jueves, 24 de mayo de 2012

Una vida casi normal

De puertas para afuera, Julián y yo tenemos una vida completamente normal. De puertas para adentro, la cosa cambia mucho. Julián es miembro del Consejo de Administración de una gran empresa porque tiene casi un 2% de las acciones. Además de los dividendos que corresponden, cobra un supersueldo como Consejero. Obviamente, gana mucho más de los mil euros al mes :-). Julián apenas trabaja unos pocos días al mes, por lo que dispone de mucho tiempo libre. Yo tengo mi propio negocio, que dirigo yo misma, por lo que me queda muy poco tiempo libre. Tenemos dos empleadas domésticas que limpian la casa, lavan la ropa, la planchan, pero no cocinan, tarea que hace Julián en exclusiva. Yo salgo de casa antes de que lleguen ellas y llego a casa mucho después de que ellas se han ido. Por supuesto, Julián lleva un aparato de castidad, cuya llave guardo celosamente en la caja fuerte de casa, cuya combinación solo yo se. Allí guardo también bastante dinero en efectivo. En realidad, Julián es el rico de los dos y yo puse mi negocio de consultoría financiera de empresas con el dinero que le pedí prestado a mi marido, y que, por supuesto, nunca pago intereses y que, por supuesto, nunca le devolveré. Además, yo controlo sus finanzas, todas sus cuentas bancarias, inversiones, etc. Él también tiene firma, pero le tengo prohibido firmar nada. Yo sola lo manejo todo. Cada día le doy una cantidad de dinero apra sus gastos en efectivo, una cantidad dgenerosa, por supuesto, ya que tenemos que mantener nuestro status social. También tiene tres tarjetas de crédito, cuyos gastos también controlo. Le obligo a llevar una especie de libro diario de contabilidad, donde anota que hace cada día y en que gasta su dinero. Guarda los recibos. Todos los fines de semana los controlo y veo en que se gasta su dinero, bueno, quiero decir, mi dinero.

Al principio de nuestro matrimonio, ni sabía ni le gustaba cocinar, pero yo le obligué a aprender ya cocinar para mi. Otra gente de nuestro nivel económico tiene un cocinero empleado, pero yo se lo dije claro: "Me importa una mierda si te gusta cocinar o no, pero vas a aprender. Así que más vale que hagas creer a nuestros familiares y amigos que eres un cocinillas, que te encanta cocinar, porque si no lo van a ver muy raro, como que no tenemos dinero para pagar a alguien que nos cocine. Tienes que aprender las técnicas, como, por ejemplo, como hacer una témpura o cocinar en el horno. Tienes que aprender a cocinar los platos más internacionales y conocidos, tienes que conocer los nombres de los cocineros internacionales más importamntes, que hacen que restaurante tienen, tienes que simular que te encanta la cocina, que eres un apasionado del arte culinario, siempre que estemos en una reunión social y alguien saque el tema de la cocina, tienes que engancharte a hablar sobre el tema. Te voy a enviar a hacer un curso muy bueno de cocina y. aunque sabes bastante de vinos, también te voy a enviar a hacer un curso de sommelier. Cuando vea que sabes bastante, invitaré a amigos a casa a cenar y tu cocinarás." Y la verdad es que ahora lo hace bastante bien. Por supuesto, muchas veces salimos a cenar a restaurantes de los más caros de la ciudad, a veces solos, a veces con amigos y, en ocasiones, le planteo un reto: que cocine en casa un plato del restaurante varias veces en un mes hasta que logre, por lo menos, igualarlo. Muchas veces invitamos a amigos a casa a cenar para demostrar que cocina tan bien como un cocinero profesional.

Aquí es donde la gente, supongo yo, queda un poco extrañada. Ya sabeis, chicas, que los hombres se arreglan en 10 minutos, y que las mujeres tardamos más. Cuando trabajo, visto con trajes chaqueta, bien con pantalón, bien con falda, cuando estoy descansando en casa, visto de sport, jeans, camisetas amplias y cosas así. Pero cuando voy a cenar a un restaurante o vienen a cenar a casa, siempre visto con elegancia. Esto me sirve, además, como escusa, para que Julián lo prepare todo sin que la gente vea nada raro en mi actitud. Julián pone la mesa, sirve la comida, quita la mesa, pero los platos los deja en la pila para fregarlos cuando los invitados se van. El estar horas arreglándome me sirve como excusa para no poner la mesa y el vestir ropa cara me sirve como excusa para no poner retirarla (¡Por Dios, como voy a arriesgarme a manchar mis ropa tan cara con la salsa!). Por supuesto, cuando estamos solos los dos, tampoco hago nada de todo eso, auque lleve ropa más barata (ropa cómoda, digo yo).

De estos y otros trucos me valgo para conciliar nuestro matrimonio femdom con una vida social aparentemente normal.