sábado, 27 de agosto de 2011

"Mi" hija

"¿El señor Lopes?"

La enfermera preguntó mi nombre con aire de duda.

"Si, yo soy".

La enfermera me miró de arriba a abajo con cara de dudas y extrañeza. Permaneció unos segundos en silencio, sin saber que decir, consternada.

"Su mujer ha tenido una niña, y tanto ella como la madre están muy bien. Vaya a la habitación, donde le están esperando."

Se notaba que tenía el discursito bien aprendido y memorizado. Parecía que esto le aliviaba, como si volver a la rutina fuese algo conocido a lo que asirse. Puesto que no había visto la cara de esa enfermera antes, y suponía que al mediodía habían cambiado de turno los trabajadores del hospital, la enfermera se extrañaba de la diferencia de edad entre mi mujer y yo. Susan tenía 41 y yo 25. Eran dieciséis años lo que nos separaban, pero a contrario de lo que se acostumbra como normal, ella era mayor que yo, y no al revés. Pensé que esta era la causa de la extrañeza y la cara de asombro de la enfermera. Y con esa idea en la cabeza, me fui a la habitación 317 del Hospital Noruego, cercano a Los Angeles, en donde mi esposa había decidido parir. A pesar de su edad, este era el primer embarazo de Susan, quién por otro lado, era descendiente de noruegos. No se si eligió dicho hospital por esta característica o por cualquier otra, pues el hospital aceptaba desde décadas antes a clientes de cualquier procedencia que pudiese pagar sus tarifas, que por otro lado tampoco eran muy caras.

Entré en la habitación y vi a mi señora en la cama con una cuna de plástico transparente al lado. Allí había un bulto tapado que, indudablemente, era mi hija. Me acerqué a la cama y le di un beso a Susan al tiempo que le preguntaba como estaba ella. Al situarme al lado derecho de la cama, el único libre, y al agacharme para besarla en la mejilla, vi la cara de la niña, que estaba dormida. Era de color café con leche, con más café que leche. Esto era imposible, porque Susan no solo era blanca como yo, sino que además era rubia y de piel pálida, casi tan blanca como la leche, más blanca que yo, que aunque tengo el pelo moreno, casi negro, tengo la piel bastante clara. Dicho lo dicho, la única posibilidad es que la niña fuese hija de un negro, de un hombre de color. Pero como si no lo creyese, me acerqué a la cuna y retiré la pequeña manta que la cubría. El bebé estaba vestido, pero como en el hospital hacía bastante calor, tenía las piernas desnuditas y pude ver que eran del mismo color de la cara: café con leche, con más café que leche. Evidentemente, no era hija mía, y a no ser que la hubiesen cambiado en el hospital por otra niña de otro matrimonio, era hija de Susan y un hombre de color.

Me entró mi vena humorística de humor negro, y dije:

"Parece que la niña tomó el sol dentro de tu panza".

Susan, como ya he dicho, tenía 41 años, y para hombres de esa edad, estaba muy bien físicamente. Quiero decir que cualquier cincuentón la había visto con muy buenos ojos. Pero cuando yo la conocía, tenía 24, y ella 40. La había conocido por una web de contactos sexuales, pero yo no era su gigoló, sino su esclavo. Vivía en Madrid cuando mis padres murieron en un accidente de tráfico cuando yo tenía 18. Mis padres tenían bastantes bienes, pero también bastantes deudas,así que lo único que me quedó fue la casa donde yo había vivido toda la vida pero nada más. No tenía ingresos, y los pocos parientes que tenía no me iban a dar de comer. Desde los 16 tenía un ordenador en mi habitación, y no recuerdo como, como un año después, empecé a mirar páginas femdom. Aquello me atrajo. Al morir mis padres, y al no tener ingresos, yo me esforcé por trabajar, pero había sido un niño mal criado y consentido, al que trabajar de camarero era un deshonor. Así que decidí buscar por el femdom mi tabla de salvación. Me suscribí a una web muy conocida de contactos sexuales por todo el mundo, y tras un año, lo único bueno que recibí fue una contestación de Susan.

Así que me fui a los EEUU y me casé con Susan. En la misma noche de bodas, Susan tenía a otro hombre "encerrado" y oculto en otra habitación. Pongo encerrado entre comillas porque en realidad la intención del encierro era evitar que yo entrara en ese dormitorio. Él mismo tenía la llave de la puerta en su poder. Susan me dijo que me sirviera una copa y me relajara, y que pronto iba a volver. Ya me lo había advertido dos días antes, que esa noche follaría conmigo y con otro, y que pretendía tener un hijo, sin saber cual era el padre, si yo o el otro hombre. Según decía, le encantaba la idea de usarme como alguien que le presta su semen para concebir un hijo, pero sin yo saber si mi espermatozoide o el del otro iba a fecundar el óvulo de Susan. Pero no me dijo que era negro. Escuché dos golpecitos en la puerta, seguidamente el ruido de la llave en la cerradura, y el golpeo de la puerta al ser cerrada. Por último, escuché de nuevo el ruido de la llave girando la cerradura. Se habían encerrado.

Escuché algunos ruidos, murmullos, jadeos... Me acerqué a la puerta para escuchar y oí unos claros gemidos de placer. Susan se lo estaba pasando bien. Me desnudé, dejé las ropas en el suelo y me senté al lado de la puerta en señal de humillación.

Pasaría como una hora cuando escuché el ruido del agua de la ducha. Al cabo de unos minutos, dejó se dejó de oír. Tras unos minutos más, se volvió a oír el ruido de la ducha, y el ruido de la llave girar en la puerta. Salió Susan vistiendo una bata blanca y pantuflas, con el pelo mojado.

"Come on, baby. Vamos al otro dormitorio."

Allí follamos. Su cuerpo aún estaba humedecido y el pelo mojado. Me preció que no disfrutó de "lo nuestro" como con el desconocido.

Ha continuación me encerró en la habitación (todas las habitaciones tienen cerraduras) y la oí hablar con el "otro" cuando pasaban por el pasillo frente a la habitación. Supongo que se despidieron cariñosamente. Al volver, Susan me dijo a través de la puerta:

"Esta noche vas a permanecer encerrado en esta habitación. Dúchate. Odio a los hombres sucios."

La misma escena se volvió a repetir varias veces durante dos semanas. La diferencia es que cuando el otro venía, a mi me encerraba, y a mí sí que no me daba la llave.

Nueve meses después, ya sabéis lo que pasó. Ayer la inscribí en el registro como hija mía, y el empleado del registro no pudo evitar un gesto de asombro al leer que la niña era mulata, que su madre era blanca, y al ver mi pasaporte y mi cara, blanco también. Durante toda la operación sufrí la sonrisita en la cara del empleado.

El rumor se escampó por todo el hospital, y la gente cuchicheaba al verme pasar. Hoy le dieron el alta a ambas. Mañana es sábado, y Susan quiere que to prepare una comida para los tres: el negro, al que llama Johnny, ella y yo.

Ya me imagino cual va a ser el postre, al menos para Susan. Un helado doble, de nata y chocolate.