Yo pienso que tienes un problema que está afectando anuestro matrimonio y no vamos a abandonar esta habitación hasta que hagamos algo para solucionarlo". Empezó a decir algo pero levanté mi mano para cortarle: "¿Sabes cuantas veces eyacula un hombre de tipo medio?"

Fue solo una fracción de segundo, pero lo vi bajar sus ojos y enrojecer. Entonces adquirió una postura como de indignación y dijo: "¿De que demonios estás hablando?" Levanté mi mano para pararle y me fui al otro lado de la cama donde había puesto las revistas y las puse en la cama a su lado.

"Explicame esto", le exigí. "Y ni siquiera pienses en mentirme". Se quedó sin palabras. Durante un minuto casi me apiadé de él. Casi cedí. Pero entonces decidí disfrutar de su derrota. Me incliné sobre él y le apunté con mi dedo a la cara. "Bien, ¿que tienes que decir?" Otra vez nada. Le miré fijamente a la cara durante otro largo momento y dije: "Okay, te haré otra pregunta más fácil. ¿Con que frecuencia te masturbas?

Me miró de abajo a arriba y trató de decir algo. No pudo. Abrió la boca tratando de decir algo y su cara se volvió de color rojo. Estaba sin respiración. Esto me recordó cuando una tarde, en nuestra primera cita, yo llevaba un nuevo vestido de noche que, tengo que admitirlo, me sentaba muy bien. Cuando vino a recogerme y me vio allí parada en aquel vestido de noche, se quedó sin respiración y sin palabras, con la boca abierta como ahora. Era una mirada de asombro e impotencia que no había visto desde entonces. Y ahora,nueve años y dos niños más tarde, allí estaba esa mirada otra vez. Sentí un poder que no había sentido durante años. Era raro y excitante.

Decidí ir un poco más despacio para que se le desatara la lengua. Me senté en la cama a su lado, cogí su barbilla con mi mano y cariñosamente le dije que estaba todo bien si me lo contaba, que necesitaba saberlo todo con el fin de mejorar nuestro matrimonio. Respiró profundamente y me dijo: "Quizás una vez o dos al mes", susurró. Levanté su barbilla y le miré directamente a los ojos.

"Díme la verdad". Se tomó unos minutos pero al final elevó el número a un par de veces a la semana. Todavía no estaba segura pero era un número creíble, que yo podía aceptar de momento. Le dije que no podía tolerarlo más.Le dije que Dios había aceptado este matrimonio como legítimo y que su energía sexual desperdiciada y su hábito de masturbación era una violación del sagrado matrimonio. Luego me llegó la inspiración de lo que podría determinar su total sumisión hacia mi: "¿Que crees que pensará la gente si se entera de todo esto?"

"No se lo digas a nadie", imploró

Me levanté y me paré de pie con las manos en jarras. "Bien, entonces necesitamos hacer algo al respecto. "¿No estás de acuerdo? Asintió con la cabeza.

Pensé que era el momento de la verdad. Había llegado hasta este punto y todo había salido muy bien, tal como planeé, o incluso mejor. Levanté su barbilla hacia mi cara otra vez. Necesitas un poco de disciplina, ¿no?

Allí estaba otra vez esa boca bien abierta.Esto envió un escalofrío de placer por mi columna vertebral hasta mi ingle. Le ordené que se levantara y que fuera a mi despacho y que trajera el cepillo de madera que yo había comprado con tal propósito. Me volví a sentar en la cama y le ordené que permaneciera de pie junto a mí. "¿Bájate los pantalones?" Dudó. "AHORA", le ordené. Desató su cinturón y dejó caer sus pantalones hasta el suelo. "Los calzoncillos también", le dije.

Pienso que por parte de los dos todo se sentía como extrañamente inevitable. No protestó. No dijo que me estaba comportando de una manera ridícula. Simplemente bajó sus calzoncillos y se puso rojo como la grana.

"¿Que está pasando aquí?", pregunté. Tenía la polla tiesa.

"No era mi intención que esto sucediera", balbuceó.

"No estará así por mucho tiempo", le aseguré. Entonces di unas palmaditas en mi regazo con el cepillo para el cabello. Su mirada era confusa y mi confianza empezó a decaer. Entonces le miré fijamente, allí estaba plantado de pie y parecía tan estúpido con sus calzoncillos en los tobillos, que simplemente di unos golpecitos con más autoridad en mi regazo. Tomó su lugar en mi regazo sin decir una palabra.

Mis primeros golpes fueron una mera tentativa y, por lo tanto, élno emitió ningún sonido de queja. Golpeé más fuerte. Ahora si se quejó y pude sentir como su erección disminuyó. No había nada agradable para él hasta ahora.

Mientras le golpeaba dejé vagar mi mente rememorando el modo en el que él me había ignorado durante los dos últimos años, como me había ignorado mientras se la pelaba regularmente con aquellas fotografías. Cuatro docenas más de duros golpes. Su trasero estaba de un color rojo brillante y las ronchas fueron tomando forma. Él se retorcía inutilmente pidiendo que me detuviera. Fue catártico para mí. Toda la furia que había estado almacenando salió.

Por último empezó a llorar. Paré y ledije que ya podía ponerse de pie. Su erección hacía tiempo que se había ido, y sus ojos estaban acuosos y rojos. Tan pronto como se puso de pie, se arrodilló y abrazó mis piernas. Estaba allí arrodillado, disculpándose profundamente al tiempo que yo acariciaba sus cabellos con mis dedos.

Con mi furia abatida, en aquel momento le amé de una manera más fuerte en que lo había hecho desde hace años. Todas las frustraciones, dudas e ira que yo había experimentado hacia él habían desaparecido y nunca más se interpusieron entre yo y mi amor por él. Sentí unas ganas tremendas de empujar su cara hacia mi ingle y hacer que me de placer con su lengua (él no me lo había hecho durante años). Pero me contuve. Esto podría venir más tarde.

Le dije que se pusiera de pie, cara a una esquina del dormitorio y que meditara sobre lo que había hecho y lo que había pasado en aquella habitación. Lo hizo sin un sonido de protesta. Trató de suavizar sus nalgas acariciándolas con sus manos. "No", le dije, "pon tus manos a los lados". Realmente se le veía lindo allí de pie con su culo rojo brillante, obedeciéndome sin protestar. "Ahora no te muevas", dije. No tardaré mucho en volver."

Bajé a la planta abajo y me hice una taza de té. Cuando volví, le encontré exactamente como le había dejado. Me senté en nuestro sillón de orejas y tomé unos pocos sorbos de té. Él permaneció en silencio. Puse la taza sobre la mesita de noche.

"Ven aquí Patrick", le ordené. Se acercó y se paró enfrente de mi. Se tapaba sus genitales con sus manos.

"¿Puedo vestirme"?" preguntó.

"No cielo." contesté. "Primero tenemos que hablar sobre las reglas. Saca las manos de tus genitales." Tragó saliva y, por supuesto, obedeció.


Las Reglas

No me había dado cuenta de la importancia de esa tarde hasta ese momento. La dinámica del poder en nuestra relación había dado un giro brusco y repentino. Como muchas mujeres, había vivido con el miedo a perder mi matrimonio. A consecuencia, yo había puesto mucha más energía en nuestro matrimonio que él. Era injusto y yo estaba resentida, pero lo había aceptado como mi realidad, como algo que no podía cambiar. Durante las semanas anteriores a esa noche, comencé a pensar que podía cambiar las cosas. Estaba mentalmente preparada para establecer la ley y tenía mi lista de reglas escritas. El poder que sentí mientras él permanecía desnudo delante de mi esperando por sus "nuevas reglas" me hicieron emocionalmente preparada.

Cogí su escroto y pene en mis manos y le dije: "Esto no pertenece a tí solo, Patrick. No se lo que entendías antes de esto, pero cuando tu hicistes tus votos de boda,prometistes serme fiel. Esto significa que tu sexo me pertenece. ¿Lo entiendes ahora?" Él asintió silenciosamente. "Dime que lo entiendes", le exigí.

"Lo entiendo," dijo. Su pene se estaba poniendo tieso otra vez, así que supe que tenía su atención dividida.

"Okay, aquí están tus nuevas reglas":

1. No vas a eyacular sin mi conocimiento y permiso. ¿Lo entiendes?"
"Si."

2. "No vas a mentirme ni a engañarme. ¿Entiendes?"
"Si."

3. Voy a guardar estas revistas tuyas escondidas y fuera de tu alcance solo para el caso de que necesites un recuerdo, pero nunca más vas a mirar pornografía. ¿Entendido?"
"Si."


4. Vas a ser un mejor marido de lo que has sido hasta ahora. Vas a prestar más atención a mis necesidades y las de los niños. ¿Entendido?"
"Si."

5. "Yo seré la juez de tu actuación como marido. Será tu mayor prioridad ganar mi aprobación de tu actuación. ¿Entendido?
"Si."

6. "Harás la parte de tu trabajo que te corresponde en esta casa sin quejas y sin necesidad de que se te ruege. ¿Entendido?"
"Si."

"7. "Cuando cumplas mis expectativas serás recompensado; cuando no, serás disciplinado. ¿Aceptas esta disciplina sin rebelarte? ¿Entiendes?"
"Si".

"Ok," le dije "estas son las reglas generales.” No pude aguantarme. y el di un beso. "Bien, hablaremos sobre los detalles más tarde." Le dije que me diera placer con su boca. Le dije que su objetivo era mantenerme al borde de un orgasmo durante la próxima media hora antes de hacerme correr.

Fue el más dulce que había experimentado durante años. Ya que él no tenía manera de comprobar la hora con la cara enterrada, se tomó mucho másde la media hora. Cuando estaba satisfecha, le dejé levantarse. Caricié sus genitales. "Eso estuvo bien, Patrick," le dije, "Pero tu no tendrás ningún orgasmo esta tarde. De hecho," le dije mientras le acariciaba "puede pasar un tiempo antes de que te merezcas uno."

Él sólo gemía. Cuando dejé de tocarle, le besé y le acaricié, y se acurrucó en mi regazo como no había hecho en años. Le dije que había algunos detalles que resolver antes de ir a dormir. Le mostré la carta que había escrito para él y le expliqué el sistema de puntos de mérito y demérito. No protestó. Me fuí a dormir tan pronto acarició y me hizo un masaje en mi espalda. Fue un sueño maravilloso. Por fin conseguí el control de mi matrimonio.

(Continuará… con más de "Vivian's" insights on “Domestic Discipline.”)

FIN