Al día siguiente, serían cerca de las doce de la noche, sonó el teléfono. Contestó Vanessa. Salí de la habitación, porque ella me tenía ordenado que, cuando sonara el teléfono y ella estuviera en casa, no debía cogerlo, y cuando contestara, debía salir del salón-comedor para no escuchar su parte de la conversación. Fui a la cocina a esperar a que me ordenara algo. A los pocos minutos, la oí gritar mi nombre. Acudí corriendo al salón-comedor:
- Eran los vecinos que nos saludaron anoche. Les invité a venir a casa a tomar una copa. ¿Estamos surtidos de bebidas?
- Lo habitual -contesté. Y tenemos una botella de champagne ultra brut de buena marca.
- ¿Hielo?
- Sí, tenemos mucho hielo.
- Fantástico.
Me fui a la cocina a revisarlo todo. A los pocos minutos, sonó el timbre de la puerta.
- Ábrela. Deben ser ellos.
- ¿Así? -pregunté. Estaba desnudo.
- ¿Cuando te acostumbrarás a obedecer sin preguntar ni hacer objeciones? Se que estas en bolas, no soy ciega. Ahora obedece.
Le obedecí. La pareja, de nuestra edad, año más, año menos, se mostró sorprendida. Tuve que insistir para que pasaran. Por fin se decidieron. Cerré la puerta tras ellos y les indiqué el camino al salón-comedor. Se presentaron como Samanta y Ángel. Vanessa les preguntó que querían tomar, pero les aconsejó el champagne. Se decidieron por esta bebida, Vanessa me ordenó servirlo, y les llevé en una bandeja el cubitero con agua y cubitos de hielo, con la botella dentro, y tres copas de champagne. Los tres estaban sentados en el sofá. Acerqué una mesita bajita y puse la bandeja encima de ella. Yo me puse de rodillas sobre una esterilla que teníamos para esos momentos.
- ¿Él no toma nada? -preguntó Samanta.
- Si yo no lo autorizo, solo toma agua. Una botella de champagne repartida entre cuatro personas, toca apenas a poco más de una copa por persona. No se a vosotros, pero a mi me gusta mucho.
- ¡Que pareja más rara!, exclamó Samanta.
Saborearon el Champagne. Vanessa les contó, con pelos y señales, nuestra relación especial. Les contó las reglas que ella impuso y yo debía obedecer. También les contó nuestras relaciones sexuales sin omitir detalle, por más íntimo que fuera. También les contó con pelos y señales nuestra relación sexual de la noche anterior, incluyendo, claro está, lo que estábamos haciendo tan tarde en el balcón de casa cuando ellos dos nos saludaron con la mano, y yo contesté de igual modo. Vanessa no ahorró ningún detalle por escabroso que fuera. Al principio, ellos abrieron los ojos como platos,. pero después estaban muy interesados en los detalles concretos. Le preguntaban a Vanessa a placer. Su curiosidad quedó satisfecha. Para apoyar su relato, Venessa sacó todos nuestros escasos cachivaches: un par de esposas, los dos consoladores con un arnés, mi CB-6000, y un par de esposas para los tobillos. Les contó que no usábamos ni látigo ni ningún otro instrumento de tortura, ya que lo nuestro no es el sadomasoquismo, el BDSM, los sótanos lúgubres, etc.
La conversación se desarrolló durante varias horas. Al cabo de un poco más de media hora, Vanessa, sin yo preguntarle nada, me dio permiso para sentarme encima de la esterilla. Ella se preocupa mucho por mi salud. La botella de champagne desapareció en un santiamén, y puse una botella de whisqui y saqué cubitos de hielo. Vanessa les contó el gran orgullo que tengo yo de tener la casa muy bien limpia, muy bien arreglada, todo en perfecto orden.
Llegó un momento, cerca de las cinco, que ya la conversación se extinguía ella sola, y el entusiasmo del principio fue sustituido por los bostezos mal disimulados.
Samanta y Vanessa lo arreglaron todo. Íbamos a hacer intercambio hasta el domingo a las 6,00h de la tarde. Teníamos tres días por delante. Me iba a vestir para ir con Samanta, cuando Vanessa me preguntó:
Y después, dirigiéndose a Samanta. dijo:
Y dirigiéndose a mi, dijo:
Ángel y Vanessa nos acompañaron hasta la puerta. Me sentía extraño. Mientras bajábamos en el ascensor, le dije a Sam que, cuando Vanessa y yo vamos por la calle caminando, yo suelo ir uno o dos pasos detrás de ella. Le pedí que ella cruzara la calle con decisión, que yo iba a ir detrás.
Salimos por el portal, y Sam se puso a caminar con decisión cruzando la calle. Yo iba detrás con la bolsa en la mano. Pero en mitad de la calle, Sam se paró y saludó agitando la mano a Ángel y Vanessa. Yo hice lo mismo. Reanudamos la marcha, entramos en el portal y subimos por el ascensor. No encontramos a nadie. Sam abrió la puerta del piso, me hizo pasar, y cerró la puerta tras de mi.
Me guió al dormitorio, la desnudé despacito, le ayudé a ponerse el gigantesco dildo, me puse de rodillas encima de la cama y ella me enculó. Volví a sentir dolor, pero no tanto como la primera vez. Después dormimos.
Al día siguiente, me vistió con ropas de su marido. Como recomendó Vanessa, me mandó poner un par de calzoncillos usados de Ángel. Fuimos de compras a un super. De vuelta, ella caminaba como si fuese una reina, y yo llevaba todas las bolsas caminado detrás de ella.
Lavé, limpié, cociné, fregué, planché y dejé su piso como los chorros del oro. Le cociné sus platos favoritos, follamos, quiero decir, yo le follé a ella y ella a mi con el Striker. Estaba contento por el cambio, que siempre suponía una novedad.
El sábado a la noche, cerca de las tres y media, ella me ordenó salir afuera del balcón, le ayudé a ponerse el Jeff Stryker, me subí al alfeizar de la ventana (su piso y el nuestro eran parecidos, ya que estaban hechos por la misma constructora y al mismo tiempo). Cuando me estaba follando, como un cuarto o 20 minutos más tarde, veo en el piso de enfrente, o sea, en el mío y el de Vanessa, a mi esposa y a Ángel saliendo al balcón. Vanessa llevaba a Ángel agarrándolo y con él encima, exactamente como la otra vez, pero con el marido de Sam en vez de conmigo. Vanessa puso a Ángel sobre el alfeizar de la ventana, my empezó con el mete-saca.
Sam me sacó el Stryker del culo y se giró para verlos. Esta vez la luz del balcón estaba encendida, y se podía ver con claridad. En el balcón de enfrente, Vanessa también sacó su polla del culo de su partener y se giró para vernos. Nos saludamos los cuatro agitando nuestras manos.
Y nos echamos a reír a mandíbula batiente.
PD: al principio, Vanessa y Samanta nos intercambiaban cuando querían. El fin de semana de la boda, Vanessa me dejó en casa de Sam y Ángel con la advertencia de que me portara bien. Los tres lo pasamos muy bien. Vamessa dio como excusa que yo estaba enfermo.
Nosotros vivíamos alquilados y con estrecheces. Ellos dos habían comprado su piso, y vivían con estrecheces por el pago de la hipoteca. Ninguno de los cuatro obtenía unos buenos ingresos, así que, cuando estaba claro que los cuatro nos llevábamos muy bien, nos mudamos al piso de nuestros vecinos de enfrente. Vamessa, que es quién dirige nuestra economía, le pagaba a Sam la mitad del alquiler. La solución era perfecta. Nuestro piso solo tenía un dormitorio; el de ellos, dos. Y no os quiero explicar las orgías que se arman los fines de semana entre los cuatro.
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado; y comieron perdices, y a mi no me dieron, porque no quisieron.
- Una de mis reglas es que si me obedece o yo considero que no se ha esforzado lo suficiente en cumplirlas, yo no le castigo físicamente. Las pocas veces que le he castigado, yo no he obtenido ningún placer, ni él tampoco -aseguró Vanessa. - Nosotros disfrutamos porque yo le doy órdenes y él las cumple. Yo decido todo, absolutamente todo, sin consultarle a él en absoluto. Es más, la mayoría de las veces, no le cuento las decisiones que tomo hasta el momento en que se producen. Por ejemplo, este año es el primero desde que estamos juntos en que no nos vamos de vacaciones, porque tenemos un negocio juntos, y con la crisis, no hemos ganado lo suficiente. Pero otros años, no sólo yo tomaba las decisiones de adonde ir de vacaciones, sino que además no se lo comunicaba hasta el mismo día de la partida. Es más, le tenía prohibido hasta preguntármelo.
- ¡Que fuerte!
- Una de nuestras reglas es que él no tiene que preguntarme nada, absolutamente nada, salvo que sea algo referente al desarrollo de nuestra vida cotidiana, como a que hora quiero cenar o que quiero cenar.
La conversación se desarrolló durante varias horas. Al cabo de un poco más de media hora, Vanessa, sin yo preguntarle nada, me dio permiso para sentarme encima de la esterilla. Ella se preocupa mucho por mi salud. La botella de champagne desapareció en un santiamén, y puse una botella de whisqui y saqué cubitos de hielo. Vanessa les contó el gran orgullo que tengo yo de tener la casa muy bien limpia, muy bien arreglada, todo en perfecto orden.
Llegó un momento, cerca de las cinco, que ya la conversación se extinguía ella sola, y el entusiasmo del principio fue sustituido por los bostezos mal disimulados.
- ¿Y que, vosotros no os animáis?
- Bueno, a mi ya me gustaría probar, la verdad sea dicha. Pero él no se si Ángel le gustará.
- Pues nada, hija, si quieres, en septiembre tengo que hacer un viaje para acudir a una boda de unos amigos, y es bastante lejos. Si quieres te lo presto durante el finde.
- ¿De verdad harías eso?
- Por supuesto que si. Te veo muy interesada.
- Yo si, pero Ángel...
- Bueno -intervino el muchacho- he de reconocer que ciertas cosas me interesan. Pero lo del enculamiento, eso si que no. Por ahí no paso. Absolutamente no. Es más, si Vanessa te presta a su marido, me parece estupendo, lo acepto incluso con agrado, pero el enculamiento, no, de ninguna manera.
- Bueno, si acepto el no de Ángel al enculamiento, podríamos intercambiar a nuestros maridos hasta el domingo al mediodía -dijo Vanessa. - ¿Que os parece?
- Por mi si -dijo Samanta.- Precisamente el lunes tengo que ir a trabajar, así que tendríamos un bonito fin de semana inusual, pero divertido. El verano en la gran ciudad es superaburrido. Sería un buen colofón para estas pésimas vacaciones. ¿Tú que dices, Ángel?
- Me parece bien. Sólo pido que se me respete mi condición.
- Bueno, pues entonces, todo arreglado. Hacemos intercambio de parejas esta noche - dijo Vanessa.
- ¿Él no opina? -preguntó Samanta.
- Absolutamente no- contestó Vanessa.
Samanta y Vanessa lo arreglaron todo. Íbamos a hacer intercambio hasta el domingo a las 6,00h de la tarde. Teníamos tres días por delante. Me iba a vestir para ir con Samanta, cuando Vanessa me preguntó:
- ¿Quién te ha mandado que te vistas? Quiero que vayas en pelotas. Total, solo hay que bajar por el ascensor, cruzar la calle y subir en el otro ascensor. En verano a estas horas de la madrugada, la ciudad está vacía. Ángel y tu tenéis, más o menos, la misma talla, así que si Vanessa creo apropiado que te vistas, puedes usar su ropa.
Y después, dirigiéndose a Samanta. dijo:
- Si no habeis hecho la colada hace poco y tienes calzoncillos sucios de Ángel, oblígale a que se los ponga sucios.
Y dirigiéndose a mi, dijo:
- Trae el Jeff Stryker y ponlo en una bolsa. Quizás Samanta quiera usarlo contigo.
Ángel y Vanessa nos acompañaron hasta la puerta. Me sentía extraño. Mientras bajábamos en el ascensor, le dije a Sam que, cuando Vanessa y yo vamos por la calle caminando, yo suelo ir uno o dos pasos detrás de ella. Le pedí que ella cruzara la calle con decisión, que yo iba a ir detrás.
Salimos por el portal, y Sam se puso a caminar con decisión cruzando la calle. Yo iba detrás con la bolsa en la mano. Pero en mitad de la calle, Sam se paró y saludó agitando la mano a Ángel y Vanessa. Yo hice lo mismo. Reanudamos la marcha, entramos en el portal y subimos por el ascensor. No encontramos a nadie. Sam abrió la puerta del piso, me hizo pasar, y cerró la puerta tras de mi.
- Me gustaría probarte con el Jeff Stryker.
- Estoy a tu disposición- dije.
- Pues entonces vamos a la cama. Tu no hace falta que te desnudes.
- Y tu tampoco, si no quieres - le dije.
- ¿Como? -dijo sorprendida.
- Quiero decir que si quieres te desnudo yo.
- OK- dijo con una sonrisa pícara en la cara.
Me guió al dormitorio, la desnudé despacito, le ayudé a ponerse el gigantesco dildo, me puse de rodillas encima de la cama y ella me enculó. Volví a sentir dolor, pero no tanto como la primera vez. Después dormimos.
Al día siguiente, me vistió con ropas de su marido. Como recomendó Vanessa, me mandó poner un par de calzoncillos usados de Ángel. Fuimos de compras a un super. De vuelta, ella caminaba como si fuese una reina, y yo llevaba todas las bolsas caminado detrás de ella.
Lavé, limpié, cociné, fregué, planché y dejé su piso como los chorros del oro. Le cociné sus platos favoritos, follamos, quiero decir, yo le follé a ella y ella a mi con el Striker. Estaba contento por el cambio, que siempre suponía una novedad.
El sábado a la noche, cerca de las tres y media, ella me ordenó salir afuera del balcón, le ayudé a ponerse el Jeff Stryker, me subí al alfeizar de la ventana (su piso y el nuestro eran parecidos, ya que estaban hechos por la misma constructora y al mismo tiempo). Cuando me estaba follando, como un cuarto o 20 minutos más tarde, veo en el piso de enfrente, o sea, en el mío y el de Vanessa, a mi esposa y a Ángel saliendo al balcón. Vanessa llevaba a Ángel agarrándolo y con él encima, exactamente como la otra vez, pero con el marido de Sam en vez de conmigo. Vanessa puso a Ángel sobre el alfeizar de la ventana, my empezó con el mete-saca.
- Mira, son nuestras parejas en el balcón.
- ¡A ver!
Sam me sacó el Stryker del culo y se giró para verlos. Esta vez la luz del balcón estaba encendida, y se podía ver con claridad. En el balcón de enfrente, Vanessa también sacó su polla del culo de su partener y se giró para vernos. Nos saludamos los cuatro agitando nuestras manos.
- ¿No dijo mi marido que no quería enculamientos?
- Te aseguro que Vanessa es muy convincente cuando quiere -dije.
Y nos echamos a reír a mandíbula batiente.
PD: al principio, Vanessa y Samanta nos intercambiaban cuando querían. El fin de semana de la boda, Vanessa me dejó en casa de Sam y Ángel con la advertencia de que me portara bien. Los tres lo pasamos muy bien. Vamessa dio como excusa que yo estaba enfermo.
Nosotros vivíamos alquilados y con estrecheces. Ellos dos habían comprado su piso, y vivían con estrecheces por el pago de la hipoteca. Ninguno de los cuatro obtenía unos buenos ingresos, así que, cuando estaba claro que los cuatro nos llevábamos muy bien, nos mudamos al piso de nuestros vecinos de enfrente. Vamessa, que es quién dirige nuestra economía, le pagaba a Sam la mitad del alquiler. La solución era perfecta. Nuestro piso solo tenía un dormitorio; el de ellos, dos. Y no os quiero explicar las orgías que se arman los fines de semana entre los cuatro.
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado; y comieron perdices, y a mi no me dieron, porque no quisieron.