Me casé con Tony a los 20. Nos
conocíamos del instituto, íbamos los dos al mismo curso. Dejamos los dos
los estudios al cumplir los 16, primero él y luego yo. Tony empezó a
trabajar en una constructora como ayudante de albañil. Cuando meses más
tarde cumplí los 16, empecé a trabajar como auxiliar administrativo. Por
las tardes estudiaba administración de empresas. Como ya he dicho, a
los 20 nos casamos. Compramos un pisito con una hipoteca del banco.
Vivíamos bastante bien, sin hijos, con un sueldo pagábamos la hipoteca y
con el otro nos costeábamos la vida. Tony tenia 26 y yo aún 25 cuando
la empresa cerró y nos quedamos en el paro.
Al
principio no nos desesperábamos, era a mediados de 2009 y pensábamos
que la crisis duraría poco. Pero un año después estábamos desesperados.
Ninguno de los dos encontrábamos nada. Nos peleábamos continuamente.
Aunque aún nos quedaba paro para un par de meses, la situación ya era
desesperada. Así que un día tomé una decisión:
- Me voy a hacer puta.
le
dije a Tony. Imaginaos la cara que puso. Discutimos el tema, pero yo no
me bajé del burro. Era mi cuerpo y no el suyo, argumenté. No estoy
dispuesta a perder el piso y todo lo que hemos pagado, le dije. El piso
es más importante que yo, dijo él. Pues si, contesté. Y si no te gusta,
ya sabes donde está la puerta de mi piso, dije.
Obviamente,
no sabía como hacerlo. No tenía contactos. Tampoco quería verme en un
club de alterne, en una calle oscura con poca ropa y pasando frío o en
situaciones similares. Entonces tenía 26, casi 27, y era una chica guapa
y sexy. No tenía que degradarme hasta convertirme en una puta
callejera. Quería ser una puta de alto standing. Vamos, una puta cara,
con pocos servicios pero caros.
No
sabía por donde empezar, pero un día se me ocurrió llamar a mi exjefe,
don Anselmo. Más vale malo conocido que bueno por conocer, pensé. Y le
llamé a su casa. Y me contestó una voz masculina que me respondió que
don Anselmo había fallecido casi un año antes.
El caso es que la voz me resultaba familiar. Y de repente caí.
- Andrés, ¿eres tú?
- Si, soy Andrés. ¿Y tu quién eres? Tu voz me suena mucho, pero ahora mismo no caigo.
- Soy Merche, la antigua secretaria de tu padre. ¿Te acuerdas de mi?
Claro
que se acordaba. Una es lo bastante atractiva para que los hombres no
la olviden pronto. Además, no había pasado mucho tiempo desde la última
vez que nos vimos. Le pedí una cita en un lugar discreto donde poder
hablar tranquilamente. Me invitó a cenar. Me invitó a mi, en singular;
no nombró a mi marido. Él sabía que yo estaba casada. Acepté la
propuesta y en tres horas (¿Tienes suficiente tiempo para acicalarte?,
preguntó con sorna) nos citamos en el restaurante que nombró. Por
supuesto, un restaurante de lujo. Al menos, voy a sacar una cena gratis,
me dije.
Durante
la comida hablamos de su padre (murió de un ataque al corazón), de su
madre (estaba internada en una residencia con Alzheimer), de la empresa
desparecida, de sus situación económica (muy inferior a la de antes pero
bastante buena), etc. En este punto presté mucha atención. Sus padres
eran
muy ahorradores, como hormiguitas. En cada torre de pisos que
construían, el viejo se quedaba uno piso para él. En 40 años de trabajo,
cuando murió tenía 21 pisos en alquiler. Andrés era hijo único. La
residencia de su madre la pagaba con otros ingresos que procedían del
patrimonio que ella heredó de sus padres. Como la vieja tenía Alzheimer,
ni siquiera le reconocía. Aunque al principio se sentía culpable, dejó
de ir a ver a su madre. Como ella ni siquiera le reconocía, era una
pérdida de tiempo. Sólo iba una vez
al mes o cada dos meses para comprobar que tenía buen estado de salud y
que la trataban bien. O
sea, que tenía mucho tiempo libre. También hablamos de mi y de mi
marido, y de nuestra situación económica. Después de tomar los postres,
me dijo:
-
Me dijistes que querías hablar conmigo en un lugar reservado. Tu estás
casada, pero el único lugar reservado que tengo es mi casa. Si aceptas,
vamos a mi casa a tomar una copa. Si no aceptas, podemos hablar en mi
coche.
Fuimos
a su casa. Allí le conté mi plan. Se sorprendió. Después me dijo que
siempre le hubiera gustado acostarse conmigo, que yo era una de las
personas más sexys y deseables que conocía. Déjame pensarlo aunque sea
24 horas, dijo. Dame el número de tu móvil y mañana te llamo.
Al día siguiente me llamó. Quedamos en su casa.
- Quiero hacer un trato contigo, pero yo pongo las condiciones. Quiero exclusividad total, no tendrás otro cliente más que yo.
- Bueno, pero está mi marido...
- Tu marido tampoco.
- ¿Y como vas a impedir que folle con él?
Se
levantó y me dijo que le siguiera. Fuimos a otra habitación donde
tenía un ordenador y lo encendió. Puso en marcha el navegador y tecleó
en Google
"CB 6000". Las imágenes que vi me asombraron. Aquello era una especie de
cinturón de castidad para hombres, para mantener la polla cerrada con un candado.
-
Con esto mantendré a tu marido alejado de tu coño. Bueno, en realidad,
de cualquier coño. Ni siquiera podrá masturbarse. Por supuesto, yo
tendré la llave del candado. Sólo yo podré quitárselo.
Me
quedé unos minutos reflexionando. Todo esto era ir mucho más lejos de
lo que yo tenía pensado. Ni siquiera iba a poder follar con Tony sin
permiso de Andrés. Pero por otra parte, me intrigaba esta propuesta.
Desde luego, no podía dar una respuesta enseguida. Tenía que pensarlo.
Pero antes tenía que negociar la parte económica de la propuesta. Y por
otro lado, no estaba dispuesta a cambiar la exclusividad sexual con un
hombre con la exclusividad sexual con otro.
- Esto te va a costar muy caro.
- Ni lo sueñes. No puedo pagar más de 2.000 euros al mes.
Esto si que era sorprendente. Sólo quería pagar una cantidad mínima.
-
No estoy dispuesta a cambiar la exclusividad con mi marido por otra
contigo. Eso, al menos, debería valer unos 10 mil euros al mes.
-Yo
te he dicho de ser tu único cliente, no de ser tu único amante. Son dos
cosas muy diferentes. Mira, por ejemplo, yo tengo un amigo negro. Es
inglés y vive en Londres. No le he visto nunca en bolas, pero según
dicen, todos los negros la tiene enorme. Podríamos invitarle pasar este
verano con nosotros dos, Yo tengo un pequeño yate, no es gran cosa, un
velero antiguo. Tengo el título de capitán de yate y navego bastante
bien. El verano se acerca. ¿que te parece pasar julio y agosto con tres
hombres a tu disposición, uno para limpiar y cocinar, otros dos para
follar? Y todo esto mientras cobras 2.000€ al mes.
Recordé que don Anselmo hablaba mucho del yate. Y la propuesta era muy tentadora.
Seguimos
negociando. Al final acordamos 2.500€ al mes, que era un poco superior a
lo que Tony y yo cobrábamos cuando entre los dos cuando trabajábamos
para su padre. Andrés uso el argumento de que de puta podía conseguir
mucho más, pero no era lo mismo verse obligada a follar varias veces al
día para conseguir 5 mil euros al mes que follar cuando quisiera.
También le saqué dinero extra para comprame algo de ropa y renovar mi
vestuario. Me prometió 10 mil euros. Acepté.
Y pasé un verano de puta madre.