lunes, 10 de marzo de 2014

Detras de cada gran mujer...

Esta historia la inventé yo, es anónima y, por lo tanto, de dominio público, por lo que puede ser reproducida de cualquier modo. Sólo para adultos.

El curso de cosmetología

Estaba horrorizado al pensar que mi joven novia me había apuntado a un curso de cosmetología. No recuerdo haber expresado alguna vez en mi vida el más mínimo interés en este tema. Por supuesto, siempre he admirado el modo en que Janice se acicala. A su belleza natural suma las posibilidades de embellecimiento que la ciencia cosmetólogica proporciona. Su maquillaje y su ropa está siempre perfectos. Y, por supuesto, su figura atlética y delgada y sus ojos penetrantes hacen de ella la mujer más bella que nunca he visto en persona. De hecho, es difícil entender que ve ella en mí. Sin duda alguna, no soy un campeón de la masculinidad. Con 1,70, tengo una polla más bien pequeña y formas demasiado redondeadas para un varón. Mi piel es muy suave y blanca. Siempre he tratado de ser consciente de lo que soy.

Nunca olvidaré la primera vez que nos encontramos. Quedé tan sorprendido por su belleza que incluso no me di cuenta de que ella es unos diez centrímetros más alta que yo. Su cabellera larga y rubia le caía hasta la mitad de su espalda en rizos suaves.

Cuando sucedió lo anterior, estamos sentados en el sofá de su living y, sus ojos de color gris azulado me penetraban. Yo estaba masajeando sus pies cubiertos por medias de nylon. Enseguida comprendió que yo tenía serias reservas en ir a un curso de cinco días de cosmetología.

"Entiendo Sam como te sientes, pero siempre debes recordar que cuando decidimos casarnos, yo iba a ser la que trabajara fuera de casa. Y tu trabajo, cariño, será permanecer en casa, cuidarla y cuidar de mí. Tal como yo lo veo, estás dudando de nuestro acuerdo antes incluso de nuestra boda."

"Pero Janice, la cosmetología es para mujeres. Apuesto a que no habrá otro hombre en la clase. ¡Me sentiré tan estúpido siendo el único varón!"

"Quizás sea cierto - sonrió -- pero me temo que vas a tener que acostumbrarte a este tipo de cosas. Al fin y al cabo, vas a asumir el papel que antes se reservaba a las amas de casa. No quiero que vayas por la vida lamentándote de ello. Como mi pequeño y obediente guardián de la casa, vas a apoyar mi carrera profesional. Tus esfuerzos, aunque en su mayoría detrás del escenario, van a contribuir a mi éxito como abogada. Cuando estés planchando mis vestidos, ayudándome con el maquillaje o simplemente pasando la aspiradora por el suelo de la cocina, quiero que sientas un especial orgullo en cada pequeña tarea, sabiendo que estás contribuyendo a mi éxito y a la felicidad de nuestro hogar."

Me di cuenta que era muy difícil discutir con Janice. Ella estaba, sin lugar a dudas, en una posición superior a mi. Yo no tenía estudios y, por otra parte, sólo había encontrado trabajo mal pagados, como en una cadena mundial de hamburgueserías, limpiador de oficinas, de metro y similares. Y cuando no tenía trabajo, en casa de mis padres sin hacer nada.

Además, siempre acababa haciéndome ver las cosas a su manera. Ella era tres años mayor que yo y tenía un título en derecho y un trabajo en un despacho de abogados. Ella conocía y trataba a diario con gente culta y de grandes conocimientos, mientras que yo siempre me había criado entre gente ignorante, como mis padres y hermanos. Por supuesto, ella conocía más de la vida que yo. Así que era lógico que ella tomara las decisiones y que yo viviera a sus expectativas (y de su sueldo). Como prueba de mi amor y fidelidad conmigo, le di toda la autoridad sobre mi vida entera.

Después que acabé con su otro pie, Janice me sonrió y me dijo con su linda voz: "Gracias, mi amor." Por oir un comentario así sería capaz de matar.

Sabiendo que le gustaría, me levanté y fui al bar a servirle otro vaso de Jerez. Excepto por un pequeño sorbo de su bebida, Janice nunca me permitía beber bebidas alcohólicas. Después de entregarselo, se puso de pie y me hizo bajarle las bragas y las medias de nylon y me mandó a la cama. Ella se quedó un rato más.

Dormimos en dormitorios distintos. El suyo, por supuesto, es más grande que el mio y, además, tiene un enorme cuarto de baño adyacente. Yo nunca uso ese, sino el otro, él que está en el pasillo al lado de la cocina, que es el más pequeño. Por supuesto, ella sabe que nunca olvido ninguna de mis tareas diarias y una de las que hago con más gusto es la de lavar a mano y aclarar su ropa íntima. A Jan no le gusta el desorden en su baño. Pero lo que si le gusta es ejercer su autoridad sobre mi y no se le escapa ningún momento en hacerlo.

Tengo un especial orgullo en cuidar de su ropa con mimo, de lavarla, de plancharla y, de doblarla con cuidado. La veo por las mañanas salir del coche con su elegante traje chaqueta sabiendo que quién ha planchado todos los pliegues de su falda he sido yo. Y debajo de su ropa, sé que lleva su ropa interior lavada y secada por mi. Así que, como todas las noches, lavé y puse a secar sus bragas y medias en mi toallero.

Jan nunca me ha comprado ningún pijama, por lo que, sigiendo sus indicaciones, uso sus camisones de dormir que ella descarta. Algunos los da de baja porque los ha utilizado mucho tiempo y otros, unos pocos, me los ha regalado nuevos en ocasiones especiales como mi cumpleaños y San Valentín. Al principio me daba vergüenza dormir con un camisón, pero a Janice le encanta. "Y además," señaló una vez con una encantadora sonrisa, "realmente no tienes otra opción, ¿verdad?"

Todas las mañanas me levanto una hora antes que Jan, a la que le encanta tomar el desayuno en la cama. Me visto para salir a la calle y voy a una panadería del centro que hace unos curasanes buenísimos, aprovechando que hay poco tráfico a esa hora y nadie haciendo cola en el local. Cuando vuelvo a casa, me pongo otra vez un camisón. La despierto a su hora (no usa despertador), le corro las cortinas, le doy un beso y le pongo la bandeja con el desayuno. Para mi es uno de los momentos más gratificantes del día. Le preparo su ropa, incluida la ropa interior, mientras hablamos de sus planes para el día que empieza.

Cuando estamos en casa siempre llevo ropa de ella, muchas veces camisones y saltos de cama sexys. Me obliga a llevar zapatos con al menos doce centrímetros de tacones. Afortunadamente, toda su ropa, incluso sus zapatos, me quedan bien. Ya he dicho que soy un poco más bajo de lo normal. También me obliga a afeitarme todo el cuerpo y a llevar una de las tres pelucas que me compró. Le encanta silbarme y decirme piropos groseros, como si ella fuera un camionero o un albañil y yo una bella señorita. Si, por ejemplo, estoy planchando ropa un sábado o un domingo y llevo puesta mi ropa "especial", me toca por encima de las bragas y me dice cosas como "¡Qué buena estás!" o "¡Te follaría ahora mismo!"

Después de desayunar, toma un baño que le preparo yo. Me costó un poco dar con la temperatura del agua que a ella le gusta. Después de que entre en la bañera, la enjabono. Siempre se me pone grande y dura, pero ella no me hace caso ni me deja masturbarme. Después la seco con la toalla. Después la ayudo a vestirse y a maquillarse y la llevo a la oficina en el coche. Por último, vuelvo a casa y hago las tareas del hogar.

Durante la semana del curso de cosmetología aprendí mucho sobre las mujeres, así como sobre la materia del curso. Como suponía, era el único varón. El primer día fue muy embarazoso. No dudé en hacerle saber a Jan lo molesto que estaba con la asistencia al curso, así que me senté en el sofá, pero ella me hizo sentar en el suelo, a sus pies. Ella, ignorando mi berrinche, me preguntó por lo que había aprendido en el curso.

La visita de Julie

Un sábado por la mañana Janice me dijo que por la tarde vendría su secretaria Julie. Jan y Julie habían quedado en que la primera le venderia a buen precio unos vestidos que ya no usaba a la segunda pero que estaban en muy buen estado, casi sin usar. Janice me ordenó que en esa tarde, especialmente, la obedeciera en todo.

Cuando Julie llegó a las 17:00 horas, yo estaba vestido como suelo hacerlo para salir a la calle: pantalones vaqueros, unas zapatillas y una camisa. Janice había sacado los siete vestidos que quería ofrecerle a Julie y los había colocado encima de la mesa del comedor.

Nada más llegar Julie a casa, les preparé café a las dos. Julie me preguntó si yo no toamaba café, pero Jan fue más rápida que yo y contestó:

— No le permito tomar más que agua.
— ¿Cómo? Me parece que no entiendo...
— No toma café nunca porque yo no le dejo. Es nuestro acuerdo de convivencia. Sam no trabaja más que en casa y está siempre a mis órdenes. Me obedece como un perrito fiel.
— ¡No me lo puedeo creer!
— Pues es cierto. ¿Verdad Sam?

Estaba muy enojado con ella. Hasta ahora lo de mi sumisión siempre había sido una cosa íntima, algo de los dos, que nunca salía de las cuatro paredes de nuestra casa. Así que tardé, confundido como estaba, unos segundos en contestar:

— Si, es completamente cierto. Yo soy su esclavo y la obedezco en todo.
— Siéntate en el suelo— me ordenó Janice.

Julie estaba asombrada y, durante unos minutos, habló poco, pero después se animó y las dos mujeres hablaron largo y tendido. Yo estaba sentado en el suelo, tipo faquir indio, escuchándolas.

Cuando decidieron hablar de los vestidos, llegó el momento en que Julie tenía que probarselos. Ella quería ir a otra habitación a cambiarse, por pudor, pero Jan se lo impidió.

— ¿Qué problema hay que te cambies aquí?

Julie me señaló ladeando un poco la cabeza en mi dirección.

— No te preocupes por él.

Y dirigiéndose hacia mi, me ordenó:

— Sam, ¡desnúdate!

Lo hice a toda velocidad, más sabiendo que Jan me había advertido que tendría que obedecerla con más rápidez que nunca. Dijo dirigiéndose a Julie:

— ¡Ves, ya no hay ningún problema!

Y la miró con cara de todo resuelto. Después me ordenó que fuera con ella. Fue a mi dormitorio y yo la seguí. Escogió unas bragas, un sujetador, un vestido muy corto de andar por casa y que yo usaba para limpiar, algodón y un par de zapatos con tacón. Volvimos al salón:

— ¡Vístete!

Me vestí con las ropas, puse el agodón como relleno del sostén, me puse el vestido y los zapatos de tacón, Después Jan me puso una peluca:

— Ahora sólo somos tres mujeres en casa probándose vestidos, maquillándose y disfrutando de una tarde feliz.

Julie no se negó. Llevaba pantalones y blusa. Se quitó ambas y quedó en ropa interior, unas bragas y un sujetador de color negro. Sin llegar a la categoría de Janice, también estaba buenísima.

La tarde se alargó. Julie no sólo se probó los vestidos que Jan le había preparado, sino otros más. También me hicieron probarme vestidos de Jan. Después yo las maquillé a ambas, demostrando lo que había aprendido en el curso.

Y ahora una confesión. Yo también me lo pasé bien en una tarde de chicas.

Momentos antes de irse, Julie dijo:

— ¡Ójala mi novio fuera como el tuyo! ¡Lo pasaríamos bomba las cuatro!

— ¡Propónselo! ¡Quizás te lleves una sorpresa!

Continúa en la segunda parte