jueves, 21 de julio de 2011

La sorpresa 2

Viene de La sorpresa.

Al día siguiente, serían cerca de las doce de la noche, sonó el teléfono. Contestó Vanessa. Salí de la habitación, porque ella me tenía ordenado que, cuando sonara el teléfono y ella estuviera en casa, no debía cogerlo, y cuando contestara, debía salir del salón-comedor para no escuchar su parte de la conversación. Fui a la cocina a esperar a que me ordenara algo. A los pocos minutos, la oí gritar mi nombre. Acudí corriendo al salón-comedor:

- Eran los vecinos que nos saludaron anoche. Les invité a venir a casa a tomar una copa. ¿Estamos surtidos de bebidas?
- Lo habitual -contesté. Y tenemos una botella de champagne ultra brut de buena marca.
- ¿Hielo?
- Sí, tenemos mucho hielo.
- Fantástico.

Me fui a la cocina a revisarlo todo. A los pocos minutos, sonó el timbre de la puerta. 

- Ábrela. Deben ser ellos.
- ¿Así? -pregunté. Estaba desnudo.
- ¿Cuando te acostumbrarás a obedecer sin preguntar ni hacer objeciones? Se que estas en bolas, no soy ciega. Ahora obedece.

Le obedecí. La pareja, de nuestra edad, año más, año menos, se mostró sorprendida. Tuve que insistir para que pasaran. Por fin se decidieron. Cerré la puerta tras ellos y les indiqué el camino al salón-comedor. Se presentaron como Samanta y Ángel. Vanessa les preguntó que querían tomar, pero les aconsejó el champagne. Se decidieron por esta bebida, Vanessa me ordenó servirlo, y les llevé en una bandeja el cubitero con agua y cubitos de hielo, con la botella dentro, y tres copas de champagne. Los tres estaban sentados en el sofá. Acerqué una mesita bajita y puse la bandeja encima de ella. Yo me puse de rodillas sobre una esterilla que teníamos para esos momentos.

- ¿Él no toma nada? -preguntó Samanta.
- Si yo no lo autorizo, solo toma agua. Una botella de champagne repartida entre cuatro personas, toca apenas a poco más de una copa por persona. No se a vosotros, pero a mi me gusta mucho.
- ¡Que pareja más rara!, exclamó Samanta.

Saborearon el Champagne. Vanessa les contó, con pelos y señales, nuestra relación especial. Les contó las reglas que ella impuso y yo debía obedecer. También les contó nuestras relaciones sexuales sin omitir detalle, por más íntimo que fuera. También les contó con pelos y señales nuestra relación sexual de la noche anterior, incluyendo, claro está, lo que estábamos haciendo tan tarde en el balcón de casa cuando ellos dos nos saludaron con la mano, y yo contesté de igual modo. Vanessa no ahorró ningún detalle por escabroso que fuera. Al principio, ellos abrieron los ojos como platos,. pero después estaban muy interesados en los detalles concretos. Le preguntaban a Vanessa a placer. Su curiosidad quedó satisfecha. Para apoyar su relato, Venessa sacó todos nuestros escasos cachivaches: un par de esposas, los dos consoladores con un arnés, mi CB-6000, y un par de esposas para los tobillos. Les contó que no usábamos ni látigo ni ningún otro instrumento de tortura, ya que lo nuestro no es el sadomasoquismo, el BDSM, los sótanos lúgubres, etc.

- Una de mis reglas es que si me obedece o yo considero que no se ha esforzado lo suficiente en cumplirlas, yo no le castigo físicamente. Las pocas veces que le he castigado, yo no he obtenido ningún placer, ni él tampoco -aseguró Vanessa. - Nosotros disfrutamos porque yo le doy órdenes y él las cumple. Yo decido todo, absolutamente todo, sin consultarle a él en absoluto. Es más, la mayoría de las veces, no le cuento las decisiones que tomo hasta el momento en que se producen. Por ejemplo, este año es el primero desde que estamos juntos en que no nos vamos de vacaciones, porque tenemos un negocio juntos, y con la crisis, no hemos ganado lo suficiente. Pero otros años, no sólo yo tomaba las decisiones de adonde ir de vacaciones, sino que además no se lo comunicaba hasta el mismo día de la partida. Es más, le tenía prohibido hasta preguntármelo.
- ¡Que fuerte!
- Una de nuestras reglas es que él no tiene que preguntarme nada, absolutamente nada, salvo que sea algo referente al desarrollo de nuestra vida cotidiana, como a que hora quiero cenar o que quiero cenar.

La conversación se desarrolló durante varias horas. Al cabo de un poco más de media hora, Vanessa, sin yo preguntarle nada, me dio permiso para sentarme encima de la esterilla. Ella se preocupa mucho por mi salud. La botella de champagne desapareció en un santiamén, y puse una botella de whisqui y saqué cubitos de hielo. Vanessa les contó el gran orgullo que tengo yo de tener la casa muy bien limpia, muy bien arreglada, todo en perfecto orden.

Llegó un momento, cerca de las cinco, que ya la conversación se extinguía ella sola, y el entusiasmo del principio fue sustituido por los bostezos mal disimulados.

- ¿Y que, vosotros no os animáis?
- Bueno, a mi ya me gustaría probar, la verdad sea dicha. Pero él no se si Ángel le gustará.
- Pues nada, hija, si quieres, en septiembre tengo que hacer un viaje para acudir a una boda de unos amigos, y es bastante lejos. Si quieres te lo presto durante el finde.
- ¿De verdad harías eso?
- Por supuesto que si. Te veo muy interesada.
- Yo si, pero Ángel...
- Bueno -intervino el muchacho- he de reconocer que ciertas cosas me interesan. Pero lo del enculamiento, eso si que no. Por ahí no paso. Absolutamente no. Es más, si Vanessa te presta a su marido, me parece estupendo, lo acepto incluso con agrado, pero el enculamiento, no, de ninguna manera.
- Bueno, si acepto el no de Ángel al enculamiento, podríamos intercambiar a nuestros maridos hasta el domingo al mediodía -dijo Vanessa. - ¿Que os parece?
- Por mi si -dijo Samanta.- Precisamente el lunes tengo que ir a trabajar, así que tendríamos un bonito fin de semana inusual, pero divertido. El verano en la gran ciudad es superaburrido. Sería un buen colofón para estas pésimas vacaciones. ¿Tú que dices, Ángel?
- Me parece bien. Sólo pido que se me respete mi condición.
- Bueno, pues entonces, todo arreglado. Hacemos intercambio de parejas esta noche - dijo Vanessa.
- ¿Él no opina? -preguntó Samanta.
- Absolutamente no- contestó Vanessa.

Samanta y Vanessa lo arreglaron todo. Íbamos a hacer intercambio hasta el domingo a las 6,00h de la tarde. Teníamos tres días por delante. Me iba a vestir para ir con Samanta, cuando Vanessa me preguntó:

- ¿Quién te ha mandado que te vistas? Quiero que vayas en pelotas. Total, solo hay que bajar por el ascensor, cruzar la calle y subir en el otro ascensor. En verano a estas horas de la madrugada, la ciudad está vacía. Ángel y tu tenéis, más o menos, la misma talla, así que si Vanessa creo apropiado que te vistas, puedes usar su ropa.

Y después, dirigiéndose a Samanta. dijo:

- Si no habeis hecho la colada hace poco y tienes calzoncillos sucios de Ángel, oblígale a que se los ponga sucios.

Y dirigiéndose a mi, dijo:

- Trae el Jeff Stryker y ponlo en una bolsa. Quizás Samanta quiera usarlo contigo.

Ángel y Vanessa nos acompañaron hasta la puerta. Me sentía extraño. Mientras bajábamos en el ascensor, le dije a Sam que, cuando Vanessa y yo vamos por la calle caminando, yo suelo ir uno o dos pasos detrás de ella. Le pedí que ella cruzara la calle con decisión, que yo iba a ir detrás.

Salimos por el portal, y Sam se puso a caminar con decisión cruzando la calle. Yo iba detrás con la bolsa en la mano. Pero en mitad de la calle, Sam se paró y saludó agitando la mano a Ángel y Vanessa. Yo hice lo mismo. Reanudamos la marcha, entramos en el portal y subimos por el ascensor. No encontramos a nadie. Sam abrió la puerta del piso, me hizo pasar, y cerró la puerta tras de mi.

- Me gustaría probarte con el Jeff Stryker.
- Estoy a tu disposición- dije.
- Pues entonces vamos a la cama. Tu no hace falta que te desnudes.
- Y tu tampoco, si no quieres - le dije.
- ¿Como? -dijo sorprendida.
- Quiero decir que si quieres te desnudo yo.
- OK- dijo con una sonrisa pícara en la cara.

Me guió al dormitorio, la desnudé despacito, le ayudé a ponerse el gigantesco dildo, me puse de rodillas encima de la cama y ella me enculó. Volví a sentir dolor, pero no tanto como la primera vez. Después dormimos.

Al día siguiente, me vistió con ropas de su marido. Como recomendó Vanessa, me mandó poner un par de calzoncillos usados de Ángel. Fuimos de compras a un super. De vuelta, ella caminaba como si fuese una reina, y yo llevaba todas las bolsas caminado detrás de ella.

Lavé, limpié, cociné, fregué, planché y dejé su piso como los chorros del oro. Le cociné sus platos favoritos, follamos, quiero decir, yo le follé a ella y ella a mi con el Striker. Estaba contento por el cambio, que siempre suponía una novedad.

El sábado a la noche, cerca de las tres y media, ella me ordenó salir afuera del balcón, le ayudé a ponerse el Jeff Stryker, me subí al alfeizar de la ventana (su piso y el nuestro eran parecidos, ya que estaban hechos por la misma constructora y al mismo tiempo). Cuando me estaba follando, como un cuarto o 20 minutos más tarde, veo en el piso de enfrente, o sea, en el mío y el de Vanessa, a mi esposa y a Ángel saliendo al balcón. Vanessa llevaba a Ángel agarrándolo y con él encima, exactamente como la otra vez, pero con el marido de Sam en vez de conmigo. Vanessa puso a Ángel sobre el alfeizar de la ventana, my empezó con el mete-saca.

- Mira, son nuestras parejas en el balcón.
- ¡A ver!

Sam me sacó el Stryker del culo y se giró para verlos. Esta vez la luz del balcón estaba encendida, y se podía ver con claridad. En el balcón de enfrente, Vanessa también sacó su polla del culo de su partener y se giró para vernos. Nos saludamos los cuatro agitando nuestras manos.

- ¿No dijo mi marido que no quería enculamientos?
- Te aseguro que Vanessa es muy convincente cuando quiere -dije.

Y nos echamos a reír a mandíbula batiente.

PD: al principio, Vanessa y Samanta nos intercambiaban cuando querían. El fin de semana de la boda, Vanessa me dejó en casa de Sam y Ángel con la advertencia de que me portara bien. Los tres lo pasamos muy bien. Vamessa dio como excusa que yo estaba enfermo.

Nosotros vivíamos alquilados y con estrecheces. Ellos dos habían comprado su piso, y vivían con estrecheces por el pago de la hipoteca. Ninguno de los cuatro obtenía unos buenos ingresos, así que, cuando estaba claro que los cuatro nos llevábamos muy bien, nos mudamos al piso de nuestros vecinos de enfrente. Vamessa, que es quién dirige nuestra economía, le pagaba a Sam la mitad del alquiler. La solución era perfecta. Nuestro piso solo tenía un dormitorio; el de ellos, dos. Y no os quiero explicar las orgías que se arman los fines de semana entre los cuatro.

Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado; y comieron perdices, y a mi no me dieron, porque no quisieron.

miércoles, 20 de julio de 2011

La sorpresa

"Uh! Uh! Uh!" Gemí, pronunciando el sonido cada segundo más o menos a un ritmo constante sin interrupción. Este era el tiempo que Vanessa necesitaba para meter y sacar el grueso consolador de mi culo. Levanté la vista hacia ella, hacia sus brillantes ojos, mis tobillos sobre sus hombros, y sentí mucho amor.


Fue un regalo. Yo solo tenía que permanecer echado, con las palmas de mis manos a mi lado sobre el colchón y disfrutar. Yo solo tenía que ser pasivo en esta follada, deliciosamente pasivo. Sus caderas abofeteaban la parte posterior de mis muslos y la parte inferior de mis nalgas. Su espalda era el músculo que conducía el largo y grueso instrumento al interior del hogar una y otra vez. Su frente estaba cubierta de transpiración.

Cerré mis ojos sabiendo que me correría muy pronto si me fijaba en los detalles. Aún así, yo podía ver sus pechos balanceándose pesadamente (y temblando como sus caderas). Podía ver su melena balanceándose al ritmo de la follada. Podía ver sus pendientes casi golpeando mis piernas. Pero sobre todo, podía ver su dulce y familiar sonrisa. Ella sabía que me estaba enviando al cielo, cada vez más cerca con cada impulso. Ella sabía que estaba al cargo de mi placer y estaba asumiendo, con mucho gusto, su placer.

De repente, ella empezó a ir más despacio. Mis ojos bien abiertos, mi alma demandando que continuara. ¿Por qué estaba parando? Yo estaba TAN cerca.

- Tengo una sorpresa- dijo.
- ¿Oh?

Sacó el dildo de mi, y podría jurar que lo vi echar humo. Fue hasta el bolso y sacó de él otro dildo.

- Oh, Dios mío - murmuré.
Nuestro dildo era enorme, 3,80 cms.de diámetro, 23 cms. de largo y blandito y suave, pero este nuevo juguete... wow.

- ¿Te gusta? - dijo.

No pude hablar, mientras veía que ella sacaba el dildo del arnés y lo reemplazaba por el nuevo.

- Se llama Jeff Stryker. Se supone que se llama así por el tipo que hizo de modelo para diseñarlo. ¿Es grande, no?

Grande no era la palabra correcta. Enorme era la palabra que se ajustaba más. Por lo menos tenía 7 cms. de diámetro y 30 de largo.También tenía unas bolas enormes y gruesas venas. Si no estuviera tan caliente, estaría avergonzado de mis propias medidas.

- Te voy a follar con esto, But.
Vanesa sonrió con esa sonrisa suya dulce pero cargada un poco de malicia.

- Primero te vas a correr dentro de mi, y luego te tragarás todo el semen hasta que yo orgasme en tu boca. Cuando me corra lo suficiente, te daré el mejor orgasmo de tu vida, el orgasmo que tu realmente quieres.
Durante la explicación se fue desabotonando el arnés que llevaba puesto.Vi otra vez su coñito húmedo de deseo y sus labios pidiendo ser lamidos. El pensar en que pronto los chuparía era muy excitante. Pronto su coño estaría expulsando mi semen, y yo estaría tragándomelo, Muy excitante, casi demasiado.

Volvió a la cama y se puso a mi lado.  Su rostro estaba enmarcado por su pelo, y brillaba por la luz de la lampara de su mesita de noche. Parecía un ángel. Acercó sus labios a los mios y me besó muy dulcemente. Nuestras manos explotaban el cuerpo del otro, mis dedos encontraron sus pezones, y los suyos los mios. Como hice una mueca de dolor por sus fuertes pellizcos, mi mano bajó hasta su coño. Cuando mi dedo se hundió entre sus labios, me mojé toda la mano de sus jugos vaginales.

No quería meterle prisa, porque me encanta el placer después de sufrir dolor en los pezones. Pero ella puso su pierna sobre la mía y me montó. Durante estas sesiones, siempre se ponía encima de mí. Ella controlaba así el tempo. Ella controlaba así la acción. Ella me controlaba y a los dos nos gustaba así.

Se sentó sobre mí. Luego se inclinó sobre mí para que su clítoris rozara mis genitales afeitados. Su humedad se sentía increíble sobre mi piel desnuda. Su coño me lamió, me ordeñó.

Ella pronunció las palabras: "Córrete dentro de mi".

Ya que había sido sido sodomizado recientemente y llevado al borde del orgasmo, lo hice con placer. Mi cuerpo suplicaba un orgasmo, pero ella llevó su boca sobre la mía.  En mi parálisis de éxtasis, sondeó mi boca con su lengua, burlándose de mí, instándome a que continuara para darle un orgasmo. Llegué al cielo.

Apenas terminó, salió de mi apretando con su mano su coño para evitar que se perdiera el semen. Con un movimiento muy bien practicado, puso su cuerpo sobre mi cabeza y su coño sobre mi boca abierta. Sacó su mano y mi semen empezó a deslizarse desde su coño hasta mis labios. Todavía estaba un poco aturdido, por lo que gran parte cayó sobre mi cara, pero estiré el cuello y lamí su coño y el semen que fluía. Con sus dedos recogió el semen que estaba repartido por mi cara y acercó sus dedos a mi boca para que fuera tragándolo todo.

Volvió a ponerse en la posición anterior y a poner su coño en contacto con mi boca, y lo lamí mientras ella agitaba sus caderas. Metía mi lengua en su coño tan profunda como podía. Pronto llegó el momento en que empezó a correrse y sus flujos llegaron a mi boca  y a mi lengua. Gemía y sus "oooh, oooh, oooh" pronto llegaron a mis oídos. Conforme llagaba al momento del máximo placer, frotaba su coño con más fuerza contra mi boca. Unos diez minutos después del primer orgasmo, llegó el segundo.

Cuando su climax pasó, me miró a la cara. Le gustaba ver las pruebas de su placer en mi cara. De pronto recordé el Jeff Stryker y pensé en retrasar el momento doloroso lo más posible. Le supliqué que me dejara lamer su ano. "Por favor, déjame comer tu culo, por favor". Con un gesto, accedió a mis deseos, aunque sé que ella lo deseaba también. Se echó sobre la cama boca abajo, yo puse su almohada y la mía debajo de sus caderas, para que su ano estuviese más disponible, y empecé a lamer. En un par de minutos, el agujerito se distendió y ella empezó a gemir, señal de que le gustaba. Al poco empezó a mover el culo con movimientos rítmicos, de arriba a abajo o de un lado al otro. Al principio noté un saborcito un poco acre, lo que me calentó un poco más. Recordé que sus braguitas tenían un pequeño círculo marrón, señal evidente de dicho saborcito. Siempre sospeché que ella lo hace aposta, ya que es muy limpia. Además, apenas hacía una hora que se había duchado. Sospecho que después de la ducha, se sienta en el bidet y hace esfuerzo para echar algo, aunque sea una cantidad infinitesimal, pero suficiente para darle su saborcito peculiar a su ano. Nunca me atrevía  preguntarle, pero estoy convencido de que efectivamente, es así.

Al cabo de un rato, tuvo un orgasmo. Después se volvió para mirar y se quedó un ratito contemplando los restos de su orgasmo sobre mi barba y mi bigote. Acarició mi barbita, húmeda con mis propias babas que deposité en su ano y después recogí con la barba. Creo que fue ese el motivo por el que me prohibió que me afeitara.

- Sé que me has hecho perder tiempo para retrasar el momento de enfrentarte a mi Jeff Stryker, pero de nada te va a servir. Como dicen los subalternos al torero cuando llegó la hora de matar al toro: "Maestro, ha llegado la hora de la verdad. ¡Valor y al toro!

Se puso de pie, se calzó el aparato y me ordenó que le ayudara para atarlo detrás a su cintura. Me ordenó que me pusiera de rodillas en el suelo delante de ella y que le chupara su polla. Así lo hice, y tras breves minutos, me sacó el aparato de la boca y ordenó que le trajera de su mesita de noche un botecito de vaselina: "Creo que hoy, por ser la primera vez, voy a poner esto. Ve al baño y ponte una lavativa anal."

A los diez minutos volví y ella estaba esperándome acostada en la cama con la polla tiesa. Primero me ordenó que le suplicara que me follara. Así lo hice, y siempre me hace hacer lo mismo, y siempre me resulta humillante.Después me hizo ponerme a cuatro patas, sobre la cama pero en el bode de la misma y ella se puso de pie justo tras mi trasero. Puso el bote de vaselina encima de mi espalda y me puso un poco en el ano. Pero después se quedó quieta y callada duran unos segundos, y me soltó: "Vamos a la ventana."

La casa, obviamente, tenía más de una ventana, pero en aquella situación, "la ventana" sólo podía significar la ventana del comedor. La ventana tenía debajo un radiador, y este estaba cubierto por un mueble de madera hecho ex profeso para tapar el radiador. La ventana solía estar abierta, era verano y hacía calor.

No era la primera vez que sucedía así, que cambiaba de opinión, y las otras veces íbamos los dos andando hasta la susodicha "ventana", Pero esta vez fue diferente. Ella me había obligado a adelgazar, desde los 85 kgs. a los 72. Ella, además, era profesora de educación física. No quiero decir con ello que fuera una mujer forzuda, una fisicoculturista, pero iba al gimnasio 6 días a la semana y estaba fuertecilla. Así que cuando me puse de pie, me dio el bote de vaselina para que lo llevara en la mano, me cogió de los muslos, justo por debajo del culo, me levantó en el aire, , y me llevó en volandas hasta la ventana. Durante esos segundos, mi polla y mis pelotas rozaban con las suyas.

La ventana estaba abierta. Le supliqué que la cerrara. Ni se dignó a contestarme. Me depositó sobre la tabla superior, se puso vaselina en uno de sus dedos y me penetró con él analmente. Después puso más vaselina, pero esta vez sobre"su polla", y me penetró. Tras unos cuantos embites, paró. No me atreví a preguntar. Me cogió otra vez y me levantó, y me llevó hacia la puerta de perfiles de aluminio y cristal que daba al balcón.

- Ábrela.

Estaba acostumbrado a no preguntarle nada, esa era una de sus reglas. Mi única obligación era obedecerla. Nada más. Así que me limité a obedecer, y desde esa altura, me incliné un poco para abrir la puerta. Al hacerlo, noté con más fuerza su polla en mi culo. Salimos afuera y apoyó mi culo sobre el alfeizar exterior de la misma ventana. Desde dentro, los posibles espectadores solo podían vernos desde la cintura para arriba. Al estar ahora afuera, en el balcón, se nos veía a los dos el cuerpo entero. Ella siguió con el mete-saca típico de la penetración.

Ella estaba de espaldas a los balcones y ventanas del edificio de enfrente, pero yo los tenía de cara. Miraba sin ver, pero en un momento vi un movimiento que me llamó la atención. Vi a una pareja que nos saludaba, que agitaba las manos en señal de saludo. Se lo dije:

- No seas maleducado y salúdalos -dijo ella sin perturbarse.

Así lo hice. Nuestra luz de la terracita estaba apagada, así como las de nuestro piso, por lo que dudo que pudieran ver con detalle lo que pasaba. Pero supongo que se dieron una idea aproximada.

Al cabo de un buen tiempo, naturalmente el que ella considero conveniente, sacó su herramienta de mi culo y me ordenó que entrara. Después le saqué el Jeff Stryker de la cintura y lo lavé. Después cerré la casa o me aseguré de que todo estuviese cerrado. Antes de ir a nuestro dormitorio, miré por la ventana y vi a la pareja todavía mirando desde su balcón. Antes de acostarme, miré el despertador: eran casi las tres y diez.

viernes, 15 de julio de 2011

La propuesta 3

Viene de La propuesta 2.


Al día siguiente lunes, mientras estaba trabajando recibí una llamada de Ana en el móvil. Me dijo que quería verme a las 6 de la tarde en nuestro piso, que tenía novedades que contarme. Yo estuve allí a la hora en punto, pero ella tardó casi una hora. Al cuarto de hora de esperar, la llamé al móvil pero estaba desconectado. No tuve más remedio que esperar. Cuando llegó, ante mis requerimientos de que explicase la tardanza, me dijo:

- Te tienes que ir acostumbrado a que tarde. En adelante, te citaré en un sitio a una hora determinada, y en muchas ocasiones llegaré tarde, pero de vez en cuando, cuando me de por ahí, llegaré incluso unos minutos antes de la hora en que te cito. Tu nunca sabrás cuando llegaré puntual y cuando no. Es más, ni siquiera lo sabré yo hasta que tome la decisión que desee tomar.

Después continuó:

-Te he citado aquí para comunicarte un par de decisiones que he tomado. Tu sabes que soy virgen y que nunca mantuve relaciones con nadie excepto contigo, y las relaciones que hemos tomado excluyen la penetración. Bueno, pues he decidido que nuestra noche de bodas no va a ser una noche de bodas normal. No deseo perder la virginidad contigo. Es más, quiero que en nuestra noche de bodas no seas tu quién me penetre, en manos de quién pierda la virginidad. Quiero que en la noche de bodas, en nuestra noche de bodas -recalcó - perder la virginidad con otro hombre. Me puse a pensar con quién, y llegué a la conclusión que mejor tres que uno.
- ¿Que quieres decir?
- Tus amigos de la Universidad: Pedro, Pablo y Paco (son 3 nombre ficticios, como todos los de este relato). El día de nuestra boda, por la noche quiero a los tres disponibles en nuestro dormitorio, y con ganas de follarme.
- Pero eso va más lejos de lo que yo pensaba. Yo pensaba en un matrimonio femdom, que todo quedara entre nosotros dos, en una relación un poco distinta a la normal, pero, pero.. no tan distinta.
- Bueno, tu abristes la Caja de Pandora y ahora parece que el resultado no te gusta. A lo mejor hubiera sido para tí no abrirla, pero ahora ya no tiene remedio.
- Y si, por cualquier motivo, no están mis tres amigos allí, ¿que pasará?
- Pasará simplemente que tu y yo nunca follaremos, y que yo me buscaré amantes para follar. Pero puede ser peor para ti, porque puedo buscar el folleteo con gente de tu círculo social. Enseguida se iba a difundir el rumor de que yo era una especie de Mesalina, siempre dispuesta a follar con la primera polla que se encuentra en la calle. Con tus amigos puedes controlar un poco el rumor. Con gente desconocida, no. Además, yo puedo subir las fotos y vídeos a Internet. Me gustaría saber que muchos hombres se calientan viéndome follar con 2 ó 3 hombres.

No me quedaba otras opción. Tenía que hacer lo que me mandaba. Yo había iniciado todo por mi propia voluntad, nadie me había obligado, y ahora sucedía lo nunca pensado. Creía que como Ana parecía una mosquita muerta, en realidad lo era. Pero las apariencias engañan. Conocí a una Ana decidida y sin titubeos, muy diferente a la convencional y recatada Ana que creía conocer.

Tuve que contactar con mis tres amigos. Los reuní en el piso ya conocido en este relato, y les conté la historia (falsa) que sigue:

Ana y yo éramos supermodernos. Ana mantenía una apariencia tradicional de mujer clásica para agradar a sus padres, ya que tenía un gran interés en mantener unas buenas relaciones con ellos. Pero desde que nos conocimos, y a escondidas de ellos, llevábamos unas vidas paralelas y completamente al margen de la vida pública. Realizábamos cambios de pareja, tríos (con otra mujer o con otro hombre), sexo en grupo, etc. Y ahora queríamos dar un paso más. Yo le había propuesto hacer un intercambio de parejas para nuestra noche de bodas, pero ella prefería realizar el amor con tres machos, con ellos tres. Al regreso de nuestro viaje de novios, yo iba a hacerlo con tres chicas, que ya teníamos elegidas, y ellas estaban de acuerdo. Íbamos a grabar en vídeo los dos acontecimientos. Durante la reunión con ellos tres, yo sólo iba a intervenir manejando la cámara.

No imagináis lo que me costó decirles todo esto. Tuve que beber varias cervezas para darme ánimo. Y aún así, me costó horrores. Imaginaos a vosotros en esa situación. Pero, ¡como no!, se mostraron de acuerdo. Ya he dicho que mi novia es muy guapa y sexy. ¿A quién le amarga un dulce? Cuando nos vimos en nuestro piso, se lo conté. Ana dijo:

- Te felicito. Inventaste una bonita historia para pasar el mal trago. No me interesa como se lo hayas dicho, sino que estén el sábado por la noche y con ganas de follarme.

Los días pasaron, y la noche antes de la boda, Ana me citó en nuestro piso. Allí me enseñó un CB 6000, y me dijo que lo iba a llevar al día siguiente en nuestra boda. Me hizo desnudar, y averiguamos como se ponía y se quitaba. Me lo dejó puesto, y me ordenó que hiciera pis en el inodoro. Como no podía hacer, me sacó una cerveza de un litro y me obligó a beberla enterita allí mismo en el baño y de prisa y corriendo. Obviamente, oriné enseguida. Me la dejó puesta, se llevó la llave y nos despedimos hasta el día siguiente.

La boda fue normal, eso si, con mucho lujo y con mucho lujo de detalles.Muchos invitados, todos vestidos con sus mejores galas y mucha alegría para el cuerpo. Pero yo no pare de pensar en toda la ceremonia en lo que iba a pasar por la noche. Y Ana, según me comentó más tarde, tampoco. Pero nuestros pensamientos iban por caminos diferentes. Él de ella, por el camino más placentero de la imaginación sexual. Ya se veía follando con las tres Ps. Y yo también, pero a veces me angustiaba y a veces me calentaba.

viernes, 8 de julio de 2011

Por las botas 2

Continuación de Por las botas.

Cuando me dirigía a la cafetería en donde cité a David, coincidimos en la misma puerta. La cafetería era un establecimiento donde abundaban las familias con niños pequeños (cerca había un centro comercial), pero en la segunda planta había más intimidad. Las parejitas de novios solían ir a cuchichear sus intimidades y a besuquearse un poquito. Encaminé a David a la planta alta, donde podíamos hablar con más intimidad.

Le pedí que me contara su vida. Yo soy mujer, y al fin y al cabo, me gusta enterarme de las vidas ajenas. Después de acabar nuestras copas (él,en realidad, tomó un zumo de naranja, cosa que me sorprendió), que gentilmente pagó él, le invité a mi pequeño departamento a enseñarle mi colección de botas. En realidad mi intención era un poco más picante que eso.

Después de enseñarle mi colección de botas, él me dijo que le había quedado una tarea pendiente que hacer. "¿Cual?", pregunté yo. "La de limpiar tus botas por el procedimiento que yo elija", dijo él. "¿Y como las vas a limpiar?". Mi departamento es muy pequeño, y solo tengo un sofá de tres plazas. Las botas que había llevado en la obra estaban al lado del sofá, ya que no tengo lugar suficiente para guardarlas todas, y pongo la mitad debajo de la cama. Pero este par estaba allí mismo, pendiente de limpieza. David se levantó y se arrodilló delante de mi: "Tienes que ponértelas para que pueda limpiarlas con la lengua", dijo. "Te voy a ayudar". Cogió uno de mis pies y, tras abrir la cremallera, empezó a estirar de la bota. Hizo lo mismo con la otra, y me puso las dos botas sucias. Cogió uno de los pies y empezó a lamer la bota. Aquello empezó a ponerme cachonda. Aquel día estaba muy lanzada. Lo había estado en la obra, y lo estaba ahora en mi departamento. Así que le dije:

- ¿No sería mejor que lo hicieras desnudo?


Ya está. Ya lo había dicho. Estaba convencida de que mi voz había salido rara, con un tono de falsete producto de los nervios, pero lo había dicho. Él me miró directamente a los ojos durante unos segundos, como tratando de adivinar si lo que decía era cierto, y se levantó y empezó a desnudarse sin decir una palabra. Empezó por arriba, y después se agachó en el suelo y se sacó el calzado y los calcetines. Después se sacó los pantalones y, por último, los calzoncillos. Obviamente, a mis 30 años, David no era el primer hombre que veía desnudo, ni tampoco era virgen ni ninguna mojiagata, y había tenido relaciones sexuales con varios hombres desde mi primera vez a los dieciséis, pero aquello me calentó. Era la primera vez que ordenaba a un hombre que se desnudara, y era la primera vez que este me obedecía.

Se puso a lamerme las botas, y al poco paró porque la boca se le resecaba. Entonces me pidió permiso para ir a la cocina a por agua para hacer gárgaras, y se lo di. Trajo una jarra llena de agua, un vaso y un cubo de fregar el suelo. Hizo gárgaras y tiró el agua en el cubo. Y prosiguió. Estuve a punto de decirle que lo dejara, pero preferí cerrar la boca. Con la calefacción puesta, el barro de mis botas se había transformado en un polvillo fino que le secaba la garganta y le impedía segregar saliva. De ahí la necesidad de humedecerse la garganta. Le costó un rato largo, y cuando acabó, toda el agua de la jarra estaba en el cubo.

Si has visto algún vídeo femdom donde él le lame las botas a ella, observarás que las botas de ella están limpias. En nuestro caso eso no era así.

- Ya están las botas limpias- dijo.
- ¿Estás seguro?
- Si- dijo él.
- ¿Y el tacón y la suela? Anda, ve a la cocina y llena la jarra de agua hasta arriba.

Se me quedó mirando con cara de matarme, pero agachó la cabeza y se fue a la cocina. Volvió con la jarra bien llena de agua y empezó. Ahora era necesario que levantara más la pierna para darle acceso a las suelas y a los tacones. Esto me cansó. No estaba acostumbrada al esfuerzo físico. Pero él me ayudó sujetándome la pierna con sus manos. Cuando acabó y mis botas estaban limpias, eran más de las diez y media.

- Me muero de hambre. Voy a la cocina a cocinar algo- dije.
- Yo también - y empezó a vestirse. Se puso los calzoncillos y la camisa.
- No te dije que te vistieras - dije
- ¿Que?
- Antes te ordené que te desnudaras, pero aún no ordené que te vistieras - dije para confirmar.
- Ya hice lo que me mandastes como disculpa por lo que pasó en la obra. Te limpié las botas con mi lengua, incluso los tacones y las suelas. Me desnudé, me imagino que para darte más morbo. Ya cumplí con todo lo que me ordenastes, y no entiendo porque no puedo vestirme.

"Ya está" - pensé. "Se ha rebelado contra mi y lo he echado todo a perder todo".

- Porque estás mucho más sexy así, con el culito al aire - dije para salir del paso.

Quizás no fuera muy buena excusa, pero esperaba que sirviera. Y sirvió. Los hombres son tan tontos y sus pocas neuronas dejan de funcionar cuando tienen a la vista una chica bonita que muestra sus piernas hasta bien arriba y lleva una blusita bien escotada. Entonces, me levanté, me acerqué a él, le metí una mano por dentro de los calzoncillos, pero por detrás, y acaricié su culo,al tiempo que con la otra le agarré la barbilla y dirigí su boca hacia la mía y le di un beso de tornillo. Cuando me separé de él, noté un bulto enorme debajo de su ropa interior. Se quitó toda la ropa y quedó tan desnudo como antes, pero con la diferencia que la pija apuntaba hacia mí en lugar de hacia el suelo como antes.

- Eso tendrá que esperar para después de la cena - dije. Pero te prometo que esta noche te daré la noche de sexo más salvaje de toda tu vida.

Imaginaos la cara que se le puso. Imaginad que estás hambriento como nunca los estuvistes antes en toda tu vida, y te enseñan la comida más sabrosa que sea posible imaginar, y te dicen, "no, tendrás que esperar un par de horas". Pues esa misma cara se le puso.

Con lo poco que tenía en casa para comer, David cocinó la comida más rica que jamás pensé que se podría hacer con tan pocos ingredientes. Hizo un arroz meloso con verduras que estaba para mojar pan. Cocinó desnudo, con la única pieza textil de un delantal de cocina. Le vi cocinando desde la puerta de la habitación, con el culo al aire, y me entró ganas de... Me acerqué a él por detrás, le acaricié el culo por segunda vez y le besé en el cuello. Bueno, otra erección. Esta vez le pedí disculpas. Él puso la mesa sin que yo le dijera nada. Yo, en realidad, pese a que no tenía nada que hacer, no moví ni un dedo. Cenamos, él desnudo, yo con la ropa puesta. Él quitó la mesa y lavó los platos mientras yo veía la tele en el sofá. Y entonces le di la noche de sexo lujurioso que le había prometido.

sábado, 2 de julio de 2011

Por las botas

Soy arquitecta, y tenía 30 años cuando pasó lo que voy a relatar. Trabajaba para una gran constructora y tenía a mi cargo la construcción de una torre de departamentos. Un día de invierno me llamó el encargado de la obra a mi móvil, y me pidió que fuese a la obra, que había algo que no entendía en los planos del piso octavo. Era la hora del mediodía y tomé un taxi y fue allí. Estaba un poco enfadada por importunarme a la hora de la comida, justo cuando iba a ir a comer algo, pero la obra llevaba retraso, y no estaba dispuesta a que se retrasara por mí.

Cuando bajé del taxi, los albañiles empezaban a comer. El encargado, un chico de mi edad, no muy alto pero fuerte y bien parecido, se adelantó a recibirme. Después subimos por el ascensor de la obra hasta el piso octavo. Me preguntó su duda, y yo le respondí. Empezamos a discutir, pues aseguraba que mis órdenes podrían retrasar la obra. Sin embargo, no gritábamos, sino que discutíamos en un tono de voz bastante normal. Yo tampoco iba a dejar que me levantara la voz, ya que yo era su jefa inmediata. Estuvimos como una media hora, aunque no controlé el reloj,

De repente, algo extraño pasó. Yo estaba hablando cuando me di cuenta de que parecía no escucharme. Miraba el suelo y estaba como en otro planeta. Su mirada parecía ausente. Yo me quedé callada, intuyendo que algo raro le pasaba. Seguí su mirada y me di cuenta de que lo que miraba eran mis botas. Como ya dije, era un día de invierno, un día frío, con un viento helado. Había llovido por la noche y las calles estaban mojadas. Hacía bastante humedad, y eso aumentaba la sensación de frío. Me gustan las botas altas hasta casi la rodilla y con mucho tacón, cuanto más fino y alto mejor. Me gustan esos tacones de aguja, que para mi son muy sexys. Siempre que puedo las llevo, excepto en verano. Y por supuesto,aquel día de frío las llevaba. Tenía en casa como diez o doce pares de botas. También llevaba unos jeans bien ajustados, de marca, como a mi me gustan. Y lo que se veía encima de la ropa que llevaba puesta era el abrigo. En particular, los días de frío no me gustan nada, porque por culpa de tanta ropa de abrigo, no puedes mostrarte tan sexy como me gustaría.

Como digo,el tipo aquel, David era su nombre, estaba callado y mirándome fijamente las botas altas y de tacón de aguja. Y de repente, se echó al suelo, se arrodilló delante de mi y empezó a lamerme una de mis botas.

Si, habeis leído bien. Me lamió las botas. Soy incapaz de calcular los minutos que estuvo así, que a mi me parecieron eternos. Menos mal que los obreros estaban comiendo y estábamos solos. Y además, el piso octavo ya tenía las paredes exteriores hechas, así que nadie de los edificios cercanos pudo vernos. Yo no sabía como reaccionar, y me quedé parada, de pie, mientras él me lamía las botas. Imaginaos la escena: yo de pie y tiesa como una mojama por el frío y él, arrodillado en el suelo, lamiéndome las botas. Bueno, para ser sincera, sólo lamió una, la izquierda. Lo que si puedo asegurar es que estuvo, como mínimo, 3 ó 4 minutos. Yo miraba para abajo, y cuando lamió la puntera de mi bota, no podía ver su lengua, ya que su cabeza me lo impedía. Pero cuando empezó a subir para arriba y a lamer la caña de la bota, podía ver su cara de perfil y su lengua lamiendo el símil de cuero de mi bota.

Como he dicho, la noche anterior había llovido y las calles estaban húmedas. Pero alrededor de la obra, habían charcos llenos de barro. Las obras, desde luego, no son unos lugares muy limpios. Mis botas estaban manchadas de barro, y él estaba limpiando mi bota izquierda con su lengua.

No se, algo raro pasó en mi interior, pero lo increíble es que me estaba gustando. Ver a un tipo adulto y fuerte, no un alfeñique enclenque y medio raro, lamiéndome una de mis botas me puso a cien. Y cuando dejó de hacerlo y se levantó, me supo a poco. A pesar del frío, estaba empezando a calentarme. Estuve en un tris de pedirle que siguiera.

Al cabo de varios minutos, se levantó azorado y con la cara roja. Me pidió disculpas,- "Perdone señorita,no sabía lo que hacía", etc., etc., etc. Por mi cerebro pasó la idea de que no podía dejar pasar la oportunidad, y que si lo dejaba para otro día, no me iba a atrever a sacar el tema. Así que el invité a tomar una copa a la salida del trabajo "para hablar de lo que había pasado". Pero en vez de contestarme, me rogó que no dijera nada a la empresa, que podían echarle del trabajo por ello. Quizás pensó que la reunión era para chantajearle. Para sacarle de las dudas, le dije que ya que le gustaba limpiar las botas con la lengua, yo era una apasionada de las botas, que en casa tenía muchas, y que quería enseñárselas. Al tiempo que dije eso, le hice un guiño con un ojo como demostrando complicidad y para que se tranquilizara. También le dije que le iba a dejar limpiar mis botas del modo que él prefiriese, y le hice otro guiño. Parece que mis muecas de complicidad le tranquilizaron, porque sonrió y aceptó la invitación. Quedamos en un bar cerca de mi casa para las ocho de la noche.

Al terminar el trabajo,me fui a casa, me duché con agua bien calentita, me puse otro par de botas, y fui al bar donde habíamos quedado.

Si te ha gustado, continua en esta otra entrada.