domingo, 14 de abril de 2019

Julia



Desde que tengo uso de razón o desde que recuerdo, siempre me gustaron las mujeres dominantes. Ignoro si tiene algo que ver con lo anterior, pero mi madre y mi abuela fueron siempre mujeres de este estilo. Ninguna de las dos tuvo un matrimonio largo y feliz, pero seguramente esto fue debido a su propio carácter. Yo vivía solo con las dos y desde muy pequeño me vi obligado a colaborar en las tareas de casa. No lo recuerdo muy bien porque era muy pequeño, pero en una ocasión mi abuela me tiró todos los juguetes a la basura porque me negué a recogerlos y guardarlos en su sitio. Siempre según el relato de ella, yo le dije que mi mamá le iba a reñir por haber hecho tal cosa, pues tendría que comprarme más juguetes, pero mi mamá, cuando llegó, lo único que dijo algo así como: "Tienes que aprender a recoger tus cosas y guardarlas. Aquí en esta casa no hay ninguna esclava y ninguna criada".
Lo que ellas llamaban colaborar en casa consistía en, después de merendar, hacer los deberes y estudiar, ducharme, poner la ropa sucia en el canasto, limpiar el baño, poner y quitar la mesa, y conforme fui cumpliendo años, fregar la vajilla, pasar la aspiradora, limpiar los suelos, sacar el polvo, bajar la basura, etc. Y conforme seguí cumpliendo más años, el número de tareas se fue ampliando, y fueron incluidas como poner la lavadora y cocinar platos sencillos. Como decían ellas dos, entre los tres las tareas se hacen en un plis plas y la casa siempre está limpia.
No quiero dar la impresión de que nuestro hogar parecía un campo de trabajos forzosos, pues podía disfrutar del amor de las dos mujeres. Y, por supuesto, veía la tele, leía libros, escuchaba música y, cuando era pequeño, me llevaban a un parque público cercano a jugar con otros niños.
Puedo decir, porque es cierto, que vivíamos completamente felices y en armonía.
Pero... y aquí viene lo importante, es que desarrollé un gusto por ser dominado y mandado por mujeres.
Creo que no necesariamente de mi educación se debe deducir que estaba hecho para ello, pero en mi caso sí se dio.
Y ahora viene lo más importante, la historia que desarrollé con Julia.

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Tenía 26 años, había estudiado Ingeniería de Sistemas y estaba trabajando en una empresa del ramo. Seguía viviendo en casa de mi madre y mi abuela, había tenido relaciones sexuales por primera vez a los 16, y en estos diez años, casi once, había tenido relaciones con cuatro chicas, pero nunca durante mucho tiempo. La razón es que las cuatro chicas no eran dominantes, es más, dos de ellas más bien podían clasificarse como sumisas, aunque quizá ni ellas lo supieran. Muchas veces desarrollamos un tipo de personalidad pero no somos totalmente conscientes de ello. Yo, por el contrario, sí lo era.
No lo he dicho, pero el año en que sucedió todo era 2009 y la crisis económica empezaba a golpear fuerte en España.
Me planteé dar rienda suelta a mis fantasías sexuales, y busque un servicio en internet para contactar con chicas dominantes. Pero soy una persona que lo investiga todo en internet y encontré que habían mujeres avispadas que, debido a que se habían quedado sin trabajo, buscaban un hombre sumiso pero con dinero. Esta es una manera como cualquier otra de escapar de la pobreza, pero yo lo que quería era una auténtica mujer dominante y, para evitar problemas posteriores, mujeres que tuvieran un buen pasar.
Además, yo quería una mujer que no solo fuera dominante, sino también tuviera un cuerpo de diez, delgada, joven y sexy.
Vamos a ser sinceros: la mayoría de las mujeres son sumisas, no dominantes. Éste es un hecho contrastado. Pero siempre pensé que encontraría a mi media naranja.

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Puse un anuncio en una página web de relaciones poco comunes, es decir, gays, lesbianas, sexo casual, parejas que buscan hombre, parejas que buscan mujeres, hombres que buscan parejas, mujeres que buscan parejas, y, ¡como no!, relaciones BDSM. Y entre ellas, femdom, neologismo que viene de contraer las palabras del inglés female y domination, es decir, dominación femenina
Yo no quería una mujer que me pegara, o al menos que no una que me pegara fuerte, sino ser dominado por ella.
Seis mujeres me contestaron, y no me gustó ninguna. Unas por demasiado obesas, otras porque sospeché que buscaban intereses financieros. Pero la séptima fue la buena, y nunca había soñado encontrar una como esa. Su nombre, tal como se puede deducir del título de este relato, era y es Julia.

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Julia tan solo tenía 18 años. Es más, los había cumplido el 18 de mayo, y cuando contactó conmigo fue a principios de julio, es decir, apenas mes y medio antes.
Julia era y es guapísima. Alta (1,85), delgada (55 kgs), con una cara de niña angelical y muy sexy. Tenía en su pálida cara una extraordinaria mezcla de candidez y picardía. Su cuerpo alto (más alto que el mío) y delgado me fascinaba. Desde el principio mantuvimos una muy buen relación, primero online. Estuvimos chateando durante una semana contándonos el uno al otros nuestros sueños, nuestras aspiraciones, nuestros deseos. Durante esos días le pedí varias veces que nos viéramos, pero ella, muy sabía a su corta edad, se hacía de rogar para aumentar mis deseos. Por fin, el séptimo días (sábado) nos vimos.
Por supuesto fue ella la que fijó el día, la hora y el lugar. Quedamos a las cinco de la tarde en un bar.