miércoles, 6 de junio de 2012

Yo soy tu suerte

Jaime y yo nos conocemos durante la ESO en el colegio privado al que íbamos. Al principio no me fijé mucho en él. De hecho, no fue hasta nuestro último año en que empezamos a salir. A mi no es que me gustaba mandar, o al menos nunca lo había notado hasta entonces, pero con mi novio la cosa salió sola, como muy natural. Poco a poco, y casi sin darnos mucha cuenta al principio, hacíamos lo que yo decidía. Yo le preguntaba, él me devolvía la pregunta como diciendo "decide tú" y al final, yo proponía algo y él siempre aceptaba.

Lo más fuerte a este respecto, fue cuando se planteó en nuestras vidas la decisión más importante que teníamos que tomar en aquellos años: ¿que carrera estudiar? Porque se daba por hecho que alguna carrera teníamos que estudiar. Otra opción no se esperaba en nuestro entorno social y en nuestras familias.

Yo le preguntaba y él evadía responder a mi pregunta. Empecé a creer que Jaime quería que yo decidiera por él. Al principio no me lo podía creer, pero poco a poco me convencí. Un día, cuando pasó a recogerme en el coche de su papá, decidí que era el momento de plantear el tema. Él había cumplido los 18 unos 5  6 meses antes, y ya tenía carnet. Yo aún tenía 17, pero por poco tiempo. Era sábado y nos dirigíamos a un chalet con piscina en una urbanización al sur de Madrid, propiedad de los padres de una pareja amiga. Ya hacía calor y llevábamos los trajes de baño. Aunque teníamos mucho que estudiar, yo había decidido ir a ese chalet a pasar el día con esa pareja para liberar un poco las tensiones.

Al subir al coche, dejé pasar unos minutos hasta que salimos de la gran ciudad y una vez en la autovía de Levante, con mi chófer más relajado, le dije:

- Tenemos que decidir que vamos a estudiar. Yo ya lo tengo decidido desde hace un año, pero nunca te he dicho nada hasta ahora porque quería conocer que vas a estudiar tú antes de comunicártelo. No quería decirte nada para no influir sobre tu decisión, pero ya estamos a finales de mayo y tu evitas decirme nada. No se si ya lo has decidido y no quieres decirme nada o, según me parece, quieres que decida yo por ti. Pero no va a anochecer sin que esta decisión quede zanjada. ¿Tienes algo que decir?

Giró la cabeza para mirarme con una mirada inexpresiva, pero enseguida volvió la vista hacia la carretera:

- Las verdad es que, por mucho que quiera, no acabo de decirdirme nunca. Al final, voy a escribir en 4 ó 5 papelitos los nombres de las carreras que creo que me pueden gustar y voy a dejar que la suerte decida.
No podía dejar que eso sucediera:
- De eso nada. Yo soy tu suerte. Vamos a estudiar Económicas, pero no en España, sino en Londres.
Se quedó boquiabierto, pero no dijo nada. Al cabo de unos segundos:
- Pero mi nivel de inglés no es tan bueno como el tuyo.
- Si, y aunque es cierto, tu hablas bastante bien el inglés. Sólo te falta un empujoncito. Y este verano te lo voy a dar. Vas a ir a Londres a someterte a un curso especial de inglés, de esos de inmersión. Ya lo tengo decidido. He encontrado uno muy bueno, donde te garantizan que no irás con personas que hablen tu idioma, en tu caso, el castellano. Habrá gente que hablará francés, italiano, alemán, chino, japonés, coreano o cualquier otro idioma del mundo, menos el español. De este idioma, sólo tu lo hablarás. Así no podrás hablar con tus compañeros y profesores más que en inglés. Además, hay clases dedicadas a varios orientaciones profesionales, y una de las más comunes es la orientación a la economía, dada por economistas profesionales. No son clases de economía exactamente, sino de inglés, pero te enseñarán toda la terminología que una persona que va a entrar a una universidad ya conoce.
No dijo nada. Disfrutamos el día y al anochecer volvimos a Madrid. Durante el camino de vuelta, le pregunté que le parecía ser un futuro economista y me dijo que muy bien, pero que no le parecía tan bien irse a estudiar al extranjero. Su padre le empujaba a estudiar economía o derecho, para cuando fuera mayor, trabajar a su lado en la empresa familiar. Pero yo sabía que a él le pesaba alejarse de su madre. Era un chico inteligente y bastante estudioso, sacaba siempre buenas notas, sin esforzarse demasiado, al límite, como hago yo. Él es el niño mimado de su madre, el único varón entre tres hermanas. Y eso suponía siempre unos pequeños privilegios, que sus hermanas le echaban en cara, tanto a la madre como al hermano. Y sabía lo que pensaba. Le dolía salir de casa, del hogar y del ambiente familiar. Era un chico un poco comodón. Se que iba a echar de menos a su madre, y su madre a él.

Por mi parte, yo siempre me he esforzado al límite de mis fuerzas. Yo también pertenezco a una clase acomodada, soy hija única, pero mis padres siempre me inculcaron la idea del esfuerzo, de la competencia, de la carrera por ser la mejor. Jaime sacaba buenas notas por ser inteligente y porque sabía que su padre esperaba que le sucediera algún día en la dirección de la empresa. Al contrario, mi padre era un alto ejecutivo, puesto que consiguió esforzándose, y mi madre tenía un negocio propio de perfumes y cosmética, que consiguió aumentar desde la pequeña tienda de sus comienzos, hasta convertirla también en un negocio adicional de tratamientos de belleza.

Pero a pesar de ello, Jaime agachó la cabeza (simbólicamente) y me dijo que si. Ese mismo fin de semana le comunicamos a nuestras familias nuestra decisión. Además, la decisión implicaba que íbamos a vivir juntos los dos en Londres, y que los gastos los pagarían nuestras familias a partes iguales.

Primero se lo comunicamos a sus padres, y después a los mios durante la cena. DEspués de cenar, ayudé a mi madre a retirar la mesa (durante los sábados y domingos no teníamos servicio doméstico) y a llenar el lavavajillas. Mamá solía llenarlo el domingo después de cenar, lo ponía en marcha y lo dejaba lleno para que el lunes, la chacha lo vaciase y pusiera cada cosa en su sitio.

Aproveché la ocasión para hablar con mi madre en la cocina. Le conté lo sucedido. Me dijo que Jaime era una oportunidad que no debía dejar escapar. "Sus padres son ricos, él no tiene iniciativa y se deja dominar y tu eres una chica muy decidida. Tengo claro que con dinero pero sin decisión, Jaime fracasará en la vida y en los negocios. Tú puedes evitarlo y, de paso, salir beneficiada", me dijo mamá.

Dicho y hecho. Aprobamos, Jaime se fue a su curso intensivo de inglés, y yo a Jamaica con dos amigas, donde no paramos de follar con negros y mulatos durante todo el verano. La lástima es que tuve que regresar a finales de agosto para ir a Londres a buscar un apartamento para los dos.

Una vez instalados en Londres y asistiendo a clases en la universidad, tenía decidido que Jaime hiciera todas las tareas del hogar. Sólo encontré una manera de hacerlo sin herir su orgullo de macho (por el momento): yo estaba acostumbrada a estudiar horas y horas sin cansarme, pero él, a mi lado y comparado conmigo, parecía un holgazán. Estudiaba, pero pronto se cansaba. Las primeras semanas de convivencia fueron duras. Peleábamos, peleábamos y volvíamos a pelear, una y otra vez, casi hasta el borde de la ruptura. Yo lo hice a posta. Tenía que conseguir doblegar su carácter. Y lo hice. Al final hicimos un pacto, propuesto por mi: él haría todas las tareas caseras y yo, mientras él trabajaba limpiando, fregando, etc., yo estudiaba. Después de cenar, yo le explicaba todo bien explicado. Por ponerlo de una forma gráfica, yo era la mamá pajarito, que masticaba toda la comida, y él era mi pollito en el nido, y yo le daba su comidita todo bien masticadita. Él aceptó con una condición: al mediodía teníamos que comer en la cantina de la universidad. Y así lo hicimos.

Al principio follábamos normalmente, pero poco a poco empecé a exigirle más y más cunilingus, e inluco en ocasiones,  después del cunilingus me negaba a follar con él.

INACABADA