Soy arquitecta, y tenía 30 años cuando pasó lo que voy a relatar. Trabajaba para una gran constructora y tenía a mi cargo la construcción de una torre de departamentos. Un día de invierno me llamó el encargado de la obra a mi móvil, y me pidió que fuese a la obra, que había algo que no entendía en los planos del piso octavo. Era la hora del mediodía y tomé un taxi y fue allí. Estaba un poco enfadada por importunarme a la hora de la comida, justo cuando iba a ir a comer algo, pero la obra llevaba retraso, y no estaba dispuesta a que se retrasara por mí.
Cuando bajé del taxi, los albañiles empezaban a comer. El encargado, un chico de mi edad, no muy alto pero fuerte y bien parecido, se adelantó a recibirme. Después subimos por el ascensor de la obra hasta el piso octavo. Me preguntó su duda, y yo le respondí. Empezamos a discutir, pues aseguraba que mis órdenes podrían retrasar la obra. Sin embargo, no gritábamos, sino que discutíamos en un tono de voz bastante normal. Yo tampoco iba a dejar que me levantara la voz, ya que yo era su jefa inmediata. Estuvimos como una media hora, aunque no controlé el reloj,
De repente, algo extraño pasó. Yo estaba hablando cuando me di cuenta de que parecía no escucharme. Miraba el suelo y estaba como en otro planeta. Su mirada parecía ausente. Yo me quedé callada, intuyendo que algo raro le pasaba. Seguí su mirada y me di cuenta de que lo que miraba eran mis botas. Como ya dije, era un día de invierno, un día frío, con un viento helado. Había llovido por la noche y las calles estaban mojadas. Hacía bastante humedad, y eso aumentaba la sensación de frío. Me gustan las botas altas hasta casi la rodilla y con mucho tacón, cuanto más fino y alto mejor. Me gustan esos tacones de aguja, que para mi son muy sexys. Siempre que puedo las llevo, excepto en verano. Y por supuesto,aquel día de frío las llevaba. Tenía en casa como diez o doce pares de botas. También llevaba unos jeans bien ajustados, de marca, como a mi me gustan. Y lo que se veía encima de la ropa que llevaba puesta era el abrigo. En particular, los días de frío no me gustan nada, porque por culpa de tanta ropa de abrigo, no puedes mostrarte tan sexy como me gustaría.
Como digo,el tipo aquel, David era su nombre, estaba callado y mirándome fijamente las botas altas y de tacón de aguja. Y de repente, se echó al suelo, se arrodilló delante de mi y empezó a lamerme una de mis botas.
Si, habeis leído bien. Me lamió las botas. Soy incapaz de calcular los minutos que estuvo así, que a mi me parecieron eternos. Menos mal que los obreros estaban comiendo y estábamos solos. Y además, el piso octavo ya tenía las paredes exteriores hechas, así que nadie de los edificios cercanos pudo vernos. Yo no sabía como reaccionar, y me quedé parada, de pie, mientras él me lamía las botas. Imaginaos la escena: yo de pie y tiesa como una mojama por el frío y él, arrodillado en el suelo, lamiéndome las botas. Bueno, para ser sincera, sólo lamió una, la izquierda. Lo que si puedo asegurar es que estuvo, como mínimo, 3 ó 4 minutos. Yo miraba para abajo, y cuando lamió la puntera de mi bota, no podía ver su lengua, ya que su cabeza me lo impedía. Pero cuando empezó a subir para arriba y a lamer la caña de la bota, podía ver su cara de perfil y su lengua lamiendo el símil de cuero de mi bota.
Como he dicho, la noche anterior había llovido y las calles estaban húmedas. Pero alrededor de la obra, habían charcos llenos de barro. Las obras, desde luego, no son unos lugares muy limpios. Mis botas estaban manchadas de barro, y él estaba limpiando mi bota izquierda con su lengua.
No se, algo raro pasó en mi interior, pero lo increíble es que me estaba gustando. Ver a un tipo adulto y fuerte, no un alfeñique enclenque y medio raro, lamiéndome una de mis botas me puso a cien. Y cuando dejó de hacerlo y se levantó, me supo a poco. A pesar del frío, estaba empezando a calentarme. Estuve en un tris de pedirle que siguiera.
Al cabo de varios minutos, se levantó azorado y con la cara roja. Me pidió disculpas,- "Perdone señorita,no sabía lo que hacía", etc., etc., etc. Por mi cerebro pasó la idea de que no podía dejar pasar la oportunidad, y que si lo dejaba para otro día, no me iba a atrever a sacar el tema. Así que el invité a tomar una copa a la salida del trabajo "para hablar de lo que había pasado". Pero en vez de contestarme, me rogó que no dijera nada a la empresa, que podían echarle del trabajo por ello. Quizás pensó que la reunión era para chantajearle. Para sacarle de las dudas, le dije que ya que le gustaba limpiar las botas con la lengua, yo era una apasionada de las botas, que en casa tenía muchas, y que quería enseñárselas. Al tiempo que dije eso, le hice un guiño con un ojo como demostrando complicidad y para que se tranquilizara. También le dije que le iba a dejar limpiar mis botas del modo que él prefiriese, y le hice otro guiño. Parece que mis muecas de complicidad le tranquilizaron, porque sonrió y aceptó la invitación. Quedamos en un bar cerca de mi casa para las ocho de la noche.
Al terminar el trabajo,me fui a casa, me duché con agua bien calentita, me puse otro par de botas, y fui al bar donde habíamos quedado.
Si te ha gustado, continua en esta otra entrada.
Cuando bajé del taxi, los albañiles empezaban a comer. El encargado, un chico de mi edad, no muy alto pero fuerte y bien parecido, se adelantó a recibirme. Después subimos por el ascensor de la obra hasta el piso octavo. Me preguntó su duda, y yo le respondí. Empezamos a discutir, pues aseguraba que mis órdenes podrían retrasar la obra. Sin embargo, no gritábamos, sino que discutíamos en un tono de voz bastante normal. Yo tampoco iba a dejar que me levantara la voz, ya que yo era su jefa inmediata. Estuvimos como una media hora, aunque no controlé el reloj,
De repente, algo extraño pasó. Yo estaba hablando cuando me di cuenta de que parecía no escucharme. Miraba el suelo y estaba como en otro planeta. Su mirada parecía ausente. Yo me quedé callada, intuyendo que algo raro le pasaba. Seguí su mirada y me di cuenta de que lo que miraba eran mis botas. Como ya dije, era un día de invierno, un día frío, con un viento helado. Había llovido por la noche y las calles estaban mojadas. Hacía bastante humedad, y eso aumentaba la sensación de frío. Me gustan las botas altas hasta casi la rodilla y con mucho tacón, cuanto más fino y alto mejor. Me gustan esos tacones de aguja, que para mi son muy sexys. Siempre que puedo las llevo, excepto en verano. Y por supuesto,aquel día de frío las llevaba. Tenía en casa como diez o doce pares de botas. También llevaba unos jeans bien ajustados, de marca, como a mi me gustan. Y lo que se veía encima de la ropa que llevaba puesta era el abrigo. En particular, los días de frío no me gustan nada, porque por culpa de tanta ropa de abrigo, no puedes mostrarte tan sexy como me gustaría.
Como digo,el tipo aquel, David era su nombre, estaba callado y mirándome fijamente las botas altas y de tacón de aguja. Y de repente, se echó al suelo, se arrodilló delante de mi y empezó a lamerme una de mis botas.
Si, habeis leído bien. Me lamió las botas. Soy incapaz de calcular los minutos que estuvo así, que a mi me parecieron eternos. Menos mal que los obreros estaban comiendo y estábamos solos. Y además, el piso octavo ya tenía las paredes exteriores hechas, así que nadie de los edificios cercanos pudo vernos. Yo no sabía como reaccionar, y me quedé parada, de pie, mientras él me lamía las botas. Imaginaos la escena: yo de pie y tiesa como una mojama por el frío y él, arrodillado en el suelo, lamiéndome las botas. Bueno, para ser sincera, sólo lamió una, la izquierda. Lo que si puedo asegurar es que estuvo, como mínimo, 3 ó 4 minutos. Yo miraba para abajo, y cuando lamió la puntera de mi bota, no podía ver su lengua, ya que su cabeza me lo impedía. Pero cuando empezó a subir para arriba y a lamer la caña de la bota, podía ver su cara de perfil y su lengua lamiendo el símil de cuero de mi bota.
Como he dicho, la noche anterior había llovido y las calles estaban húmedas. Pero alrededor de la obra, habían charcos llenos de barro. Las obras, desde luego, no son unos lugares muy limpios. Mis botas estaban manchadas de barro, y él estaba limpiando mi bota izquierda con su lengua.
No se, algo raro pasó en mi interior, pero lo increíble es que me estaba gustando. Ver a un tipo adulto y fuerte, no un alfeñique enclenque y medio raro, lamiéndome una de mis botas me puso a cien. Y cuando dejó de hacerlo y se levantó, me supo a poco. A pesar del frío, estaba empezando a calentarme. Estuve en un tris de pedirle que siguiera.
Al cabo de varios minutos, se levantó azorado y con la cara roja. Me pidió disculpas,- "Perdone señorita,no sabía lo que hacía", etc., etc., etc. Por mi cerebro pasó la idea de que no podía dejar pasar la oportunidad, y que si lo dejaba para otro día, no me iba a atrever a sacar el tema. Así que el invité a tomar una copa a la salida del trabajo "para hablar de lo que había pasado". Pero en vez de contestarme, me rogó que no dijera nada a la empresa, que podían echarle del trabajo por ello. Quizás pensó que la reunión era para chantajearle. Para sacarle de las dudas, le dije que ya que le gustaba limpiar las botas con la lengua, yo era una apasionada de las botas, que en casa tenía muchas, y que quería enseñárselas. Al tiempo que dije eso, le hice un guiño con un ojo como demostrando complicidad y para que se tranquilizara. También le dije que le iba a dejar limpiar mis botas del modo que él prefiriese, y le hice otro guiño. Parece que mis muecas de complicidad le tranquilizaron, porque sonrió y aceptó la invitación. Quedamos en un bar cerca de mi casa para las ocho de la noche.
Al terminar el trabajo,me fui a casa, me duché con agua bien calentita, me puse otro par de botas, y fui al bar donde habíamos quedado.
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