viernes, 8 de julio de 2011

Por las botas 2

Continuación de Por las botas.

Cuando me dirigía a la cafetería en donde cité a David, coincidimos en la misma puerta. La cafetería era un establecimiento donde abundaban las familias con niños pequeños (cerca había un centro comercial), pero en la segunda planta había más intimidad. Las parejitas de novios solían ir a cuchichear sus intimidades y a besuquearse un poquito. Encaminé a David a la planta alta, donde podíamos hablar con más intimidad.

Le pedí que me contara su vida. Yo soy mujer, y al fin y al cabo, me gusta enterarme de las vidas ajenas. Después de acabar nuestras copas (él,en realidad, tomó un zumo de naranja, cosa que me sorprendió), que gentilmente pagó él, le invité a mi pequeño departamento a enseñarle mi colección de botas. En realidad mi intención era un poco más picante que eso.

Después de enseñarle mi colección de botas, él me dijo que le había quedado una tarea pendiente que hacer. "¿Cual?", pregunté yo. "La de limpiar tus botas por el procedimiento que yo elija", dijo él. "¿Y como las vas a limpiar?". Mi departamento es muy pequeño, y solo tengo un sofá de tres plazas. Las botas que había llevado en la obra estaban al lado del sofá, ya que no tengo lugar suficiente para guardarlas todas, y pongo la mitad debajo de la cama. Pero este par estaba allí mismo, pendiente de limpieza. David se levantó y se arrodilló delante de mi: "Tienes que ponértelas para que pueda limpiarlas con la lengua", dijo. "Te voy a ayudar". Cogió uno de mis pies y, tras abrir la cremallera, empezó a estirar de la bota. Hizo lo mismo con la otra, y me puso las dos botas sucias. Cogió uno de los pies y empezó a lamer la bota. Aquello empezó a ponerme cachonda. Aquel día estaba muy lanzada. Lo había estado en la obra, y lo estaba ahora en mi departamento. Así que le dije:

- ¿No sería mejor que lo hicieras desnudo?


Ya está. Ya lo había dicho. Estaba convencida de que mi voz había salido rara, con un tono de falsete producto de los nervios, pero lo había dicho. Él me miró directamente a los ojos durante unos segundos, como tratando de adivinar si lo que decía era cierto, y se levantó y empezó a desnudarse sin decir una palabra. Empezó por arriba, y después se agachó en el suelo y se sacó el calzado y los calcetines. Después se sacó los pantalones y, por último, los calzoncillos. Obviamente, a mis 30 años, David no era el primer hombre que veía desnudo, ni tampoco era virgen ni ninguna mojiagata, y había tenido relaciones sexuales con varios hombres desde mi primera vez a los dieciséis, pero aquello me calentó. Era la primera vez que ordenaba a un hombre que se desnudara, y era la primera vez que este me obedecía.

Se puso a lamerme las botas, y al poco paró porque la boca se le resecaba. Entonces me pidió permiso para ir a la cocina a por agua para hacer gárgaras, y se lo di. Trajo una jarra llena de agua, un vaso y un cubo de fregar el suelo. Hizo gárgaras y tiró el agua en el cubo. Y prosiguió. Estuve a punto de decirle que lo dejara, pero preferí cerrar la boca. Con la calefacción puesta, el barro de mis botas se había transformado en un polvillo fino que le secaba la garganta y le impedía segregar saliva. De ahí la necesidad de humedecerse la garganta. Le costó un rato largo, y cuando acabó, toda el agua de la jarra estaba en el cubo.

Si has visto algún vídeo femdom donde él le lame las botas a ella, observarás que las botas de ella están limpias. En nuestro caso eso no era así.

- Ya están las botas limpias- dijo.
- ¿Estás seguro?
- Si- dijo él.
- ¿Y el tacón y la suela? Anda, ve a la cocina y llena la jarra de agua hasta arriba.

Se me quedó mirando con cara de matarme, pero agachó la cabeza y se fue a la cocina. Volvió con la jarra bien llena de agua y empezó. Ahora era necesario que levantara más la pierna para darle acceso a las suelas y a los tacones. Esto me cansó. No estaba acostumbrada al esfuerzo físico. Pero él me ayudó sujetándome la pierna con sus manos. Cuando acabó y mis botas estaban limpias, eran más de las diez y media.

- Me muero de hambre. Voy a la cocina a cocinar algo- dije.
- Yo también - y empezó a vestirse. Se puso los calzoncillos y la camisa.
- No te dije que te vistieras - dije
- ¿Que?
- Antes te ordené que te desnudaras, pero aún no ordené que te vistieras - dije para confirmar.
- Ya hice lo que me mandastes como disculpa por lo que pasó en la obra. Te limpié las botas con mi lengua, incluso los tacones y las suelas. Me desnudé, me imagino que para darte más morbo. Ya cumplí con todo lo que me ordenastes, y no entiendo porque no puedo vestirme.

"Ya está" - pensé. "Se ha rebelado contra mi y lo he echado todo a perder todo".

- Porque estás mucho más sexy así, con el culito al aire - dije para salir del paso.

Quizás no fuera muy buena excusa, pero esperaba que sirviera. Y sirvió. Los hombres son tan tontos y sus pocas neuronas dejan de funcionar cuando tienen a la vista una chica bonita que muestra sus piernas hasta bien arriba y lleva una blusita bien escotada. Entonces, me levanté, me acerqué a él, le metí una mano por dentro de los calzoncillos, pero por detrás, y acaricié su culo,al tiempo que con la otra le agarré la barbilla y dirigí su boca hacia la mía y le di un beso de tornillo. Cuando me separé de él, noté un bulto enorme debajo de su ropa interior. Se quitó toda la ropa y quedó tan desnudo como antes, pero con la diferencia que la pija apuntaba hacia mí en lugar de hacia el suelo como antes.

- Eso tendrá que esperar para después de la cena - dije. Pero te prometo que esta noche te daré la noche de sexo más salvaje de toda tu vida.

Imaginaos la cara que se le puso. Imaginad que estás hambriento como nunca los estuvistes antes en toda tu vida, y te enseñan la comida más sabrosa que sea posible imaginar, y te dicen, "no, tendrás que esperar un par de horas". Pues esa misma cara se le puso.

Con lo poco que tenía en casa para comer, David cocinó la comida más rica que jamás pensé que se podría hacer con tan pocos ingredientes. Hizo un arroz meloso con verduras que estaba para mojar pan. Cocinó desnudo, con la única pieza textil de un delantal de cocina. Le vi cocinando desde la puerta de la habitación, con el culo al aire, y me entró ganas de... Me acerqué a él por detrás, le acaricié el culo por segunda vez y le besé en el cuello. Bueno, otra erección. Esta vez le pedí disculpas. Él puso la mesa sin que yo le dijera nada. Yo, en realidad, pese a que no tenía nada que hacer, no moví ni un dedo. Cenamos, él desnudo, yo con la ropa puesta. Él quitó la mesa y lavó los platos mientras yo veía la tele en el sofá. Y entonces le di la noche de sexo lujurioso que le había prometido.