domingo, 6 de mayo de 2012

Manuel

Manolo se enamoró de mi. Sus padres eran ricos y, según todos los hombres que conozco, yo estoy rica, como para mojar pan. Yo, por supuesto, no estaba enamorada de él, pero cuando me pidió salir juntos, le dije que si. Tenía casi treinta años, y podía quedarme para vestir santos, como decían antiguamente. Después de un año, me pidió matrimonio y, a pesar de sus escasas cualidades físicas (ya os podéis imaginar a que me refiero), le dije que le ponía una condición

- ¿Cual es?
- No me fío de los hombres, de ningún hombre, ni de ti ni de nadie. Me he acostado con muchos hombres casados como para fiarme de ninguno. Venden un pequeño aparatito que lleva un candado y sirve para evitar que tu hombre te engañe.

Conecté el ordenador y le enseñé imágenes de internet de dicho aparato. Quedó asombrado.

- Esta es la única condición. Ya vez que fácil.

Evidentemente puso pegas. Yo se las aclaré todas. Se puede hacer pis con él puesto, se puede bañar, si el candado, por la acción del agua empieza a ir mal, se le cambia por uno nuevo que se compra en una ferretería. Como él insistía en este punto, al final y para vencer cualquier resistencia, le dije:

- No te duches o no te bañes con él. Toma la ducha cuando yo esté en casa y te lo quitaré para que te duches y, después, te lo pondré otra vez.
- ¿Tengo que llevarlo puesto también cuando esté en casa?
- Si, porque se me puede olvidar ponértelo antes de salir.

Manolo buscó la última excusa:

- ¿Y si se pierde la llave?
- Viene con tres llaves. Y el candado se puede cambiar por otro antes de perder la última llave. En casa vamos a poner una pequeña caja fuerte, y guardaré una llave en ella.

Ya no aguanté más:

- Esto es como las lentejas: o las tomas o las dejas. Tu decides. Pero yo no voy a cambiar de opinión.

Y tan enamorado estaba de mi que se decidió por el si.

Ni durante la boda ni durante la luna de miel le obligué a llevarlo puesto. Era una tontería si iba yo a estar presente. Pero en cuanto llegamos a casa después de regresar de nuestro viaje al caribe, se lo hice poner. Le obligué a ducharse y después, se lo puse yo misma. Me miraba con ojos de cordero degollado, como queriendo darme lástima, pero yo no me dejé engañar por sus lágrimas de cocodrilo que salían de sus ojos y rodaban por sus mejillas. Durante los siguientes días, me aseguré de que la polla se podía limpiar bien sin necesidad de sacarla de su jaulita. Y vi que era así.

Unos días más tarde, llegué a casa un poco más tarde de lo habitual pero bien acompañada. Iba con Juan, uno de mis antiguos amantes. Manuel me miró con cara asombrada. Acompañé a Juan hasta nuestra alcoba matrimonial, le dije que me esperara un minuto. Volví al salón donde estaba Manuel aún con cara de asombro.

- He venido con un amigo. Vamos a follar en nuestra alcoba de matrimonio. Procura no molestarnos.

Y volví a la alcoba ante la cara asombrada de mi marido. Durante unas tres horas estuvimos retozando en la cama. Cuando salimos, ya eran las once de la noche.

- Manu, ¿nos has preparado algo para la cena?
- No.
- Cariño - dije dándole un beso en la boca - pide una pizza para tres.

Yo había decidido de antemano portarme de un modo cariñoso con mi marido. Nunca hablamos del tema. Simplemente yo hacía lo que me daba la gana. Por nuestra cama de matrimonio no sólo pasó Juan, sino también otros dos más- Manu nunca dijo nada sobre el tema. Y como no sacó el tema a relucir en nuestras conversaciones, yo tampoco. Este mes de mayo de 2012 se han cumplido cinco años de nuestra boda, y ahora soy de verdad feliz.

PD: poco a poco fui obligando a Manu a hacerse cargo de todas las tareas del hogar. Aprendió a cocinar y lo hace muy bien. Estoy feliz a su lado.