Estaba duchándome en el cuarto de baño cuando al salir de la ducha y estar secándome con la toalla entró mi mujer Sara para hacer pis en el inodoro. Acabé de secarme y se me ocurrió una idea peregrina que fue la que desencadenó todo lo demás. Bueno, el acto que hice logró que la actitud de mi esposa hacia mi cambiase de repente.
Cuando mi mujer se estaba levantando del inodoro, le hice un gesto con la palma de una mano extendida hacia ella en señal de stop, me arrodille delante de ella y le chupé el coño. Lo había hecho muchas veces, pero era la primera vez que lo hacía después de que ella hiciera pis. Por supuesto tenía un sabor un poco agrio, pues los pelitos estaban húmedos. Sara, se quedó muy sorprendida, pero no dijo ni una sola palabra. Salí del baño y me vestí en el dormitorio mientras Sara hacía la cena. Puse la mesa y cenamos, pero durante la cena no hablamos sobre lo que había pasado.
Al día siguiente, cuando me duché, al poco tiempo entró Sara para hacer pis nuevamente. ¡Vaya coincidencia! Pero esta vez, que por supuesto fue intencionada, entró demasiado pronto, así que tuvo que esperar hasta que acabase de ducharme. Yo me demoré en la ducha unos pocos minutos más de lo normal mientras ella esperaba sentada en el inodoro sin hacer nada. Salí de la ducha y me sequé el cuerpo lentamente mientras la miraba directamente a los ojos. La tensión eectrizaba el aire. Después repetí la lamida de coño. Ninguno de los dos dijo nada, ni durante ni después.
Al tercer día, antes de la hora de la ducha, Sara se levantó de la butaca y dijo: "Me voy al baño. ¿Me quieres acompañar?" Su voz era sensual. Me levanté y fui tras ella al baño. Llevaba una minifalda, así que se bajó las bragas hasta los tobillos y se sentó en el inodoro. En pocos segundos oi el ruido del chorrito del pis al caer sobre el agua del inodoro. Cuando el ruido cesó, ella se levantó, yo me arrodillé y le lamí el coño. Después salimos sin decir nada. Tampoco comantamos nada durante aquel día.
Al día siguiente era sábado. Por deseo de ella pasamos el fin de semana en casa sin salir más que a correr un poco por el parque. En todas las ocasiones en que fue al baño ella me llamó para que fuera al baño con ella, excepto cuando iba al baño en mitad de la noche.
Pasamos la semana siguiente igual que la anterior. El sábado quiso que la acompañase de compras. En un comercio compró una jarra de plástico semitransparente con una tapa roja. Era exactamente igual a una que teníamos en casa pero esta última tenía la tapa verde. Me extrañó un poco porque nunca habíamos necesitado otra jarra.
Al llegar a casa, dijo que la compañase al baño. Se llevó la jarra recién comprada. Hizo pis pero una parte la hizo en la jarra, más o menos hasta completar una décima parte o quizás algo más del volumen de la jarra. El resto lo hizo en el inodoro. Después, como ya era costumbre, le lamí el coño. Por fin salimos del baño pero ella se llevó la jarra con ella. Completó el volumen de la jarra con agua hasta llenarla y la puso en la nevera.
"A partir de ahora tienes prohibido beber vino o cerveza. Sólo beberás el contenido de la jarra con tapa roja, nada más. Nunca beberás agua de la jarra con tapa verde"
"Y si no lo hago, ¿qué pasará?"
"Tendrás que buscarte otra chica."
Así de sencillo. Estaba en plan autoritario. Nada de pedir mi opinión o dejarme hablar. Si quieres aceptas; en caso contrario, largate de casa (el departamento donde vivíamos era de sus padres y no pagábamos alquiller alguno). Ella no dijo nada de eso, pero yo lo interpreté así enseguida. Económicamente no me convenía para nada la separación, pero tampoco me lo planteé. Me gustaba esta nueva Sara, autoritaria y controladora. No me había consultado nada, ni siquiera me había insinuado nada. Nunca habíamos hablado del tema del pis. Ella simplemente había tomado una decisión y la había llevado a cabo sin consultarme nada. No me entendía yo mismo pero me gustó lo que Sara había hecho. Parece que desperté una parte de la personalidad de ella que estaba muy escondida.
Al mediodía ella me dijo:
"A partir de ahora no te olvides nunca poner las dos jarras en la mesa: la de tapa verde para mi, la de tapa roja para ti. ¿Entendido?"
Contesté afirmativamente. El agua tenía un ligero sabor a pis, pero no muy fuerte. Me acostumbré a ello enseguida. Es más, durante los siguientes meses le recordé más de una vez a ella que no quedaba más "licor" en la jarra de tapa roja. En verano cambió de táctica. Recogía el pis en la jarra de tapa roja y con ella llenaba con su pis tres cubiteras rojas que compró para la ocasión. Después puso las cubiteras en el congelador. A partir de entonces mi jarra quedó fuera de la nevera y en las comidas yo llenaba la jarra roja con agua del tiempo y le ponía mucho "hielo". Ella tomaba agua con hielo de su jarra verde enfriada con cubitos de agua pura congelados en sus cubiteras verdes.
Sara se volvió más interesada en el sexo, y también más exigente. Hasta entonces follábamos dos o tres veces por semana. Desde entonces, me exigía más sexo semanal y, además, no se contentaba nunca con un "no", un "estoy cansado" o "tuve un mal día en la oficina". Cuando yo ponía reparos, se echaba encima de mi y ... podríamos decir que me violaba. Bueno, no era exactamente una violación porque yo, aunque me oponía, ante sus demandas, acababa colaborando pero con desgana. Un sábado por la niche me dijo:
No quería dar mi opinión porque me parecía absurdo y pensé que nunca lo iba a hacer. Pero pronto me lo volvió a plantear. Ahora me lo tomé en serio, pues parecía decidida. No quería acostarse con otro a mis espaldas, sino delante de mi, literalmente. Y pronto encontró un candidato. Se llamaba Al y era compañero suyo de trabajo. Un sábado, sin adelantarme nada, me dijo:
Al llegar al restaurante me encontré que nos estaba esperando un compañero de su oficina llamado Al. ¿Qué significaba aquella cita a tres? Para más asombro mío, ella le dio un beso en la boca al saludarlo. Me lo presentó. Los dos se pusieron a hablar animadamente de anécdotas de la oficina con los compañeros, tema que me dejó afuera de la conversación. Era obvio para los demás que en la mesa habían dos que hablaban animadamente y uno que miraba sin apenas abrir la boca. Me sentí como un estúpido. No sabía que hacer. De repente caí en la cuenta que la presencia de Al tenía que ver con su amenaza que si no la complacía en el sexo todas las veces que ella quería, se vería obligada a buscar fuera de casa lo que no encontraba nada. Entonces se me puso la cara roja, pero ninguno de los dos se dio cuenta.
Después de cenar, fuimos los tres a nuestra casa. Sara fue en el auto de Al. Nada más entrar en la vivienda, Sara llevó a Al de la mano al sofá y empezaron a besarse. Después de un cuarto de hora besándose y tocándose, Sara cogió a Al de la mano y se lo llevó escaleras arriba. Yo tenía claro adonde iban. Me quedé como una media hora sin saber que hacer, hasta que decidí ir a la planta de arriba a ver que pasaba. Me descalcé para no hacer ruido y llegué hasta la puerta de la habitación. La puerta estaba entornada pero por totalmente cerrada. Pude ver a mi esposa Sara chupandole la polla a Al. No se dieron cuenta de mi presencia, así que decidí gravarles con el móvil. Mi polla estaba dura como una pedra, con una erección que no tenía desde que era adolescente. Cuando ya no pude más, bajé las escaeras y me fui al baño de la planta inferior para hacerme una paja.
Después subí las escaleras de nuevo. Ella estaba de espaldas a mi, encima de él y follándoselo. Podía ver su espalda, su culo, su hermosa cabellera, como su cuerpo subía y bajaba mientras su polla entraba y salía rítmicamente de su coño. No me pasaba desde la adolescencia, pero mi polla se puso dura otra vez. Bajé otra vez al baño.
Sara pronto se dio cuenta de que yo los espiaba, así como que los grababa y veía las grabaciones en privado. Me dejó seguir espiándoles y grabándoles por la puerta entornada, pero después los tres veíamos los videos juntos.
Ahora follaba menos con Sara pero me masturbaba, cosa que antes no hacía nunca. Pero, aunque parezca raro, soy más feliz que antes.
Sara se volvió más interesada en el sexo, y también más exigente. Hasta entonces follábamos dos o tres veces por semana. Desde entonces, me exigía más sexo semanal y, además, no se contentaba nunca con un "no", un "estoy cansado" o "tuve un mal día en la oficina". Cuando yo ponía reparos, se echaba encima de mi y ... podríamos decir que me violaba. Bueno, no era exactamente una violación porque yo, aunque me oponía, ante sus demandas, acababa colaborando pero con desgana. Un sábado por la niche me dijo:
"Si no me complaces en el sexo en todas las ocasiones, tendré que buscar fuera de casa lo que no encuentro dentro."
No quería dar mi opinión porque me parecía absurdo y pensé que nunca lo iba a hacer. Pero pronto me lo volvió a plantear. Ahora me lo tomé en serio, pues parecía decidida. No quería acostarse con otro a mis espaldas, sino delante de mi, literalmente. Y pronto encontró un candidato. Se llamaba Al y era compañero suyo de trabajo. Un sábado, sin adelantarme nada, me dijo:
"Vístete que vamos a salir fuera a cenar."Pensé que sería una cena romántica para dos. No me gustaba mucho que ella hubiera decidido salir a cenar sin consultarme antes, pero lo acepté como parte integrante de la nueva Sara, más decidida y mandona que la antigua.
Al llegar al restaurante me encontré que nos estaba esperando un compañero de su oficina llamado Al. ¿Qué significaba aquella cita a tres? Para más asombro mío, ella le dio un beso en la boca al saludarlo. Me lo presentó. Los dos se pusieron a hablar animadamente de anécdotas de la oficina con los compañeros, tema que me dejó afuera de la conversación. Era obvio para los demás que en la mesa habían dos que hablaban animadamente y uno que miraba sin apenas abrir la boca. Me sentí como un estúpido. No sabía que hacer. De repente caí en la cuenta que la presencia de Al tenía que ver con su amenaza que si no la complacía en el sexo todas las veces que ella quería, se vería obligada a buscar fuera de casa lo que no encontraba nada. Entonces se me puso la cara roja, pero ninguno de los dos se dio cuenta.
Después de cenar, fuimos los tres a nuestra casa. Sara fue en el auto de Al. Nada más entrar en la vivienda, Sara llevó a Al de la mano al sofá y empezaron a besarse. Después de un cuarto de hora besándose y tocándose, Sara cogió a Al de la mano y se lo llevó escaleras arriba. Yo tenía claro adonde iban. Me quedé como una media hora sin saber que hacer, hasta que decidí ir a la planta de arriba a ver que pasaba. Me descalcé para no hacer ruido y llegué hasta la puerta de la habitación. La puerta estaba entornada pero por totalmente cerrada. Pude ver a mi esposa Sara chupandole la polla a Al. No se dieron cuenta de mi presencia, así que decidí gravarles con el móvil. Mi polla estaba dura como una pedra, con una erección que no tenía desde que era adolescente. Cuando ya no pude más, bajé las escaeras y me fui al baño de la planta inferior para hacerme una paja.
Después subí las escaleras de nuevo. Ella estaba de espaldas a mi, encima de él y follándoselo. Podía ver su espalda, su culo, su hermosa cabellera, como su cuerpo subía y bajaba mientras su polla entraba y salía rítmicamente de su coño. No me pasaba desde la adolescencia, pero mi polla se puso dura otra vez. Bajé otra vez al baño.
¡Lástima no haberlo filmado!Mi matrimonio se acabó convirtiendo en un tri-monio, en un matrimonio de tres. Al pasaba todos los fines de semana y todas las vacaciones con nosotros. Y en alguna ocasión, Sara le llamaba entre semana. Podríamos decir que me convertí en un amante suplente, en un amante sustituto, en el reemplazante del amante principal.
Sara pronto se dio cuenta de que yo los espiaba, así como que los grababa y veía las grabaciones en privado. Me dejó seguir espiándoles y grabándoles por la puerta entornada, pero después los tres veíamos los videos juntos.
Ahora follaba menos con Sara pero me masturbaba, cosa que antes no hacía nunca. Pero, aunque parezca raro, soy más feliz que antes.