martes, 19 de junio de 2012

El anuncio

Al salir del trabajo a las cinco de la tarde paso por la guardería a recoger a mis dos hijos, Romina de 5, casi seis años y Juan, de 3 años recién cumplidos. De camino a casa, pasamos por el supermercado y compro medio kilo de arroz integral, 1 cabeza de ajos, perejil en rama, mantequilla, un poco de queso, chocolate y pan. Es lo que mi mujer me ha autorizado a comprar. Los niños me piden cualquier cosa atractiva que ven, galletitas de chocolate, caramelos, chuches, etc. Pero yo tengo prohibido comprarles más de lo que está en la lista. Pago en efectivo con el poco dinero que ella me ha dado para realizar esta compra.  No llega a cinco euros lo que me sobra. Al llegar a casa, lo primero que hago es ir a la cocina y poner la caldera de la calefacción en marcha, pues la casa está fría. Cuando voy al comedor, veo que los niños se han sacado los abrigos y yo les reprendo, pues saben que cuando llegamos a casa en el invierno, no deben sacarse la ropa de abrigo hasta que no se caliente un poco la casa. Pero les pongo encima la parte superior de un conjunto de jogging, que es más cómodo para jugar. Los dos se quejan de que tienen hambre. Vuelvo a la cocina y les preparo la merienda. Mi mujer Sara me hace una lista cada noche para las compras del día siguiente. Como sólo tenemos un supermercado cerca de casa, siempre compramos allí todo lo que necesitamos. Todos los días guardo la lista de la compra y me estudio los precios. Guardo los tickets de compra de las últimas semanas. De este modo, por la noche, cuando ella hace la lista de la compra, yo le pongo los precios de memoria, sumo con la calculadora, le añado cinco euros más y se la presento. Ella sólo mira el resultado de la suma y me da el importe redondeando hacia arriba. Al día siguiente por la noche, coteja la lista que hice el día anterior con el ticket de compra. Los sábados por la mañana hacemos una compra semanal en la que adquirimos todo aquello que usaremos en la semana y no es necesario comprar a diario: leche, productos de limpieza, café, vino, cerveza, pescado congelado, conservas, etc. Los sábados por la mañana también compramos lo que vamos a necesitar el sábado y el domingo. Y cada día de lunes a viernes usamos el procedimiento que he descrito para las compras diarias. Sara sólo me acompaña los sábados porque es la única compra semanal que pagamos con tarjeta, o mejor dicho, que paga ella con tarjeta, pues nunca me sacó una para mí.

Hoy vamos a cenar arroz integral con mantequilla, queso rallado y perejil. Los niños cenarán hacia las ocho y cuarto o y media. Nosotros dos hacia las diez. Probablemente le nosotros le añadamos al arroz una lata pequeña de champiñones, pero para los chicos no. En vez de comprar el queso rallado, lo compro en un pedazo y lo rallo yo mismo. El queso resulta así mucho mejor y se funde, junto con la mantequilla, con el calor del arroz recién cocido y se forma una mezcla suave y cremosa que se estira como el queso fundido de las pizzas. Es una cena bastante saludable.

Los niños merendaron el pan con chocolate en un periquete, pues tenían hambre de lobo. Yo me como las pocas sobras que dejaron después de hartarse. Estoy, por orden de Sara, a dieta permanente. Cuando la conocí adelgacé 10 kilos y desde entonces, con mucho sacrificio, me mantengo a dieta.

Después ven un rato la tele. Yo friego el desayuno que Sara me ha dejado en la pila de la cocina y los pongo en el escurridor para que se seque. Con la calefacción se van a secar pronto. Por cierto, la calefacción ya hace su efecto y acudo al salón comedor a sacarles la ropa que les puse antes. Me siento con ellos a ver los dibujos animados. Sara no quiere que la tele sea una canguro de nuestros hijos, así que me obliga a ver la tele con ellos cuando tengo tiempo libre. Cuando ellos ríen, yo fuerzo una risa que no siento, aunque de alguna manera disfruto viéndoles disfrutar a ellos.

Al cabo de un rato me levanto, guardo en su sitio lo que fregué antes y me voy al baño a hacer un pis. Levanto la tapa del inodoro, me bajo los pantalones y las bragas (si, habeis leído bien, uso las mismas bragas que mi mujer) y me siento a hacer un pis. Y me tengo que sentar porque llevo puesto un cb-6000. Si orino de pie, el chorrito se esparce por fuera del inodoro y lo mancho todo. Me siento en el bidet y me lavo la polla para evitar que se quede alguna gota de pis. Vuelvo con los chicos a mirar la tele.


Al cabo de un rato miro el reloj. ¡Dios mío! Ya pasan unos minutos de las siete. Me he dejado llevar por la tele. Voy corriendo al cuarto de baño que está en el pasillo, pongo el tapón y abro el grifo del agua caliente. Al cabo de menos de un minuto ya sale el agua caliente. Vuelvo al salón comedor y vigilo un rato a los niños. Cuando vuelvo, ya está la bañera llena por la mitad. Abro el grifo del agua fría y regulo la mezcla. Vuelvo otra vez con los chicos y les apago la tele en medio de un capítulo de los dibujos. Romina protesta y Juan, que la imita por ser ella mayor, también. Después me suplican a dúo. Pero yo soy inflexible. Tengo que serlo porque tengo unos horarios que cumplir.Yo les desato las zapatillas a ambos, pero no se las saco, Siguiendo intrucciones de mi señora y ama, debo dejar que el resto lo hagan solos, o al menos, lo intenten. Romina acaba enseguida y se mete en la bañera. A Juanito le cuesta sacarse la ropa, sobre todo la de la parte de arriba. Con los pantalones y los calzoncillos acaba enseguida, por lo que pronto está desnudo de cintura para abajo, Trata de sacarse la camiseta de manga larga y el sueter a la vez y por arriba, ya que ninguno de los dos tiene cremallera, pero se atasca y no sabe avanzar. Es cómico verle así, en pelotas del cuello para abajo, pero con la cabeza tapada y atascada en el lío de ropa. Espero pacientemente a que acabe. Le ayudo a sacar los brazos del lío de ropa, pero nada más. Romina se impacienta pues reclama a su hermano que acabe pronto para jugar los dos en la bañera. Por fin emerge la cabeza del niño y queda liberada. Enseguida se mete en la bañera junto a su hermana. Enseguida empiezan a echarse agua el uno al otro, por lo que salpican. Salgo de la habitación y les dejo que juegen durante una media hora. Es lo que tengo ordenado. Sara educa a los nenes en gran parte dándome instrucciones que yo cumplo a rajatabla.

Hoy les dejo un poco menos porque me pasé de la hora. Se que me puedo ganar una regañina por parte de ella, pero lo prefiero a no cumplir los horarios. A las ocho menos veinte, la hora límite, les hago enjabonarse y enjuagarse. Salen de la bañera, se secan, pero yo termino secándoles el pelo pues nunca lo hacen bien.

Van a su dormitorio (mientras son pequeños comparten uno) y se visten con ropa de jogging. Mientras les ayudo a vestirse, sobre todo al pequeño, recibo una llamada de Sara preguntándome como va todo. Le digo que bien, pero ella me nota enseguida nervioso. "Tranquilízate", me dice. "¿Que pasó?" "Nada importante", contesto. "Me pasé un poco de la hora del baño y me retrasé un poco". "Y les tuvistes menos rato en la bañera, con lo que disfrutan." "Si. ¿Hice mal?", contesto. "Bueno, te llamaba para avisar de que ya salgo para casa. A las 8 en punto estoy ahí." Miro el reloy. Son las ocho menos diez. La verdad es que tengo la orden estricta de a las 8 estar los tres esperándola detras de la puerta. Ahora me sobra unos minutos.

Pongo la olla con agua a calentar. La cena es muy fácil de hacer con lo que a las o,30 los chicos van a estar cenando. Y a las nueve a la cama. Voy al baño, escurro el agua, limpio el espejo lleno de vaho, la bañera. Los sabados Sara y yo cronometramos nuestros relojes, así que puedo calcular cuando llega con mucha exactitud. Ella tiene una plaza de garaje reservada en la oficina y nosotros tenemos la nuestra en casa. Sólo tiene que bajar por el ascensor, que a esa hora ya no se usa tanto, subir el coche, salir por la rampa y conducir hasta casa, meterse en el ascensor y ya está en casa. Todo eso le cuesta unos 10-12 minutos, salvo algún problema. Sara llama desde su móvil y me dice que ya sale.

A las ocho menos un minuto estamos los tres delante de la puerta de casa para recibir a Sara. Un minuto más tarde oímos el ascensor que se detiene, la puerta que se abre y entonces, abro la puerta y dejo a los niños que salgan a recibir a su madre.

Ambos la adoran. A mi me quieren, pero de alguna manera, a pesar de su corta edad, perciben quién manda en casa y quién obedece. Y esto les afecta. Y yo hago todo lo posible para que adoren a su madre.

La semana anterior, Romina preguntó porque yo salía antes de trabajar que Sara. Yo le contesté que porque su mamá era una mujer muy importante y que en la oficina nadie trabajaba bien si no estaba ella allí para vigilarles. Ella me contestó que de mayor quería ser una mujer tan importante como mamá. Entonces le contesté que para llegar a ser tan importante, debía estudiar mucho, tanto como su mamá. Cuando se lo conté a Sara, se emocionó mucho.

Sara saluda a los chicos, como es su costumbre, con mucha efusividad y a mi me saluda con algo de frialdad. Los niños se abrazan a ella, ella los levanta de uno en uno y les da un beso, y ellos se la comen a besos. Después me da un corto beso en la boca y me pregunta como me ha ido el día. Le digo que muy bien y le cogo el bolso y lo cuelgo en la percha. Cuando voy a nuestra alcoba a recoger las pantuflas de ella para ponerselas y que se sienta más cómoda, Romina se me ha adelantado y vuelve por el pasillo con las pantuflas de sara en la mano y con una sonrisa de victoría en la cara. Al pasar delante de mi, me saca la lengua, cosa que nunca haría a mi esposa. ¡Maldita niña!, pienso para mis adentros. Sara ya se ha sentado en un sillón y Romina se arrodilla delante de ella para sacarle los zapatos. Sara le dice:

- No cariño. Esa tarea le corresponde a papá.

La niña pone cara de compungida mientras Juan observa la escena. Me arrodillo delante de ella, le desato y le quito las botas de piel con tacones que lleva, y le pongo las pantuflas.

Sara pretende que los niños aprendan poco a poco que yo tengo un papel subordinado, y que yo tengo que hacer determinadas cosas y ellos no. Los niños lo ven todo, lo asimilan e imitan a los mayores con los que conviven, bien sean adultos o niños de más edad. Pero nosotros debemos tratar de evitar que me imiten a mi. Por supuesto que los niños nunca tratarán de imitarme cuando friego los platos o limpio el cuarto de baño, pero en otras actividades en las que les prece divertido imitarme, si lo hacen. Todos hemos visto algún niño coger una escobar e imitar el movimiento del barrido.

Sara se pone a ver la tele con los niños durante un rato y yo voy a hacer mis tareas del hogar. Tengo como una hora para trabajar hasta la hora de acostar a los niños. Me pongo a limpiar el baño de Sara, pues ella exige que la casa esté muy limpia. Hace inspecciones sorpresa a menudo. Y siempre insiste en los dos cuartos de baño y la cocina, las dos habitaciones de la casa que más se suelen ensuciar. Si encuentra la más mínima cosa sucia, me hace lamer el borde de cualquiera de los inodoros o, en ocasiones, de ambos.

Limpio el baño bien a fondo, y después su habitación. En realidad, es nuetra alcoba matrimonial pero ella se la apropió. Si me porto bien y no descubre ningún fallo, duermo en la alcoba de matrimonio pero en el suelo, en un colchón. Si algo no le gustó, a veces duermo en el suelo de la cocina pero sin colchón, arropado con una manta, o a veces en el sofá del salón. Pero eso si, si no descubre nada malo, duermo en la alcoba. Quiero decir con ello que no dependo de su capricho. Después limpio la habitación de los niños. Tenemos otro dormitorio más, pero los niños duermen juntos. Cuando la niña entre en la adolescencia, Juan se irá a dormir al otro dormitorio.

Me pongo a cocinar nuestra cena. Mientras hierve el arroz, acuesto a los niños. Sara está en el ordenador. Pongo la mesa y cenamos. Retiro la mesa, friego, limpio la cocina a fondo y acudo al dormitorio. Sara está tomando un baño. Me siento en el borde de la cama esperando a que  salga para ducharme yo. Cuando sale, le pregunto si me puede quitar la jaulita de la polla. Sin decir nada, se va al salón porque guarda la llave del candado en la caja fuerte. Sara se toma en serio lo de evitar que me masturbe o folle con otra. Pero me escama que se vaya al salón sin decirme nada. Sara no es tan callada. Entonces noto que algo raro le pasa. En realidad me quedó en el inconsciente que estaba distinta desde que saludó a los niños nada más llegar. Pero la consciencia rechaza muchas veces lo que el inconsciente capta. Pero ahora estoy seguro. Tiene algo en la cabeza que no se le va.

Me saca la jaulita, me ducho, me seco y limpio el aparato en el lavabo por si quedó alguna gota de pis. Salgo del baño, y me monto yo mismo el cb-6.000, me pongo el candado y lo cierro. Me pongo el pijama. Sara me dice:

- Guarda la llave en la caja fuerte y ciérrala.

Lo hago y vuelvo a la alcoba. Sara sigue muy callada. Limpio el baño, Cuando salgo, pongo una lavadora que tenderé a la mañana siguiente. Cuando vuelvo al dormitorio, Sara me dice:

- Ven aquí. Tengo dos noticias que darte.

Al tiempo que dcie esto, golpea suavemente el borde de la cama. Me siento a su lado.

- La primera noticia es que estoy embarazada. Otra vez embarazada, dice con un poco de fastidio.

- ¿Quieres abortar?

- No. No me gusta haberme quedado embarazada pero ya que lo estoy, quiero tenerlo.

- Sabes que te apoyaré en todo lo que decidas. Puedes contar conmigo. Lo cuidaré y le querré como si fuera hijo mío.

- Sabía que podía contar contigo, pero me tranquiliza que me lo digas.

Tras una breve pausa, continúa:

- La segunda noticia es que me he peleado con Jimmy por culpa del embarazo.

- ¿Como sucedió?, me atrevo a preguntar.  Sara siempre hizo que le tuviera bastantes respeto.

- Le conté que estaba embarazada y me dijo que aborte. Le dije que no lo iba a hacer y entonces me soltó que no le busque para pagarme la cuota alimentaria y que lo cuides tu. Entonces le dije que habíamos acabado.

- Si actuó así, es que te mereces algo mejor y estoy seguro que pronto lo encontrarás.

- Pero es que yo le quería.

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