Hacía 7 años que estaba casado con Andrea. Vivíamos felices, o al menos eso pensaba yo. Pero la durísima crisis del 2009 destapó lo peor de nosotros dos. O lo mejor, según se mire.
Mi nombre es Miguel y trabajaba como comercial. Ganaba entre 3 mil y 5 mil euros al mes. Aunque mis ganancias oscilaban mucho (en agosto no ganaba nada y en julio apenas la tercera parte de un mes normal), como promedio ganaba unos 4.000 euros/mes, casi 50.000 anuales. Andrea regentaba una zapatería junto a su hermana, y sus ingresos eran tan irregulares como los míos, pero el promedio era de unos 3.000 mensuales. Entre ambos juntábamos unos 7 mil al mes, casi noventa mil al año. Como el local era herencia de sus padres, no pagan ni alquiler ni traspaso.
Además, vivíamos en un piso que era de mi esposa, que sus padres le habían dejado en herencia, y ni pagábamos hipoteca ni alquiler. Éramos unos manirrotos, y no ahorrábamos nada. El puente de San José, la Semana Santa, el puente de primero de mayo, las vacaciones de verano, el puente de Todos los Santos, el de la Constitución, Navidades, Fin de Año, Reyes, etc. Si no había puente, fabricábamos un acueducto. Si una fiesta caía en miércoles, o la uníamos con el fin de semana anterior, o con el posterior. A veces, incluso con ambos, y nos tomábamos unos nueve días. Como nosotros éramos nuestros propios jefes, hacíamos y deshacíamos a nuestro antojo.
Vino la crisis, y a principios de 2009 me quedé sin empresa a la que representar. Busqué y rebusqué hasta debajo de las piedras, y no encontré nada.El coche, con más kilómetros que años, me dejó tirado. Costaba una pasta gansa repararlo. Dejamos de viajar al mismo tiempo que mis ingresos y los de mi esposa. El único dinero que entraba en casa eran unos 900-1.000 euros de la mitad de los beneficios de la zapatería.
La avería del coche fue la gota que colmó el vaso. Hablé con Andrea y me dijo que dejara las ventas, que si después de casi 10 meses sin conseguir nada y gastando dinero en gasolina y en dietas. no había obtenido nada, mejor era dejarlo. No podíamos aguantar más con nuestros ingresos. Había que reducir gastos, y ni hablar de reparar el coche.
Y entonces me explicó que mucha gente compraba más en los puestos callejeros de los mercadillos que antes de la crisis, y que eso hacía disminuir las ventas de la tienda. Laura, su hermana, se había divorciado, y José, su marido, le había dejado la furgoneta de instalador de gas. Pensaban usarla para transportar el género desde la tienda al lugar donde se celebraba el mercadillo.
Touché. Andrea y yo nos habíamos casado con separación de bienes. Ella había recibido el piso de sus padres antes de casarnos, y su hermana Laura otro de similar tamaño dentro de la misma zona. Ambas habían recibido de sus padres el local comercial, que poseían, por lo tanto, a medias. Yo, realmente, no poseía nada más que mis ropas y mis enseres personales. O sea, nada. Estaba atrapado. Meses más tarde, le conté a un abogado y me contó que en realidad no era así, que si yo me hubiese opuesto, no tendría que haberse mudado Laura a nuestro piso, porque aunque era propiedad de Andrea, era también nuestro hogar. Mi esposa no podía obligarme a vivir con una persona ajena a nuestro hogar. Pero el que no conoce sus derechos, nada puede hacer. Y yo me lo creí. Aunque en realidad tampoco habría ganado mucho, porque Andrea se podía haber divorciado de mi, obligarme a abandonar el hogar, ya que era suyo, y entonces si podía haber hecho lo que le viniese en gana. El abogado este juega un papel importante al final de esta historia.
El plan de las chicas, por decirlo de alguna manera, era que Laura alquilase su piso (de hecho ya tenía una propuesta de alguien de confianza), se viniese a vivir con nosotros, y nos pagase una parte de sus ingresos por el alquiler como subarriendo, por así decirlo. Bueno, en realidad que le pagase a mi mujer, ya que el piso era suyo. Por supuesto, Laura también juega una parte importante en esta historia.
Yo les propuse a mi mujer que yo me ocupase de las ventas en el mercadito, a lo que ella se negó.
Obviamente, me quedé sorprendido. Si alguien me hubiese preguntado hace un año o dos quien mandaba en nuestro hogar, hubiese respondido con ese chiste malo de: "Si tu mujer te dice que te tires por la ventana, múdate a vivir a una planta baja". Pero yo sabía que en realidad era un chiste para esconder mi machismo. Como ella afirmó, se ocupaba del 90% de las tareas del hogar. Pero con mucho tiempo libre, era el momento de hacerlas yo mismo.
El primer día me lo tomé con mucha calma. La verdad es que apenas si limpié y cociné. Pasé una gran parte de la mañana en el bar, gastando unos ingresos que no nos podíamos permitir gastar. Cuando de repente miré la hora, vi que era la una y media. Me fui a casa corriendo y cociné un arroz a la cubana, una receta rápida y fácil. Cuando vinieron Andrea y Laura, mi mujer se enfadó. La casa estaba muy poco limpia, por decirlo de una manera suave. Y me lanzó el ultimátum:
Gilipollas de mi, me fui. Supongo querido lector que nunca has estado viviendo en la calle. Es peor que el infierno. Te ves a ti mismo como a una basura. La gente pasa y ni te mira, como si fueras una estatua. Después de cuatro noches, volví a casa con el rabo entre las piernas. Andrea me obligó a arrodillarme, a pedirle disculpas y a rogar que la dejara vivir con ellas dos. Pero a partir de entonces, no me dejó dormir en nuestra cama (bueno, en su cama) de matrimonio. Sacó mi saco de dormir de cuando era joven y la esterilla y me obligó a dormir en el suelo.
Algunos días más adelante, tuvimos una conversación sobre nuestra anterior vida marital, que acabamos hablando de sexo.
¡¡¡Fingir!!! ¿Mi mujer fingía? No me lo creía.
Llegó la primavera, y un fin de semana que hacía calorcito, Andrea se fue el viernes por la noche. Yo había salido porque Laura me llamó porque Andrea se encontraba mareada. Lo que no sabía es que Andrea estaba espiándome tras una enorme planta en el portal. Cuando salí, entró en la alcoba e hizo una maleta apresuradamente. Cuando llegué a la tienda, Andrea me dijo que fue una broma. Cuando regresé, vi encima de la cama un montón de ropa de Andrea desordenada y faltaba una maleta pequeña. Cuando vino Laura, me dijo que se fue a pasar el fin de semana a la costa. Cuando quise saber con quién, dijo que no lo sabía. Psé el peor fin de semana de mi vida.
Cuando regresó el domingo por la noche, interrogué a Andrea con premura. Al principio se negó a contestar, pero cuando insistí, me lanzó lo siguiente:
¿Que te crees que hice? Ajo y agua. ¿Que otra opción tenía? ¿Volver a la calle? Y a este fin de semana, le siguieron otros. Cornudo y consentido, eso es lo que era. Como me dijo Andrea una vez: imagínate que es un negro y me quedo embarazada. Las píldoras a veces fallan, o la persona que se las toma se olvida. Afortunadamente se parece a ti en el aspecto físico, aunque es mucho más hombre que tú.
A principios de julio, en vez de ir Andrea a Zaragoza a pasar el fin de semana, vino él. Encima le tuve que aguantar. Y aunque no te lo creas, Andrea me impidió dormir en el otro dormitorio. El piso tenía tres. También podría haber dormido en el comedor. Pero ella me obligó a dormir en el suelo, mientras oía como Antonio se follaba a mi mujer a oscuras.
En el mes de agosto, Andrea y Antonio se fueron de vacaciones. Y Laura había conocido a otro hombre, y también se fue. Me quedé solo en el piso, consumiendo el poco dinero que mi mujer me había dado para vivir. Me maté a pajas. Y lo que es extraño, me calentaba imaginando en Ana y Antonio follando.
Laura ya no volvió; se fue a vivir con su novio.Y cuando volvió Andrea, le exigía arreglar mi situación. No hacía más que matarme a pajas. Andrea dijo:
Así es como conocí a Carlos, un vecino que tenía un quiosco cercano.Y Andrea tenía razón: la penetración anal duele un poco al principio, pero después gusta.
La avería del coche fue la gota que colmó el vaso. Hablé con Andrea y me dijo que dejara las ventas, que si después de casi 10 meses sin conseguir nada y gastando dinero en gasolina y en dietas. no había obtenido nada, mejor era dejarlo. No podíamos aguantar más con nuestros ingresos. Había que reducir gastos, y ni hablar de reparar el coche.
- ¿Y que hago?
- Limpiar la casa, comprar, cocinar, planchar, fregar... La verdad que desde que estamos casado he sido yo la que ha hecho la mayor parte de las tareas del hogar. Laura y yo estamos pensando en vender en los mercadillos ambulantes.
Y entonces me explicó que mucha gente compraba más en los puestos callejeros de los mercadillos que antes de la crisis, y que eso hacía disminuir las ventas de la tienda. Laura, su hermana, se había divorciado, y José, su marido, le había dejado la furgoneta de instalador de gas. Pensaban usarla para transportar el género desde la tienda al lugar donde se celebraba el mercadillo.
- Pero hay otra novedad más. Laura se va a venir con nosotros.
- ¿Como? ¿Has llegado a ese acuerdo sin consultarme?
- ¿Recuerdas de quién es el piso?
Touché. Andrea y yo nos habíamos casado con separación de bienes. Ella había recibido el piso de sus padres antes de casarnos, y su hermana Laura otro de similar tamaño dentro de la misma zona. Ambas habían recibido de sus padres el local comercial, que poseían, por lo tanto, a medias. Yo, realmente, no poseía nada más que mis ropas y mis enseres personales. O sea, nada. Estaba atrapado. Meses más tarde, le conté a un abogado y me contó que en realidad no era así, que si yo me hubiese opuesto, no tendría que haberse mudado Laura a nuestro piso, porque aunque era propiedad de Andrea, era también nuestro hogar. Mi esposa no podía obligarme a vivir con una persona ajena a nuestro hogar. Pero el que no conoce sus derechos, nada puede hacer. Y yo me lo creí. Aunque en realidad tampoco habría ganado mucho, porque Andrea se podía haber divorciado de mi, obligarme a abandonar el hogar, ya que era suyo, y entonces si podía haber hecho lo que le viniese en gana. El abogado este juega un papel importante al final de esta historia.
El plan de las chicas, por decirlo de alguna manera, era que Laura alquilase su piso (de hecho ya tenía una propuesta de alguien de confianza), se viniese a vivir con nosotros, y nos pagase una parte de sus ingresos por el alquiler como subarriendo, por así decirlo. Bueno, en realidad que le pagase a mi mujer, ya que el piso era suyo. Por supuesto, Laura también juega una parte importante en esta historia.
Yo les propuse a mi mujer que yo me ocupase de las ventas en el mercadito, a lo que ella se negó.
- No te enojes, cariño, pero siempre hicistes lo que quisistes en nuestro matrimonio, pero ahora que ya no tienes ningún tipo de ingreso, la que manda ahora en esta casa soy yo, dijo remarcando cada sílaba de la última frase.
Obviamente, me quedé sorprendido. Si alguien me hubiese preguntado hace un año o dos quien mandaba en nuestro hogar, hubiese respondido con ese chiste malo de: "Si tu mujer te dice que te tires por la ventana, múdate a vivir a una planta baja". Pero yo sabía que en realidad era un chiste para esconder mi machismo. Como ella afirmó, se ocupaba del 90% de las tareas del hogar. Pero con mucho tiempo libre, era el momento de hacerlas yo mismo.
El primer día me lo tomé con mucha calma. La verdad es que apenas si limpié y cociné. Pasé una gran parte de la mañana en el bar, gastando unos ingresos que no nos podíamos permitir gastar. Cuando de repente miré la hora, vi que era la una y media. Me fui a casa corriendo y cociné un arroz a la cubana, una receta rápida y fácil. Cuando vinieron Andrea y Laura, mi mujer se enfadó. La casa estaba muy poco limpia, por decirlo de una manera suave. Y me lanzó el ultimátum:
- O te encargas de toda la faena de la casa, o te vas de patitas a la calle.
Gilipollas de mi, me fui. Supongo querido lector que nunca has estado viviendo en la calle. Es peor que el infierno. Te ves a ti mismo como a una basura. La gente pasa y ni te mira, como si fueras una estatua. Después de cuatro noches, volví a casa con el rabo entre las piernas. Andrea me obligó a arrodillarme, a pedirle disculpas y a rogar que la dejara vivir con ellas dos. Pero a partir de entonces, no me dejó dormir en nuestra cama (bueno, en su cama) de matrimonio. Sacó mi saco de dormir de cuando era joven y la esterilla y me obligó a dormir en el suelo.
Algunos días más adelante, tuvimos una conversación sobre nuestra anterior vida marital, que acabamos hablando de sexo.
- Tú me pedías follar 3 ó 4 veces a la semana, pero a mi me apetecía 1 ó 2. Tú me acariciabas donde me encontrabas, intentando calentarme, y yo acababa cediendo, más que nada para conservar nuestro matrimonio.
- ¿Y las veces que no te apetecía?
- Fingía.
¡¡¡Fingir!!! ¿Mi mujer fingía? No me lo creía.
- Es muy fácil engañar a los hombres. Cuando estáis follando, no veis ni tres en un burro. Con unos cuantos gemidos era suficiente.
Llegó la primavera, y un fin de semana que hacía calorcito, Andrea se fue el viernes por la noche. Yo había salido porque Laura me llamó porque Andrea se encontraba mareada. Lo que no sabía es que Andrea estaba espiándome tras una enorme planta en el portal. Cuando salí, entró en la alcoba e hizo una maleta apresuradamente. Cuando llegué a la tienda, Andrea me dijo que fue una broma. Cuando regresé, vi encima de la cama un montón de ropa de Andrea desordenada y faltaba una maleta pequeña. Cuando vino Laura, me dijo que se fue a pasar el fin de semana a la costa. Cuando quise saber con quién, dijo que no lo sabía. Psé el peor fin de semana de mi vida.
Cuando regresó el domingo por la noche, interrogué a Andrea con premura. Al principio se negó a contestar, pero cuando insistí, me lanzó lo siguiente:
- He estado con un hombre mucho más hombre que tu, y te aseguro que no hemos ido a jugar al ajedrez.
¿Que te crees que hice? Ajo y agua. ¿Que otra opción tenía? ¿Volver a la calle? Y a este fin de semana, le siguieron otros. Cornudo y consentido, eso es lo que era. Como me dijo Andrea una vez: imagínate que es un negro y me quedo embarazada. Las píldoras a veces fallan, o la persona que se las toma se olvida. Afortunadamente se parece a ti en el aspecto físico, aunque es mucho más hombre que tú.
A principios de julio, en vez de ir Andrea a Zaragoza a pasar el fin de semana, vino él. Encima le tuve que aguantar. Y aunque no te lo creas, Andrea me impidió dormir en el otro dormitorio. El piso tenía tres. También podría haber dormido en el comedor. Pero ella me obligó a dormir en el suelo, mientras oía como Antonio se follaba a mi mujer a oscuras.
En el mes de agosto, Andrea y Antonio se fueron de vacaciones. Y Laura había conocido a otro hombre, y también se fue. Me quedé solo en el piso, consumiendo el poco dinero que mi mujer me había dado para vivir. Me maté a pajas. Y lo que es extraño, me calentaba imaginando en Ana y Antonio follando.
Laura ya no volvió; se fue a vivir con su novio.Y cuando volvió Andrea, le exigía arreglar mi situación. No hacía más que matarme a pajas. Andrea dijo:
- Te presentaré a un chico. Está enamorado de ti y tiene una polla enorme, así de grande- me dijo mientras separaba los brazos exageradamente.- La penetración anal es muy buena. Antonio y yo lo hemos probado mucho estas vacaciones de verano, y aunque al principio me dolió, después empezó a gustarme tanto o más que la vaginal. Carlos es muy buen chico y te adora.
Así es como conocí a Carlos, un vecino que tenía un quiosco cercano.Y Andrea tenía razón: la penetración anal duele un poco al principio, pero después gusta.