miércoles, 16 de marzo de 2011

La propuesta



Mi boda con Ana fue una boda tradicional hasta en los más pequeños detalles. La novia de blanco, el novio y el padrino de smoking, el lugar, una de las iglesias más concurridas para las bodas, cientos de invitados, listas de bodas, algunas lagrimitas por parte de los familiares más íntimos de los novios, arroz, un convite por todo lo alto, con mariscos y platos con nombres en francés, etc. Se suponía que nuestra vida matrimonial iba a ser de los más tradicional: íbamos a tener hijos, en los primeros meses (o años) íbamos a ser una pareja muy enamorada, con mucho ardor en nuestra relación, pero todo se iba a enfriar al cabo de un tiempo, yo me iba a echar una amante, ella seguramente también, cada vez íbamos a tener una relación más fría y con menos diálogo, etc. Probablemente acabaríamos divorciados.Pero yo estaba dispuesto a que no sucediera nada de eso.

Pero primero hablemos de Ana y de su familia. Su madre es una beata de las que van a misa todos los días del año. Su padre es conservador, no solo en ideas políticas, sino también en temas sociales. Va a misa los domingos, pero principalmente porque se vea que es un poco facha, aunque por lo bajo habla mal de los curas. Procura que su esposa no se entere, o al menos procura que no le sea demasiado evidente, más que nada para no molestarla y mantener la paz en casa. Ellos forman un matrimonio tradicional, donde los roles están muy bien definidos y cada uno sabe el papel que juega. Bien mirado, se podría decir que en el matrimonio de mis suegros, ella es la que manda. Ella manda en casa, ella decide cuando cambiar una cosa de casa, o comprar una cosa nueva, etc. Ella es mandona y la que paga las consecuencias es la criada de la casa, la paquita, aunque tiene casi 60 años. Él es un marido que evita los problemas con su esposa y, por ello, le deja las mayorías de las responsabilidades a ella, que por supuesto, su único oficio es el de ama de casa. Ana es hija única y ellos son bastante ricos.

Le propuse a Ana un matrimonio conducido por ella. En inglés, una Led female relationship, una relación dirigida por la mujer. Como nosotros íbamos a casarnos, sería más concretamente un led female marriage (o Wife Led Marriage) un matrimonio dirigido solo por la mujer. Se lo dije un mes antes de la boda, cuando la mayoría de los gastos y compromisos ya estaban hechos. Yo había investigado mucho en Internet, y sabía que muchas mujeres, cuando el novio o el marido se lo proponen, no lo aceptan de buen grado, o incluso, lo rechazan abiertamente. Parece increíble pero es así. Así que tenía algo de miedo. Si Ana se lo tomaba mal, podía anular la boda.Y yo no deseaba eso para nada.

Los dos pertenecíamos a la burguesía, los dos teníamos título universitario, los dos éramos bien parecidos, los dos hacíamos deportes para estar en forma y no engordar. En fin, una pareja perfecta.

Se lo propuse un viernes por la tarde. Ella me miraba con los ojos fuera de la órbita. No daba crédito a sus oídos. Creo que si le hubiera dicho que yo no era en realidad un hombre, sino una mujer convertida en hombre, no se hubiera extrañado tanto.

Estábamos en nuestra futura casa. Ya la teníamos toda amueblada y con casi todos los complementos necesarios (muebles, cortinas, electrodomésticos, juegos sábanas, etc.) para entrar a vivir. Fue una boda preparada con mucha antelación. Una de las cosas que teníamos era el ordenador con conexión a internet, así que, para sacarla del estupor, y por aquello de que más vale una imagen que mil palabras, le sugerí que lo conectase y buscase términos como femdom. Un poco a regañadientes, pero aceptó. Como la mayoría de las páginas y blogs sobre el tema están en inglés, y ella lo habla y entiende bastante bien, pronto encontró información. Se pasó varias horas mirando la pantalla del ordenador. Eran ya las diez de la noche y mis jugos gástricos estaban más inquietos que un león encerrado en una pajarera. Desde las 7 de la tarde ella estaba mirando la pantalla del ordenador, pasando de una web a otra, maltratando el mouse y yo, sin decir una palabra.

Ana debió sentir mi inquietud, o quizás ella también empezaba a sentir hambre, que me dijo:

- Encárgate de comprar una pizza y una cerveza para beber.

Así de sencillo, rotundo y tajante. Nada de cariño, cielo y amorcito, esas palabras cariñosas con las que solíamos dirigirnos el uno al otro. Comió la pizza frente a la pantalla del ordenador, y prosiguió durante el resto de la noche. Solo hizo una pausa hacia la medianoche de una media hora para descansar. Aprovechó la misma para hablar conmigo.

- No sabía que tenía tendencias masoquistas. Siempre sospeché que te veías con otras, pero no tenía pruebas, pero ahora la cosa es muy diferente.

La situación era la siguiente: Ana estaba mediatizada por la actitud de sus padres con respecto a la sexualidad, y deseaba llegar virgen al matrimonio. Es por ello por lo que, en ese momento en que me hablaba, era virgen. Su ideal de matrimonio era la de las dos parejas de chicos que cantan "Amo a Laura". Yo, por el contrario, pese a ser novio formal, pegaba una canita al aire de vez en cuando con alguna antigua amiga. Así que Ana había acertado en la diana. Confesé mis culpas, pero a ella no parecía interesarle mucho insistir en el tema.

- ¿Por qué me has propuesto este tema?

- Porque siempre me gustó materializar esos deseos íntimos que yo tenía. Mis relaciones con otras chicas nunca fueron muy placenteras, eran simplemente un desahogo sexual que una relación plena. Pero tampoco me veo en un matrimonio tradicional como el que tu imaginas- dije.
Durante unos interminables minutos hubo un espeso silencio entre los dos, minutos que, como se suele decir, a mi me parecieron horas. Ella interrumpió el pesado silencio:

- ¿Estas seguro de que eso es lo que deseas? Quiero que entiendas que si acepto, tengo que buscar la manera de que no haya vuelta atrás, de que no cambies de opinión de aquí unos meses.

- ¿Que quieres decir?

- Estoy sopesando la posibilidad de que si acepto tu propuesta, buscar la manera de hacer de esta situación nueva, me refiero a un matrimonio femdom, una situación irreversible.

- ¿Y como harías eso?

-La única manera que encuentro sería grabar unos vídeos en que tu ocuparías una situación muy humillante, y que yo los guardara, y si alguna vez cambias de opinión, yo los difundiría por internet, con pelos y señales, es decir, con tu nombre y todos tus datos personales.

-¿Una especie de chantaje?- dije yo.

-Podría llamarse así, pero también tienes que tener en cuenta que tu me has ofrecido esa posibilidad, no yo a ti. Si hubieras cerrado esa boca y tus sueños eróticos hubiesen quedado como eso, unos sueños eróticos y nada más, no estaría planteándote eso que tu llamas chantaje. Por eso es muy importante que te asegures de que eso es realmente lo que deseas, y no es fruto de un calentón momentáneo. Si quieres tomarte un poco de tiempo para pensártelo...

- No. Estoy firmemente decidido.

- Bueno,pues recuerda siempre que tuya fue la idea, no mía. No lo olvides.

-No lo olvidaré
En este punto, dio por terminada la conversación y volvió frente a la pantalla del ordenador. A las cuatro y media de la mañana, decidió volver a la casa de sus padres. Habíamos estado durante 1o horas en nuestro futuro domicilio, y la mayor parte del tiempo sin hablar. Ella mirando la pantalla del ordenador, y yo sin hacer nada, más aburrido que una ostra. Ella me reprendió un par de veces por incordiar. No se si se estaba metiendo en el papel de dominanta o no.

Bajamos al garaje por el ascensor, y al llegar frente a mi coche, un Mercedes 2000k de 184cv nuevito de trinki, me pidió las llaves del coche. Me quedé tan asombrado, tan estupefacto, tan paralizado por lo asombroso de la petición que durante muchos segundos me quedé si habla. Al final contesté:

- Ni hablar del peluquín

- Mira, te lo voy a decir claramente -dijo ella.- Hay dos opciones: o salgo conduciendo de aquí tu coche camino de mi casa, o me voy a casa en taxi. Si eliges la primera, seguiré considerando tu petición. Si eliges la segunda, rompo nuestra relación y anulo la boda. No hay una tercera posibilidad, y no voy a estar más de un minuto o dos esperando a que te decidas. Si no hay una respuesta en dos minutos, salgo por la puerta caminando y me voy a casa en taxi. Tú decides.
Y se puso a controlar el tiempo en el reloj. Tarde un minuto o así en darle las llaves del coche. Yo sabía que Ana conducía muy bien, pero nunca hubiera dejado mi coche ni a mi mejor amigo. Subimos al vehículo, pero esta vez en lugares diferentes a como solíamos ir: ella en el asiento del piloto, y yo de acompañante. Arrancó el auto y lo dirigió hacia la rampa de salida, abrió la puerta con el mando a distancia, y una vez la puerta abierta, aceleró al máximo, y el vehículo subió la empinada rampa dando un salto hacia delante. El Mercedes salió por la puerta del garaje como un toro bravo del toril. Yo creí que nos estampábamos contra el edificio de enfrente, pero no, en el último segundo Ana dobló el volante y el coche enderezó y enfiló la calle. Menos mal que nadie pasaba por la acera a aquellas altas horas, de lo contrario, la noche habría terminado mal.

Condujo a toda velocidad, nada imposible a las cinco de la mañana, pero se saltó bastantes semáforos en rojo, con bastante suerte para ambos, especialmente para mi, porque, si salvaba la vida, podía perder mi precioso coche. Pero, a pesar de mis temores, llegamos a casa muy bien. "Hubo suertecilla", pensé.

Se bajó del coche, y me dijo:
- Espera un poco. Enseguida vengo. Se metió en el portal, y a los pocos minutos, salió con su cochecito, un Mercedes clase A. Lo puso justo al lado del mio, se bajó, y me dijo tendiéndome las llaves del suyo:

- Cariño, vamos a cambiar de coche.

- Pero como, ¿cambiar de coche? No puedo hacerlo. El mío es nuevo y...

Me interrumpió.


- ¿Que me propusistes hace apenas unas pocas horas? ¿Era un juego nada más?

- No, mi vida. Pero cambiar el coche, me parece excesivo.

- Mira, te lo digo claro, Si no haces lo que te mando, anulo la boda y cuento a todo el mundo lo que hoy me propusistes.

- ¡No! Esta bien, cariño. Cambiamos de coche.
Así lo hicimos. Intercambiamos las llaves de los coches, ella se subió al mío, y sin decir nada, lo metió en su garaje. La vi después desde el portal al tiempo que me señalaba el móvil. Sonó mi aparato, lo tomé y me dijo:

- Paso mañana a recogerte a eso de las 7. Hasta mañana.

Y sin decir nada más, agitó su mano derecha en señal de despedida y se fue hacia los ascensores.

PARA CONTINUAR