Cuando mis padres murieron en un accidente de tráfico acababa de graduarme en una escuela de alta cocina y apenas había empezado a buscar trabajo. Después del entierro, rebusqué entre los papeles de mis padres para ver si encontraba algo interesante. Encontré una hipoteca a favor de mi padre sobre un restaurante de un amigo suyo. Me puse en contacto con él y me explicó que no tenía dinero para pagarme, pero que había manera de encontrar una solución a gusto de todos. Me propuso que ya que yo era cocinero y sin trabajo, alquilase su restaurante, que de todos modos estaba cerrado desde que él había sufrido una enfermedad. Estaba ahora más o menos recuperado, pero imposibilitado de trabajar. Me llevó a ver el restaurante, que está situado en la parte más rica de la ciudad. Era un restaurante de lujo, con todo montado, decoración , maquinaria, instalaciones... hasta la cristalería y la vajilla tenía.
Consulté con un abogado y junto con su abogado, llegamos a un acuerdo: yo alquilaría el restaurante durante seis años, discutimos sobre el precio y llegamos a un acuerdo. Negociamos sobre el precio del alquiler, pero también sobre los intereses de demora. Él, por supuesto, no quería pagar intereses, pero le amenacé con ejecutarle la hipoteca y quedarme con su restaurante a precio de ganga pagando solo la diferencia. Su abogado le aconsejó aceptar, ya que si yo embargaba, iba a obtener un gran beneficio y él una gran pérdida. También le pedí 3 meses gratis para abrir el restaurante. Así que me encontré con la casa de mis padres, su coche y su piso, y 6 años de alquiler gratis.
Enseguida hablé con Inés, mi novia de toda la vida, la chica más guapa del instituto y del barrio, una preciosidad de criatura. Le propuse matrimonio y aceptó inmediatamente. Así que nos lanzamos a una vorágine de preparaciones, tanto de la boda como de la apertura del restaurante. La vida era de color de rosa. Y lo fue durante 6 años. Nos casamos, nos fuimos de viaje de novios al caribe, y a la vuelta, abrí el restaurante. Y fue un éxito total. No en vano estaba en la mejor zona de la ciudad. Hacíamos cocina moderna, de esa que te ponen un plato enorme y cuadrado y una pieza de comida pequeñita del tamaño de un huevo frito y te cobran una enormidad.
Durante seis años disfrutamos Inés y yo de prosperidad. Ella seguía estudiando medicina, acabó e ingresó, por enchufe, en el hospital de la ciudad. No en vano su padre, médico también había sido director del hospital. Inés ganaba un sueldo modesto al principio como médica novata que era, pero poco a poco fue subiendo. Sólo una nube apareció en nuestro horizonte. Ella no se quedaba embarazada. Fuimos a un médico y, tras los análisis, descubrimos que yo era infértil. Tenía pocos espermatozoides y los que tenía, o les faltaba la cola, o no se movían apenas, etc. Inés estuvo una temporada un poco triste, pero enseguida se le pasó y todo volvió a ser alegría en casa.
Pero el fin del contrato llegó. Quise renovarlo, pagando el alquiler pertinente pero el dueño no quiso. Había sido que tenía un hijo que, en estos seis años, había acabado el instituto, había ingresado en la misma escuela de cocina donde yo estudié y había acabado sus estudios. Naturalmente, el restaurante fue gratis para el hijo. No sólo eso. Además yo había continuado el restaurante con el mismo nombre que tenía antes de que su dueño enfermara, Luna creciente, y le había dado fama. No había puesto en el contrato ninguna cláusula al respecto, así que el muchacho empezó con el nombre que yo, tras dos años de inactividad, le había dado esplendor en mis seis años de permanencia en el local. Me creía el rey del mundo cuando negocié el contrato por haberle obligado a pagar los intereses, no sólo desde que mi difunto padre le había prestado el dinero, sino también por los 6 años siguientes, consultando con unos y con otros sobre como calcular los intereses, pero se me había pasado por alto ese pequeño detalle.
No me desanimé. Mirando el lado positivo, tenía una mujer con un buen empleo, una casa propia y algunos ahorros. Empecé a buscar locales para alquilar, pero no encontré ninguno. Nuestra ciudad es una ciudad pequeña y con muchas desigualdades sociales. La zona rica era pequeña, muy pequeña y todos los locales estaban ocupados: bancos, tiendas de artículos de lujo, boutiques, compañías de seguros, de agencias de viaje, un par de hoteles y poco más. Apenas unas pocas manzanas.
Alrededor de esta zona alta, había una zona de clase media. Busqué ahí, y encontré un lugar muy cerca de la zona lujosa, pero no estaba en la zona de lujo. Me gasté mis ahorros, alquilé el local, compre maquinaria e instalaciones, decoración, mesas, sillas, todo lo tuve que comprar. Todo lo que me había ahorrado en esos 6 años tanto de alquiler como de compra de lo necesario para acomodar el restaurante, ahora tenía que pagar.
Cuando abrí el restaurante, las cosas fueron mal desde el primer día. Los ricos de la ciudad no cruzaban a la zona de clase media para comer o cenar en un restaurante de lujo y pagar lo mismo que pagaban cerca de sus domicilios. Y la gente de clase media no iba a pagar un restaurante tan caro. Había hecho la mayor estupidez de mi vida y lo iba a pagar caro. Me costó un año reconocer el error, y cuando quise bajar el nivel del restaurante para tener más clientela, la gente no aceptó y yo me había pulido todos mis ahorros.
Hablé con mi mujer y ella me apoyó sentimentalmente. Inés era muy cariñosa y me consolaba de mis fracasos. Dejé el local, vendí el piso de mis padres y nos mudamos a un piso alquilado. Con mis ahorros compré un local muy pequeño y un poco apartado, ya que era lo único que podía permitirme. Pero empecé a beber cerveza tras cerveza sin parar. En los dos restaurantes anteriores yo no cocinaba, sino compraba la comida en los mercados, y vigilaba las operaciones de los cocineros. Daba órdenes de aquí para allá, recibía a los clientes con una sonrisa y, con la misma sonrisa, les llevaba la factura. Todo lo demás lo hacían los cocineros y camareros. Ahora tenía que cocinar yo, ayudado por un chico imberbe y una mujer mayor de 50. Y me deprimí. Y a beber. Me deprimía, bebía para alegrarme, me deprimía aún más y bebía aún más. Sólo bebía cerveza y vino. Con ello me autoengañaba. Me decía que como ambas bebidas eran de baja graduación, no eran peligrosas. Y bebía litros y litros de cerveza cada día.
Me endeudé y acabé perdiendo mi tercer y último restaurante. Este había sido el más pobretón pero era el único que había sido enteramente mío. Por unas deudas que apenas representaban un 15% del valor del local, me lo embargaron. Aquel día me fui a casa derrotado y 15.000 dólares que era lo único que había podido obtener de la subasta judicial tras pagar la deuda.
Mi mujer me recibió cariñosamente en casa y trató de animarme. Me dijo que buscara trabajo como cocinero a sueldo. Lo hice, al menos al principio, pero mi ciudad es pequeñita y no habrán más de 100 restaurantes en total. Además se corrió la voz de mi mala suerte, de mi afición a la cerveza. Ignoro si no hubiera empezado a beber que hubiera pasado, pero me animaba consolándome que todo hubiera ido mejor. Traté de convencerla de que nos mudásemos a otra ciudad, pero ella no estaba dispuesta a dejar su trabajo en el hospital:
- Compréndelo, cariño, es el único ingreso que tenemos. Mejor te quedas en casa, lavas la ropa, limpias la casa, cocinas, que de eso sabes un montón, y llegarán épocas mejores. ¡Ya verás como es cierto!
No se como la hice caso. Fue peor el remedio que la enfermedad. Apenas tenía nada que hacer, nuestro piso era un apartamento pequeño con sólo un dormitorio para los dos. Yo tenía mucho tiempo libre y un vicio que creció más y más. Bebía cada vez más, y más, y más, y acabé por no hacer nada en casa. Inés tenía que hacer las labores domésticas cuando llegaba a casa o en sus días de descanso del hospital, porque cuando ella llegaba, yo estaba durmiendo borracho en la cama.
Consulté con un abogado y junto con su abogado, llegamos a un acuerdo: yo alquilaría el restaurante durante seis años, discutimos sobre el precio y llegamos a un acuerdo. Negociamos sobre el precio del alquiler, pero también sobre los intereses de demora. Él, por supuesto, no quería pagar intereses, pero le amenacé con ejecutarle la hipoteca y quedarme con su restaurante a precio de ganga pagando solo la diferencia. Su abogado le aconsejó aceptar, ya que si yo embargaba, iba a obtener un gran beneficio y él una gran pérdida. También le pedí 3 meses gratis para abrir el restaurante. Así que me encontré con la casa de mis padres, su coche y su piso, y 6 años de alquiler gratis.
Enseguida hablé con Inés, mi novia de toda la vida, la chica más guapa del instituto y del barrio, una preciosidad de criatura. Le propuse matrimonio y aceptó inmediatamente. Así que nos lanzamos a una vorágine de preparaciones, tanto de la boda como de la apertura del restaurante. La vida era de color de rosa. Y lo fue durante 6 años. Nos casamos, nos fuimos de viaje de novios al caribe, y a la vuelta, abrí el restaurante. Y fue un éxito total. No en vano estaba en la mejor zona de la ciudad. Hacíamos cocina moderna, de esa que te ponen un plato enorme y cuadrado y una pieza de comida pequeñita del tamaño de un huevo frito y te cobran una enormidad.
Durante seis años disfrutamos Inés y yo de prosperidad. Ella seguía estudiando medicina, acabó e ingresó, por enchufe, en el hospital de la ciudad. No en vano su padre, médico también había sido director del hospital. Inés ganaba un sueldo modesto al principio como médica novata que era, pero poco a poco fue subiendo. Sólo una nube apareció en nuestro horizonte. Ella no se quedaba embarazada. Fuimos a un médico y, tras los análisis, descubrimos que yo era infértil. Tenía pocos espermatozoides y los que tenía, o les faltaba la cola, o no se movían apenas, etc. Inés estuvo una temporada un poco triste, pero enseguida se le pasó y todo volvió a ser alegría en casa.
Pero el fin del contrato llegó. Quise renovarlo, pagando el alquiler pertinente pero el dueño no quiso. Había sido que tenía un hijo que, en estos seis años, había acabado el instituto, había ingresado en la misma escuela de cocina donde yo estudié y había acabado sus estudios. Naturalmente, el restaurante fue gratis para el hijo. No sólo eso. Además yo había continuado el restaurante con el mismo nombre que tenía antes de que su dueño enfermara, Luna creciente, y le había dado fama. No había puesto en el contrato ninguna cláusula al respecto, así que el muchacho empezó con el nombre que yo, tras dos años de inactividad, le había dado esplendor en mis seis años de permanencia en el local. Me creía el rey del mundo cuando negocié el contrato por haberle obligado a pagar los intereses, no sólo desde que mi difunto padre le había prestado el dinero, sino también por los 6 años siguientes, consultando con unos y con otros sobre como calcular los intereses, pero se me había pasado por alto ese pequeño detalle.
No me desanimé. Mirando el lado positivo, tenía una mujer con un buen empleo, una casa propia y algunos ahorros. Empecé a buscar locales para alquilar, pero no encontré ninguno. Nuestra ciudad es una ciudad pequeña y con muchas desigualdades sociales. La zona rica era pequeña, muy pequeña y todos los locales estaban ocupados: bancos, tiendas de artículos de lujo, boutiques, compañías de seguros, de agencias de viaje, un par de hoteles y poco más. Apenas unas pocas manzanas.
Alrededor de esta zona alta, había una zona de clase media. Busqué ahí, y encontré un lugar muy cerca de la zona lujosa, pero no estaba en la zona de lujo. Me gasté mis ahorros, alquilé el local, compre maquinaria e instalaciones, decoración, mesas, sillas, todo lo tuve que comprar. Todo lo que me había ahorrado en esos 6 años tanto de alquiler como de compra de lo necesario para acomodar el restaurante, ahora tenía que pagar.
Cuando abrí el restaurante, las cosas fueron mal desde el primer día. Los ricos de la ciudad no cruzaban a la zona de clase media para comer o cenar en un restaurante de lujo y pagar lo mismo que pagaban cerca de sus domicilios. Y la gente de clase media no iba a pagar un restaurante tan caro. Había hecho la mayor estupidez de mi vida y lo iba a pagar caro. Me costó un año reconocer el error, y cuando quise bajar el nivel del restaurante para tener más clientela, la gente no aceptó y yo me había pulido todos mis ahorros.
Hablé con mi mujer y ella me apoyó sentimentalmente. Inés era muy cariñosa y me consolaba de mis fracasos. Dejé el local, vendí el piso de mis padres y nos mudamos a un piso alquilado. Con mis ahorros compré un local muy pequeño y un poco apartado, ya que era lo único que podía permitirme. Pero empecé a beber cerveza tras cerveza sin parar. En los dos restaurantes anteriores yo no cocinaba, sino compraba la comida en los mercados, y vigilaba las operaciones de los cocineros. Daba órdenes de aquí para allá, recibía a los clientes con una sonrisa y, con la misma sonrisa, les llevaba la factura. Todo lo demás lo hacían los cocineros y camareros. Ahora tenía que cocinar yo, ayudado por un chico imberbe y una mujer mayor de 50. Y me deprimí. Y a beber. Me deprimía, bebía para alegrarme, me deprimía aún más y bebía aún más. Sólo bebía cerveza y vino. Con ello me autoengañaba. Me decía que como ambas bebidas eran de baja graduación, no eran peligrosas. Y bebía litros y litros de cerveza cada día.
Me endeudé y acabé perdiendo mi tercer y último restaurante. Este había sido el más pobretón pero era el único que había sido enteramente mío. Por unas deudas que apenas representaban un 15% del valor del local, me lo embargaron. Aquel día me fui a casa derrotado y 15.000 dólares que era lo único que había podido obtener de la subasta judicial tras pagar la deuda.
Mi mujer me recibió cariñosamente en casa y trató de animarme. Me dijo que buscara trabajo como cocinero a sueldo. Lo hice, al menos al principio, pero mi ciudad es pequeñita y no habrán más de 100 restaurantes en total. Además se corrió la voz de mi mala suerte, de mi afición a la cerveza. Ignoro si no hubiera empezado a beber que hubiera pasado, pero me animaba consolándome que todo hubiera ido mejor. Traté de convencerla de que nos mudásemos a otra ciudad, pero ella no estaba dispuesta a dejar su trabajo en el hospital:
- Compréndelo, cariño, es el único ingreso que tenemos. Mejor te quedas en casa, lavas la ropa, limpias la casa, cocinas, que de eso sabes un montón, y llegarán épocas mejores. ¡Ya verás como es cierto!
No se como la hice caso. Fue peor el remedio que la enfermedad. Apenas tenía nada que hacer, nuestro piso era un apartamento pequeño con sólo un dormitorio para los dos. Yo tenía mucho tiempo libre y un vicio que creció más y más. Bebía cada vez más, y más, y más, y acabé por no hacer nada en casa. Inés tenía que hacer las labores domésticas cuando llegaba a casa o en sus días de descanso del hospital, porque cuando ella llegaba, yo estaba durmiendo borracho en la cama.
A veces ella hacía las cosas con resignación y silencio, otras veces trataba de convencerme cariñosamente de que colaborara un poquito y dejara la bebida. Pos supuesto, nuestras relaciones sexuales se fueron espaciando cada vez más hasta ser inexistentes. Y por último, ya dejamos de hablarnos.
Como ella era médico en el hospital, a veces trabajaba los sábados, domingos y festivos, y libraba entre semana. Un buen día de primavera de esos que tenía libres entre semana, exactamente era un viernes, sonó el timbre de la puerta. Yo estaba tumbado en el sofá, y ella en el dormitorio. Estaba yo más cerca de la puerta, sin embargo grité:
- Inés, están llamando a la puerta. Ve a abrir.
Acudió a abrir la puerta y segundos después apareció en el umbral de la puerta del saloncito con un hombre de unas 35 años, alto, grandote, bien vestido, moreno, con una barbita bien cuidada. Lo peor es que parecieron los dos cogidos de la mano. ¡Mi mujer, entrando con un desconocido en mi propia casa y cogidos de la mano! Me quedé sin palabras:
- Mira cariño, te presento a Camilo.
¡Cariño, le había llamado cariño! ¡Pero que era esto! Seguramente que la última cerveza me había sentado mal. Debía estar estropeada. Pero yo no había sentido ningún gusto raro.
- Buenos días- dijo el gigante aquél.
- Cielo, será mejor que pasemos a la alcoba- contestó mi mujer. Y acto seguido desaparecieron camino del dormitorio.
No podía ser un sueño, que digo un sueño, ¡una pesadilla! Le había llamado cielo. La vez anterior le había llamado cariño, ahora cielo. Una vez podía haber oído mal, pero dos no. Yo me quedé anodadado por unos segundos, pero cuando me restablecí más o menos, les seguí al dormitorio. Allí encontré a los dos llenando una maleta con la ropa de mi mujer.
- ¿Que sucede aquí? ¿Que desagradable broma es esta?
- Cariño, lo único que pasa es que esta tarde me caso con Jaime y mañana nos vamos de viaje de novios al caribe. ¡Ah, por cierto! -exclamó Inés- se me olvidó entregarte la invitación para nuestra boda.
- ¿Boda? ¿Que boda? -Lo único que tenía claro es que la situación se iba poniendo cada vez más oscura. Cada vez estaba más estupefacto.
- La mía con Jaime, mi novio, tontuelo - contestó ella cariñosamente- La verdad es que ha sido un olvido mío no haberte avisado antes, pero una tiene tantas cosas en la cabeza cuando prepara una boda. Ya sabes, mandar confeccionar las invitaciones, la lista de invitados, el vestido de novia, el restaurante del convite, el menú, etc. ¿No recuerdas nuestra boda? Empleamos un montón de tiempo en prepararlo todo.
- Si recuerdo. Y también recuerdo que tu y yo seguimos casados. No estamos divorciados.
- ¿Como que no? Estamos divorciados desde el lunes. Aquí te traje una copia de la sentencia. Jaime, que es juez, te contestará cualquier duda que tengas.
- ¿Como divorciados? - contesté como un estúpido.
- Si cariño - respondió Inés- ¿No recuerdas que me has firmado los papeles del divorcio?
- No. No recuerdo nada -entre las brumas del alcohol intenté recordar algo, y de repente me vino a la cabeza que en varias ocasiones le firmé a mi mujer tochos de papeles sin leer su contenido. Pero de repente recordé algo:
Como ella era médico en el hospital, a veces trabajaba los sábados, domingos y festivos, y libraba entre semana. Un buen día de primavera de esos que tenía libres entre semana, exactamente era un viernes, sonó el timbre de la puerta. Yo estaba tumbado en el sofá, y ella en el dormitorio. Estaba yo más cerca de la puerta, sin embargo grité:
- Inés, están llamando a la puerta. Ve a abrir.
Acudió a abrir la puerta y segundos después apareció en el umbral de la puerta del saloncito con un hombre de unas 35 años, alto, grandote, bien vestido, moreno, con una barbita bien cuidada. Lo peor es que parecieron los dos cogidos de la mano. ¡Mi mujer, entrando con un desconocido en mi propia casa y cogidos de la mano! Me quedé sin palabras:
- Mira cariño, te presento a Camilo.
¡Cariño, le había llamado cariño! ¡Pero que era esto! Seguramente que la última cerveza me había sentado mal. Debía estar estropeada. Pero yo no había sentido ningún gusto raro.
- Buenos días- dijo el gigante aquél.
- Cielo, será mejor que pasemos a la alcoba- contestó mi mujer. Y acto seguido desaparecieron camino del dormitorio.
No podía ser un sueño, que digo un sueño, ¡una pesadilla! Le había llamado cielo. La vez anterior le había llamado cariño, ahora cielo. Una vez podía haber oído mal, pero dos no. Yo me quedé anodadado por unos segundos, pero cuando me restablecí más o menos, les seguí al dormitorio. Allí encontré a los dos llenando una maleta con la ropa de mi mujer.
- ¿Que sucede aquí? ¿Que desagradable broma es esta?
- Cariño, lo único que pasa es que esta tarde me caso con Jaime y mañana nos vamos de viaje de novios al caribe. ¡Ah, por cierto! -exclamó Inés- se me olvidó entregarte la invitación para nuestra boda.
- ¿Boda? ¿Que boda? -Lo único que tenía claro es que la situación se iba poniendo cada vez más oscura. Cada vez estaba más estupefacto.
- La mía con Jaime, mi novio, tontuelo - contestó ella cariñosamente- La verdad es que ha sido un olvido mío no haberte avisado antes, pero una tiene tantas cosas en la cabeza cuando prepara una boda. Ya sabes, mandar confeccionar las invitaciones, la lista de invitados, el vestido de novia, el restaurante del convite, el menú, etc. ¿No recuerdas nuestra boda? Empleamos un montón de tiempo en prepararlo todo.
- Si recuerdo. Y también recuerdo que tu y yo seguimos casados. No estamos divorciados.
- ¿Como que no? Estamos divorciados desde el lunes. Aquí te traje una copia de la sentencia. Jaime, que es juez, te contestará cualquier duda que tengas.
- ¿Como divorciados? - contesté como un estúpido.
- Si cariño - respondió Inés- ¿No recuerdas que me has firmado los papeles del divorcio?
- No. No recuerdo nada -entre las brumas del alcohol intenté recordar algo, y de repente me vino a la cabeza que en varias ocasiones le firmé a mi mujer tochos de papeles sin leer su contenido. Pero de repente recordé algo:
- ¿Como puedo estar divorciado sin ni siquiera conocer a mi abogado?
- Abogada, cariño, abogada. Tienes una abogada muy simpática llamada Eva. Te traigo los papeles del divorcio, y entre ellos está el teléfono de tu abogada -y se sacó del bolso un sobre grande doblado con varios papeles -Aquí está todo, cariño. Si tienes alguna duda puedes telefonearla. Eva es muy amable y te responderá a cualquier duda o pregunta que tengas.
- Pero no puede ser, si tuviera una abogada lo recordaría. Pase que no recuerde lo de la fima del divorcio, pero no puedo haberme olvidado de que tengo una abogada. Yo nunca he contratado una.
- ¡Ay, pero que memorias que tienes! Por supuesto que conoces a tu abogada. Estuvimos los cuatro, tu, yo, tu abogada y mi abogado en el juzgado. ¡Hasta recuerdo como mirabas a las piernas de tu abogada, aunque no te lo reprocho, es muy guapa y muy sexy! Bueno amor, si tienes alguna duda, llama a tu abogada. Por si perdiste el teléfono, en el sobre está escrito.
- ¡Por supuesto que la voy a llamar, no faltaba más! -y me fui al salón de vuelta. Cogí el auricular y marqué el nº que encontré en el sobre.
- Abogada, cariño, abogada. Tienes una abogada muy simpática llamada Eva. Te traigo los papeles del divorcio, y entre ellos está el teléfono de tu abogada -y se sacó del bolso un sobre grande doblado con varios papeles -Aquí está todo, cariño. Si tienes alguna duda puedes telefonearla. Eva es muy amable y te responderá a cualquier duda o pregunta que tengas.
- Pero no puede ser, si tuviera una abogada lo recordaría. Pase que no recuerde lo de la fima del divorcio, pero no puedo haberme olvidado de que tengo una abogada. Yo nunca he contratado una.
- ¡Ay, pero que memorias que tienes! Por supuesto que conoces a tu abogada. Estuvimos los cuatro, tu, yo, tu abogada y mi abogado en el juzgado. ¡Hasta recuerdo como mirabas a las piernas de tu abogada, aunque no te lo reprocho, es muy guapa y muy sexy! Bueno amor, si tienes alguna duda, llama a tu abogada. Por si perdiste el teléfono, en el sobre está escrito.
- ¡Por supuesto que la voy a llamar, no faltaba más! -y me fui al salón de vuelta. Cogí el auricular y marqué el nº que encontré en el sobre.
El diálogo de sordos que comenzó a continuación fue tan surrealista que si lo ves en una película no te lo crees. Yo aseguraba que no la conocía, y ella me aseguraba que si. Al principio se extrañó, pero más adelante me tomaba en broma, y más adelante parecía creer que me burlaba de ella o que le estaba gastando una broma. Por último, me insinuó que estaba borracho. Al entenderlo yo así, me ofendía, ya que cada ves estaba mejor de la cabeza. Conforme iba pasando el tiempo me encontraba más sereno. Por último decidió que, ya que no tenía que acudir a ningún juzgado esa mañana y no tenía ningún trabajo urgente que hacer, acudiría a mi piso. Quise darle la dirección pero se ofendió asegurando que disponía de ella. Y al cabo de una media hora apareció.
En cuanto la vi la reconocí. Efectivamente la conocía. Había venido varias veces a mi casa, pero nunca como abogada mía, sino como amiga de mi mujer, la verdad es que era una mujer inolvidable: guapa y sexy como pocas.
- ¿Me reconoces ahora? - soltó al darse cuenta por mi expresión que si la reconocí.
Ahí me hundí psicológicamente. Había sido víctima de una trampa urdida por mi mujer y su novio, o mejor dicho, por mi ex-mujer y su novio. No en vano él era juez. Conocía las leyes como ninguno y tenía amistades en el sistema judicial. Había caído en una trampa. Mis sentimientos eran una especie de humillación e indefensión. Me considerada vencido. Además recordé que nos habíamos sacados algunas fotos de los tres tomando algo en una terraza en un bar. Parecían fotos inocentes pero en mi caso eran las fotos que confirmaban que yo conocía a Eva. Era fácil asegurar que Eva era amiga de ambos, o incluso amante mía, y que yo la había elegido como mi abogada.
En cuanto la vi la reconocí. Efectivamente la conocía. Había venido varias veces a mi casa, pero nunca como abogada mía, sino como amiga de mi mujer, la verdad es que era una mujer inolvidable: guapa y sexy como pocas.
- ¿Me reconoces ahora? - soltó al darse cuenta por mi expresión que si la reconocí.
Ahí me hundí psicológicamente. Había sido víctima de una trampa urdida por mi mujer y su novio, o mejor dicho, por mi ex-mujer y su novio. No en vano él era juez. Conocía las leyes como ninguno y tenía amistades en el sistema judicial. Había caído en una trampa. Mis sentimientos eran una especie de humillación e indefensión. Me considerada vencido. Además recordé que nos habíamos sacados algunas fotos de los tres tomando algo en una terraza en un bar. Parecían fotos inocentes pero en mi caso eran las fotos que confirmaban que yo conocía a Eva. Era fácil asegurar que Eva era amiga de ambos, o incluso amante mía, y que yo la había elegido como mi abogada.
El resto de lo que pasó aquel día está un poco confuso en mi mente. Recuerdo que me vine abajo, que empecé a llorar, que las dos mujeres me consolaron como si fuese un niño que ha perdido su juguete, que llamaron a un médico, que pasé unas horas medio aturdido en una cama por alguna pastilla que el doctor me había dado.
Al cabo de unas horas apareció mi mujer sola:
- ¿Te encuentras mejor?
- Si -respondí.
- Me tuvistes preocupada - aseguró ella en tono cariñoso. En realidad siempre había hablado conmigo en tono cariñoso, pero tratándome como a un niño- Parece que estás en una situación económica apurada y yo, que te he querido tanto, he hablado con Jaime y hemos llegado a la conclusión que no podemos dejarte tirado como un perro. Así que hemos decidido ayudarte. ¿Te acuerdas cuando dijimos que tu ibas a hacer las tareas de casa, ya sabes, plancha, lavar, cocinar? Mira, Jaime y yo trabajamos muchas horas y no podemos hacer las tareas de casa. Hemos decidido darte la oportunidad de que trabajes en casa y vivas con nosotros. Viviríamos los tres en casa de Jaime y tu serías una especie de criada. Se que puede parecer raro que vivas con nosotros dos, pero para que los vecinos no se enteren y no murmuren no deberías salir nunca de casa. Se que será un poco duro, sobre todo al principio, pero te acostumbrarás. Además te beneficiará con respecto al alcohol. Jaime es totalmente abstemio porque bebía mucho, como tu, y se hizo de Alcohólicos Anónimos y lo superó. Si él pudo tu también podrás. Así si no sales del piso de Jaime evitarás la tentación de beber, ya que en casa de Jaime te aseguro que no hay ni una gota de alcohol. Se que será un poco duro pero si Jaime pudo superarlo, tu podrás también. Además estaremos Jaime y yo para apoyarte. Se que te llevarás muy bien con Jaime, es muy buena persona y muy cariñoso conmigo. ¿Que respondes?
Hice un gesto raro como de cansancio.
_ Bueno, en realidad cariño, no tienes mucho tiempo para pensarlo porque el dueño del piso quiere que quede desalojado para esta tarde. Así que de momento no vas a tener más remedio que venir conmigo a la boda. La boda es en un par de horas y yo tengo que ir a vestirme. Mientras descansabas he hecho tus maletas y te he planchado el traje para la boda. Te ayudo a ponértelo y nos vamos.
Me ayudó a vestirme como si fuese un niño y nos fuimos. Me llevó al piso de Jaime y me hizo sentar en un sillón. Al cabo de un cierto tiempo, estábamos los tres en la ceremonia civil, y un rato después, en un restaurante que habían alquilado para la noche. En el convite no habían bebidas alcohólicas, pero Inés me dio otra pastilla y pude pasar la noche sin beber. Bueno, cocas y todas esos refrescos. No sentía ganas de beber, pero también estaba un poco aturdido, como si yo no fuese yo, como si fuese otro, o como si yo estuviese dentro de mi propio cuerpo pero como una entidad diferente. Cuando la boda se acabó, me dejé llevar por Inés y Jaime y fuimos a su piso. Durante el trayecto recordé un chiste malísimo que oí una vez:
Recordé el chiste y me reía sólo en el siento de atrás del coche de Jaime. Al llegar a la casa me sentaron en un rincón y me quedé allí un rato. Creo recordar que les oí discutir y a Inés decir a Jaime: "Haz lo que quieras". A los pocos minutos o al cabo de un rato largo, no recuero bien porque mis recuerdos son confusos, me agarró Jaime de la mano como a un niño pequeño y me llevó a la alcoba de ellos. Estaba a oscuras, no había ninguna luz encendida y la habitación sólo estaba iluminada tenuemente por el alumbrado público de la calle. Jaime me sentó en una silla, sscó una cuerda de no se donde y me ató al asiento. Pasaron unos minutos y apareció Inés desnuda procedente del baño. Se tumbó en la cama sin mirarme siquiera. La vi. Estaba hermosa toda desnuda, con su cuerpo delgado y sexy a sus treinta hermosos años. ¡Como podía haber dejado tal belleza por la bebida! A los pocos minutos apareció Jaime e Inés se abalanzó sobre él y le fue desnudando poco a poco. Cuando lo hizo empezó a lamerle la polla hasta que esta alcanzó su máximo tamaño. ¡Y que tamaño! Aquello no era una polla, sino un pollón. Él se echó sobre ella y la penetró con ansia. Cuando llegaba al climax, ella me miró fijamente a los ojos. Pensé que ella disfrutaba más porque yo la miraba.
Todo esto que acabo de relatar ocurrió el viernes. El martes siguiente se fueron al caribe de viaje de novios, y aunque Jaime me ordenó que no saliese de casa salvo caso de extrema necesidad, un incendio por ejemplo, me dejaron la nevera bien abastecida. Esto ocurrió hace diez años, escribo esto porque es el décimo aniversario de la boda de Inés y Jaime. Desde aquel viernes nunca salí de aquel piso ni nunca volví a beber. Durante un tiempo me daban unas pastillas para controlar la ansiedad, pero poco a poco fui dejándolas. Ya no bebo ni gota. Estoy siempre en la casa encerrado haciendo mis labores. Tengo la casa siempre limpia, la limpio todos los días, no dejo que ni una mota de polvo la mancille, veo la tele, escucho música, leo libros que me compra Inés. Pero sobre todo lo que más me gusta en ver a Inés y Jaime follar. Me siento en la silla, y ya no necesito que me aten. Por cierto, tengo que reconocer que Jaime folla muchísimo mejor que yo. Disfruto así del sexo y ellos también disfrutan viéndome viéndoles follar.
Desde hace diez años nunca he tenido sexo. Ni siquiera puedo masturbarme, porque una imposición de Jaime fue que llevara siempre un cinturón de castidad para hombre, del que Jaime siempre lleva la llave encima.
Al cabo de unas horas apareció mi mujer sola:
- ¿Te encuentras mejor?
- Si -respondí.
- Me tuvistes preocupada - aseguró ella en tono cariñoso. En realidad siempre había hablado conmigo en tono cariñoso, pero tratándome como a un niño- Parece que estás en una situación económica apurada y yo, que te he querido tanto, he hablado con Jaime y hemos llegado a la conclusión que no podemos dejarte tirado como un perro. Así que hemos decidido ayudarte. ¿Te acuerdas cuando dijimos que tu ibas a hacer las tareas de casa, ya sabes, plancha, lavar, cocinar? Mira, Jaime y yo trabajamos muchas horas y no podemos hacer las tareas de casa. Hemos decidido darte la oportunidad de que trabajes en casa y vivas con nosotros. Viviríamos los tres en casa de Jaime y tu serías una especie de criada. Se que puede parecer raro que vivas con nosotros dos, pero para que los vecinos no se enteren y no murmuren no deberías salir nunca de casa. Se que será un poco duro, sobre todo al principio, pero te acostumbrarás. Además te beneficiará con respecto al alcohol. Jaime es totalmente abstemio porque bebía mucho, como tu, y se hizo de Alcohólicos Anónimos y lo superó. Si él pudo tu también podrás. Así si no sales del piso de Jaime evitarás la tentación de beber, ya que en casa de Jaime te aseguro que no hay ni una gota de alcohol. Se que será un poco duro pero si Jaime pudo superarlo, tu podrás también. Además estaremos Jaime y yo para apoyarte. Se que te llevarás muy bien con Jaime, es muy buena persona y muy cariñoso conmigo. ¿Que respondes?
Hice un gesto raro como de cansancio.
_ Bueno, en realidad cariño, no tienes mucho tiempo para pensarlo porque el dueño del piso quiere que quede desalojado para esta tarde. Así que de momento no vas a tener más remedio que venir conmigo a la boda. La boda es en un par de horas y yo tengo que ir a vestirme. Mientras descansabas he hecho tus maletas y te he planchado el traje para la boda. Te ayudo a ponértelo y nos vamos.
Me ayudó a vestirme como si fuese un niño y nos fuimos. Me llevó al piso de Jaime y me hizo sentar en un sillón. Al cabo de un cierto tiempo, estábamos los tres en la ceremonia civil, y un rato después, en un restaurante que habían alquilado para la noche. En el convite no habían bebidas alcohólicas, pero Inés me dio otra pastilla y pude pasar la noche sin beber. Bueno, cocas y todas esos refrescos. No sentía ganas de beber, pero también estaba un poco aturdido, como si yo no fuese yo, como si fuese otro, o como si yo estuviese dentro de mi propio cuerpo pero como una entidad diferente. Cuando la boda se acabó, me dejé llevar por Inés y Jaime y fuimos a su piso. Durante el trayecto recordé un chiste malísimo que oí una vez:
-Pepe, como vas. Cuanto tiempo sin verte. Que hay de tu vida, cuéntame. - Mal chico, me fue muy mal, tan mal que mi mujer se fue con otro y me tuve que ir con ellos.
Recordé el chiste y me reía sólo en el siento de atrás del coche de Jaime. Al llegar a la casa me sentaron en un rincón y me quedé allí un rato. Creo recordar que les oí discutir y a Inés decir a Jaime: "Haz lo que quieras". A los pocos minutos o al cabo de un rato largo, no recuero bien porque mis recuerdos son confusos, me agarró Jaime de la mano como a un niño pequeño y me llevó a la alcoba de ellos. Estaba a oscuras, no había ninguna luz encendida y la habitación sólo estaba iluminada tenuemente por el alumbrado público de la calle. Jaime me sentó en una silla, sscó una cuerda de no se donde y me ató al asiento. Pasaron unos minutos y apareció Inés desnuda procedente del baño. Se tumbó en la cama sin mirarme siquiera. La vi. Estaba hermosa toda desnuda, con su cuerpo delgado y sexy a sus treinta hermosos años. ¡Como podía haber dejado tal belleza por la bebida! A los pocos minutos apareció Jaime e Inés se abalanzó sobre él y le fue desnudando poco a poco. Cuando lo hizo empezó a lamerle la polla hasta que esta alcanzó su máximo tamaño. ¡Y que tamaño! Aquello no era una polla, sino un pollón. Él se echó sobre ella y la penetró con ansia. Cuando llegaba al climax, ella me miró fijamente a los ojos. Pensé que ella disfrutaba más porque yo la miraba.
Todo esto que acabo de relatar ocurrió el viernes. El martes siguiente se fueron al caribe de viaje de novios, y aunque Jaime me ordenó que no saliese de casa salvo caso de extrema necesidad, un incendio por ejemplo, me dejaron la nevera bien abastecida. Esto ocurrió hace diez años, escribo esto porque es el décimo aniversario de la boda de Inés y Jaime. Desde aquel viernes nunca salí de aquel piso ni nunca volví a beber. Durante un tiempo me daban unas pastillas para controlar la ansiedad, pero poco a poco fui dejándolas. Ya no bebo ni gota. Estoy siempre en la casa encerrado haciendo mis labores. Tengo la casa siempre limpia, la limpio todos los días, no dejo que ni una mota de polvo la mancille, veo la tele, escucho música, leo libros que me compra Inés. Pero sobre todo lo que más me gusta en ver a Inés y Jaime follar. Me siento en la silla, y ya no necesito que me aten. Por cierto, tengo que reconocer que Jaime folla muchísimo mejor que yo. Disfruto así del sexo y ellos también disfrutan viéndome viéndoles follar.
Desde hace diez años nunca he tenido sexo. Ni siquiera puedo masturbarme, porque una imposición de Jaime fue que llevara siempre un cinturón de castidad para hombre, del que Jaime siempre lleva la llave encima.
FIN